martes, 22 de junio de 2010

Una excelente excursión por uno de los lugares del paraíso

Pasear por mi pueblo, ese lugar al que yo llamo Paraíso Terrenal y Natural, es algo de lo que todos los pueblos no pueden presumir. En este mes de de junio de 2010 he sido la persona más feliz del mundo bajando al río Cuerpo de Hombre en busca de la nueva centralita  y seguir después por el camino hasta llegar a lo que llamamos la fábrica de la luz, acercándome lo que pude para ver El Canchalazo, metiéndome por “un valle impresionante… Todo fue toda una experiencia nunca vivida. También he estado haciendo fotos a las calles, a muchos de mis paisanos y a utensilios de nuestros ancestros, charlando con mis amigos gevatos, que son todos. Y si a esto añadimos que, menos un día, todo el tiempo fue muy hermoso, haciendo mis marchas bajo los rayos del sol, ¿qué más se puede pedir?

En fin, como la mayoría de estos temas los he tratado en algún otro escrito, voy a referirme a otro, pero debéis perdonarme que no sea más explícito de lo que quisiera, pues debo ser un poco respetuoso y no tratar puntos específicos. Creo, queridos lectores, que sabréis comprenderme.

Un buen día salí del pueblo de mi señora, El Cabaco, llegué a Valdelageve temprano y dejé el coche en un lugar poco habitual para que no fuese descubierto. Por supuesto que iba con mi traje de peregrino y, preparado para estos menesteres, me puse la mochila, donde llevaba agua y fruta. Así, con mi cayada y sin más comencé mi aventura. La primera parte resultó bastante cómoda, pero no así la segunda, pues todo era una subida muy empinada, de esas que hay que pensárselas y más por lugares abruptos. Lleno de zarzales y malezas del campo, tenía que ir buscando por donde poder caminar y evitar una mala pisada. Una vez llegado el primer punto, necesité hacer una pausa debido al cansancio, el calor y el sudor. Además necesitaba mirar hacia abajo y pensar: “¡vaya bajada que me espera!”.


La segunda parte resultó ser de las mismas características, volví a mirar hacia abajo y… ¡jolines!, esto se ponía cada vez más empinado y mis ojos hacían chiribitas. Menos mal que llegué a un lugar donde existía un sendero. “Gracias a Dios”, me dije. Caminados unos cientos de metros, frente a mí descubrí unos grandes canchalazos y me quedé observándolos, mientras mi mente no daba crédito a lo que veía. Seguí caminando y me encontré otro canchalazo, éste un poco más solitario, pero cuál fue mi sorpresa cuando divisé unos cuantos buitres. Parecía que estaban descansando y supongