sábado, 24 de abril de 2010

Los lobos

Los lobos, carnívoros depredadores, se encontraban en la zona de Valdelageve hace varias décadas. Aunque la población humana era superior a la actual y los utensilios de trabajo para el campo eran más rudimentarios, la extensión de tierra labrada se iba reduciendo. De ahí que los grandes espacios que había para el ganado, también los había para todo tipo de animales y especialmente para los lobos, que es el tema que ahora me ocupa. Una gran parte de los alrededores del pueblo estaban rodeados de vegetación y árboles autóctonos, lo que favorecía que pudiesen moverse con facilidad por la zona.

He hablado con mi paisana Alicia Sánchez Matas, mujer encantadora, simpatiquísima, siempre con la sonrisa en la cara y reflejando una bondad infinita, una mujer que quiere y se deja querer, de ahí que tenga o posea unos valores muy especiales, además, llenos de humanidad. Junto a ella he pasado unos grandes momentos hablando y sobre todo escuchando las múltiples anécdotas del tema, cómo al comienzo del escrito digo.

Recuerda perfectamente cómo las guaridas o loberas más cercanas se encontraban en la sierra que hay frente al pueblo, más exactamente en la zona llamada el Lomo de los Caballos. Se llama así porque la montaña tiene la forma anteriormente descrita y es uno de los lugares donde se encontraba el hábitat de estos animales carnívoros. Cada familia está compuesta del macho, la hembra y las crías. La loba suele tener por lo general, salvo excepciones, una camada al año de más o menos 6 crías.

En el pueblo estaba “el tío lobero”, que se dedicaba a subir a las loberas para capturar a las crías, que allí las llamaban lobeznos, para traerlas, metidas en una cesta. Luego su cometido era ir mostrándolas durante unos días por los pueblos más cercanos, donde recibía la gratitud de la gente y era recompensado con dinero. Finalmente los mataba.

Me dijo Alicia que el lobo venía a pesar entre 35 y 40 kilos, y la loba de 8 a 10 menos. También, como si lo estuviese viviendo, me dijo: “escribe el color del pelaje del lobo, que luego se te va a olvidar”, para a continuación seguir: “el color era un pardo oscuro y las puntas de las orejas y el hocico, negros”.

Algo que no puede olvidar Alicia eran los aullidos. Sobre este punto quiero hacer mención a mí también amigo Felipe Carpio Rodríguez, autor de un trabajo plasmado en la revista de Fiestas de Fuenteguinaldo en el año 2009 y que a continuación transcribo: “El aullido lo realizan en son de alegría, al encontrarse con otros miembros de la manada; como convocatoria a reunión para cazar, delimitar o reafirmar su territorio. Consiste en la emisión gutural de una voz triste y prolongada (¡auuu…!), audible en centenares de metros a la redonda”.

Por supuesto, Alicia me contó más historias, como que había zonas del pueblo donde las manadas hacían verdaderas carnicerías y que les daba lo mismo que fuesen cabras, ovejas o ganado vacuno, pues lo cierto es que a pesar de estar una persona al cuidado de los rebaños, no era obstáculo para que atacasen, aunque no siempre se atrevían.

Uno de los momentos más atractivos era sin lugar a dudas cuando salían diferentes grupos a hacer una batida. Los cazadores emprendían la marcha con el ánimo y la alegría con la que les habían contagiado todos los vecinos. Era un animal considerado por entonces muy dañino y que tantos perjuicios causaba en la economía de los vecinos, ya que cuando menos se esperaba, atacaba. Eran bastantes los animales abatidos, pero, como anécdota, eran pujados y se quedaba con el animal el mejor postor. Lo primero que hacían los mozos era gastarse el dinero, principalmente en preparar una buena merendola. Los dueños de los lobos muertos, una vez mostrados en las eras, salían por los pueblos vecinos para exhibirlos. El primer dinero que recibían era una donación de los ayuntamientos entre 20 y 30 pesetas. A continuación lo iban enseñando por los diferentes domicilios y la gente, muy agradecida por verse libres de estas alimañas, les daban dinero o especies. Por último, el animal era desollado y la piel, que era lo único de valor, era vendida o se dejaba en casa como trofeo.

Para concluir, es necesario que conozcan los lectores que en invierno, al haber menos ganado en los montes, el lobo se veía forzado a acercarse incluso adentrarse en el pueblo en busca de alguna presa. Mi querida y adorada Alicia, sabes que siempre te tengo en mi corazón, pero ahora, después de escribir esto, te recordaré aún más.

Y como nota curiosa, incluyo algunos de los dichos populares que atañen al comportamiento del mencionado animal:

“Lo que la loba hace, al lobo le place”.

“¡Échale mano, que la piel vale!”.

“Oscuro como la boca del lobo”.

“El lobo viejo a la tarde aúlla”.

“Lobo hambriento, no tiene asiento”.

“Ver las orejas al lobo”.

“Meterse en la boca del lobo”.

“Entre lobos anda el juego”.

“El lobo de amaño, donde mora hace daño”.

(Fotografía: Juan-Miguel Montero Barrado)


En recuerdo de Emilio, mi amigo del alma

Escribir unas líneas sobre Emilio me resulta sencillísimo. Incluso es un placer, no sólo para mí, sino para todas las personas que le conocimos. Ahora mismo lo estoy viendo en las diferentes facetas de la vida por las que pasó. Voy a comenzar por la etapa en que llegué a reencontrarme con mi pueblo, el que me vio nacer y del que tantos y tantos recuerdos atesoré al escuchar las conversaciones que teníamos mis padres y yo.

En el año 1954, cuando tenía 13 años, me presenté en solitario en Valdelageve y fue cuando conocí a Emilio, mi amigo del alma. Era hijo de tía Consuelo, “la patrona”, como siempre la conocimos y nombramos cariñosamente en mi casa. De momento no quiero pasar de ahí, sólo quiero puntualizar que entonces tenía Emilio 34 años. Cuando me lo presentaron él sabía de sobra quién era. Me miró con unos ojos que centelleaban con luz propia. Su cara, su sonrisa eran diferentes a las de los demás y, de repente, nos abrazamos y nos dimos unos besos. Recuerdo que él se emocionó e hizo que a mí me sucediese lo mismo. No me quería soltar y ahora pienso que quizá estuviese esperando a tranquilizarse. Una explicación del porqué de tanta ternura quizás se deba a que Emilio era una persona con un coeficiente intelectual por debajo de la media y creo que esto es suficiente para que todos podáis entenderlo.

Mis ratos pasados a su lado fueron de los más bonitos y de los que más han quedado marcados en mi mente. Cuando íbamos camino de cualquier lugar, nos reíamos mucho durante las conversaciones De él aprendí bastantes cosas, no sólo para ser más humilde y mejorar en mis comportamientos, sino también para conocer el pueblo. Él mencionaba y me presentaba a la gente, pero nunca para criticarla.

En los huertos me fijaba en la delicadeza con la que cogía los tomates, los “frejones”, como allí los llaman, y todo tipo de hortalizas. También me fijaba en la forma que tenía de preparar los surcos para que pasase el agua y, de esa manera, dejar el huerto regado. Pero donde le notaba una gran pasión era cuando iba a ordeñar las cabras. Con la calma que le caracterizaba, apretaba las ubres de los animales. Mientras la leche salía, la caldera iba recogiendo el líquido blanco que luego servía para que pudiésemos alimentarnos y el sobrante para hacer los quesos. Las cabras no se alborotaban y creo que hasta le tenían cariño. Hago este matiz, porque, cuando acudí con alguna otra persona a hacer la misma función, todas las cabras se alborotaban y a la que le tocaba, siempre acababa agarrándola por los cuernos.

No solamente ejecutaba este tipo de trabajos que acabo de mencionar, no, él hacía lo mismo que los demás, nada más que con más calma, pero, con mayor perfección. La llegada a su casa era digna de ver, siempre con la sonrisa en los labios por el deber cumplido. En el pueblo era querido y se hacía querer por todos los vecinos y éstos, a la vez, lo respetaban. Él se comportaba con mucha educación, sacando a relucir sus pocas palabras, pero, sobre todo, su sonrisa llena de agradecimiento.

Hubo un momento en que se quedó solo en casa. Su madre, tía Consuelo, falleció. Emilio, mi amigo, se fue a vivir a casa de sus sobrinos, mis compadres Julián y Sidri. El trato que recibió siempre fue exquisito. Incluso en aquellos últimos años de enfermedad en que el pobre estuvo en cama. Ahí es cuando mi comadre Sidri se volcó en cuerpo y alma para tenerlo atendido. Nunca le faltó nada y lo tuvo siempre limpio y aseado.

Emilio González Nieto, mi amigo del alma, falleció el día 3 de octubre de 1991, a la edad de 71 años. En mi ser sólo me queda un gran pesar, ya que por circunstancias no fui avisado para darle mi último adiós.

Dios lo tiene en su seno.

(Foto: Juan-Miguel Montero Barrado)

viernes, 16 de abril de 2010

La ermita del Servón (continuación)

Voy a detallar algunos de los bienes y enseres que la ermita poseía por aquellos años y cuya relación les resultará muy curiosa. Estos datos constan en un manuscrito de cuentas de la ermita, depositado actualmente en el Archivo Diocesano de Salamanca, y abarca un periodo de casi dos siglos, desde 1611 a 1807. Como la relación es muy extensa, voy a seleccionar los que para todos nosotros puedan resultar más interesantes. Comenzaré por el encabezamiento del manuscrito:

Libro de quentas de la

Hermita de Ntra. Sra. Del

_______Servón_______

Principia en 1611

Finaliza en 1807

Los bienes y enseres de la ermita los podemos clasificar, enumerar y describir de la siguiente manera:

Raíces.

Poseía 18 olivos que lindaban con la ermita y llegaron a tener hasta 22, con los que producían el aceite suficiente para el mantenimiento de la lámpara de la iglesia y otros menesteres; además tenía la ermita una cuartilla de trigo y también unos huertos y un prado. En sus alrededores había 30 colmenas con sus enjambres.

Muebles.

Una imagen de Ntra. Sra. del Servón con el Niño Jesús. Una corona de plata grande con su arco de rayos, pedrería y en el alto una cruz, más otra corona pequeña para el Niño.

Otros.

- Un manto y mandil de lamé blanco con galón de plata, forrado en encarnado por el revés.-

- En un nicho recubierto de cal estaba un Santo Cristo con la cruz y junto a Él, la Virgen.

- Más dos rosarios blancos de alabastro, cuatro candelas y una campana pequeña en el altar para tocar a los santos y dos misales pequeños.

- Un púlpito de madera.

- Dos mesas con manteles alemanes.

- Un santal con tres avellanas labradas y cuatro lisas para ponérsela al niño otras dos (no puedo seguir, la letra es ininteligible).

- Unas candelas de madera para el altar y dos vinagreras de barro.

- Una sábana de lienzo con encajes para el altar.

- Unos corporales con encajes de grulobia de nobleza guarnecida con la misma guarnición que la casulla.

- Unas andas para sacar a Ntra. Sra. en procesión, de arco y columnas salomónicas.

- Seis bancos largos sin respaldo para el asiento de las gentes en la ermita

- Una efigie de Ntra. Sra. con dos puertitas y vidriera para pedir limosna.

- Un marco labrado en el altar.

- Unas cortinas de esparto para tapar el retablo.

- Dos arcas de castaño y del mismo tamaño, una nueva y otra vieja, ambas sin cerradura.

- Dos tinajas para el aceite, que tienen el hondón de concha.

- Una olla grande de dos cántaros nueva y una vinagrilla vieja para echar el vinagre. Dos sartenes antiguas, una ralladora y una tablita con garfios para colgar los trastos.

- Un arado para labrar el huerto.

- En el tejado de la ermita hay un campanil y en él una campana con un peso de cincuenta a sesenta libras.

Puedo asegurar cómo estos bienes y enseres, o parte de ellos, fueron siendo trasladados a otros lugares. Así, el 9 de mayo de 1802 el entonces obispo don Juan Álvarez de Castro, del cual haré una reseña más adelante, ordenó a don Juan Sánchez Muñoz, comisario del Santo Oficio y visitador general, que hiciese una inspección especial para que comenzase a retirar de la ermita el cáliz, la patena, las coronas de plata y otros objetos, “para evitar de ese modo alguna sorpresa inesperada”, según consta en el manuscrito. Finalmente, según figura en el legajo, el día 21 de julio de 1807 queda reflejada la última visita, firmada por Ventura Casillas y López.

Desde 1802 comenzó la decadencia de la ermita, ya marcada por el señor obispo anteriormente mencionado y continuada durante la Guerra de la Independencia por los soldados franceses. Éstos pudieron haber hecho destrozos, quizás pensando en algo que pudiese perjudicar a la gente del lugar.

Del obispo Juan Álvarez de Castro sabemos que desde 1805, con su salud gravemente quebrantada, fijó su residencia en la villa de Hoyos (Cáceres), situada en la Sierra de Gata. Allí fue sorprendido por una unidad militar francesa proveniente de Ciudad Rodrigo. El obispo fue sacado violentamente del lecho y en su misma cámara dos descargas de fusil acabaron con su vida, pasando a la historia como un mártir de la independencia española. Según consta en el Diccionario de Historia Eclesiástica de España “su férvido patriotismo ya se había hecho notorio en la guerra contra Inglaterra en 1798 para la que anticipó en unión del Cabildo una suma de 800.000 reales. También durante la “francesada” fueron frecuentes sus circulares de aliento a la resistencia contra Napoleón”. Para que esta reseña sea más completa voy a citar otros datos: nació en Mohedas de la Jara (Toledo) el día 29 de enero de 1724. Fue nombrado obispo de Coria el 29 de marzo de 1790. Murió fusilado por los franceses en la villa de Hoyos (Cáceres) el día 29 de agosto de 1809.

El final de la ermita ya lo dejé plasmado en el capítulo anterior, por lo que remito para su lectura a lo publicado el 20 de enero de este año.

(Foto: Juan-Miguel Montero Barrado)

jueves, 15 de abril de 2010

Vientos del pueblo

Hay veces que guardar resulta muy positivo y eso es lo que en este caso hice el verano pasado al visitar, como es mí costumbre, bibliotecas, que en este caso fue la Biblioteca Popular Municipal “Torrente Ballester” de Salamanca. Había unos catálogos anunciando una exposición, tomé uno, lo estuve ojeando, pero, mira por dónde, la presentación del mismo me llamó tanto la atención, que penetró, igual que si una flecha fuera, en este alma tan sencilla y humilde que no tuvo más remedio que retenerla y guardarla. Han pasado unos meses, casi un año, y sin pensar que en el mes de enero del año en curso iba tener un blog o cuaderno dedicado a Valdelageve, acabo de pensar: ¿por qué no puedo hacer partícipes a todos mis lectores del escrito? Además cada uno podemos aplicárnoslo, no sólo a nuestro pueblo, sino a todos en general. Creedme, este es un artículo que luce y lucirá con luz propia. Lástima que desconozca al autor del mismo.

Los paisajes que la vida rural nos ofrece acostumbran a ser excelentes escenarios de narraciones. Las novelas que transcurren en pequeñas poblaciones atraen especialmente al público, lector que vive en las ciudades, donde no existe el contacto directo con la naturaleza, ni las relaciones personales son tan intensas y comprometidas. Generalmente, en la ciudad cada persona es un individuo aislado, sus problemas son propios y no suelen compartirse fuera del ambiente familiar. Sin embargo, en los pueblos las personas viven
más estrechamente comunicadas y comparten más los sentimientos y vivencias.

Desde hace tiempo, el éxodo rural hacia las grandes ciudades provocó el abandono de muchos pueblos y por ello la biblioteca pretende recuperar un mundo que parece perdido en nuestro tiempo, un mundo hecho de rocas y vientos, pero, también de pasiones elementales que estallan a veces de manera explosiva. Y te propone un viaje a la inversa: una vuelta a nuestros pueblos por los senderos de la literatura.

(Fotos: Juan-Miguel Montero Barrado)


viernes, 2 de abril de 2010

Orígenes del nombre de Valdelageve

Como podréis observar, mis queridos paisanos, amigos y lectores, para mí investigar sobre los orígenes y la historia de mi pueblo ha sido una tarea muy ardua de visitas a bibliotecas, a personas conocedoras de estos temas, lugares de interés, etc., por lo que espero, y no dudo, que a lo largo de este trabajo lo que vaya detallando sea del agrado de todos.

Para comenzar, entre las gentes de Valdelageve se asegura que nuestro pueblo es anterior al de Lagunilla. Esta población, llamada así por la pequeña laguna que formaba el ensanchamiento del arroyo denominado Garganta y que venía a desembocar al arroyo de la Sancha (hoy apenas perceptible), fue un atractivo lugar donde, según dicen, algunas familias, por iniciativa propia o por mandato de los reyes para extender la reconquista, se asentaron en el lugar. Por el año 1077, cuando Alfonso VI arrojaba definitivamente a los musulmanes de estos territorios y restablecía la Diócesis de Coria, incorporándola a la provincia eclesiástica de Santiago, existía la parroquia y por tanto el pueblo de Lagunilla.

Por consiguiente, continuamos preguntándonos los gevatos: ¿desde cuándo existe nuestro pueblo? Don Saturnino Jiménez Hernández, presbítero, en su libro La villa de Montemayor. Historia y documentos hace una ligera, pero importante, alusión a Valdelageve y escribe: ”en las laderas de los montes y en el Servón se encuentran restos de piedras edificadas y escorias, al igual que zonas de tierra removida y apilada, lo que demuestra que en tiempos remotos debió de existir una fragua o ferrería, donde trabajaban minerales como hierro u otros metales”. No hace muchos años los vecinos del pueblo descubrieron en el mismo lugar y cercanías pucheros y grandes tinajas de barro diseminadas.

“El topónimo de VAL-DEL-AGEVE -continúa don Saturnino- podría derivar de este trabajo y sería así VALLE DELA GEMA, igual a VALLE DE PIEDRAS PRECIOSAS”. También observando el Diccionario Geográfico Universal “Dedicado a la Reina Nuestra Señora”, (volumen X, 1834) el nombre del pueblo aparece como VAL DEL AGEVE. El Diccionario de la Lengua Española (21ª edición, 1992) dice:

“Ajebe. (Del árabe as-sabb, el alumbre) m. desusado, ahora jebe”.
“Jebe. (Del árabe sabb) m. sulfato de alúmina y potasa, alumbre”.

He continuado haciendo nuevas investigaciones y observo, según conversaciones mantenidas con personas procedentes de diferentes países árabes, cómo el nombre del pueblo podría derivarse también de los siguientes vocablos árabes:



Por lo que de las distintas acepciones se puede decir lo siguiente:

Montañas. Gran verdad, el pueblo está rodeado precisamente de ese verdadero encanto y están cubiertas de árboles, brezos, retamas, jaras, enebros, madroños… que, todo unido al aroma que despiden, harían de él un lugar paradisiaco.

Bosques. Debió de estar cubierto de árboles autóctonos, que son los que están precisando ahora mismo no sólo nuestros alrededores, sino cada una de las comarcas españolas.

Agua. En aquellos tiempos debió de haber mucha. Incluso no hace muchos años salían buenos borbotones de los manantiales sitos en la zona del Servón, en las laderas de las montañas, etc. No así ahora, desde la deforestación y nueva repoblación de pinos y eucaliptos, grandes absorbedores de líquido.

Según don Saturnino el origen del pueblo se remontaría a unas familias ganaderas que se trasladaron con sus animales desde Villar de la Corneja (en Piedrahita, provincia de Ávila) hasta este lugar, siendo casi sus fundadores. Apunta esto porque Montemayor del Río parece ser que tuvo contactos con el señorío de Valde-Corneja y los señores de Puente Congosto.

En otras épocas ya hubo gente por estas tierras en busca de metales y a partir del siglo VIII casi seguro que se asentaría un grupo de bereberes , procedentes del norte de África (las actuales Marruecos y Argelia), de donde posiblemente venga el nombre de origen árabe de nuestro pueblo. Vivieron y convivieron con los habitantes autóctonos. De esa época nos quedan los restos del Puente del Moro, cuyos machones se encuentran sobre el río Cuerpo de Hombre cerca del límite de Colmenar de Montemayor. Más tarde, entre los siglos XII al XIV, Valdelageve estaría compuesto por dos núcleos o barrios: el barrio alto, donde se asienta el actual pueblo; y el Servón, lugar donde se construyó la ermita de Nuestra Señora del Servón. Con el paso de los tiempo estos norteafricanos o se fueron asimilando con las gentes del lugar o se fueron yendo hacia los llamados reinos de taifas (Badajoz, Sevilla, Granada, etc.).

En las cercanías de Valdelageve había otros poblados, como, por ejemplo, el de los Regatos de los Gallegos y el Pardo, que forman las laderas de la ermita donde los musulmanes se asentarían en el Valle del Servón para dedicarse a la ganadería y mayormente a la apicultura. Todavía existen corrales de colmenas en las múltiples quebradas laderas. Esto lo puede confirmar, entre otros, este dicho:

“El que estas tierras quiera habitar,
a la cabra y a la colmena
se tiene que dedicar”.

Según cuenta la tradición, dentro de la convivencia entre musulmanes y cristianos, de Valdelageve bajaba gente los domingos a celebrar la misa a la ermita del Servón, que estaba en el poblado musulmán. Hoy no podemos dar fe por de la ermita por estar totalmente derruida. Don Segundo, párroco de Lagunilla, afirma en su libro Lagunilla, monumentos e instituciones (Segovia, Alma Castellana / Imprenta Diocesana, 1958), que las romerías se hacían a nuestra Señora del Servón en el término de Sotoserrano y muy cerca de Valdelageve.


(Foto: Juan-Miguel Montero Barrado)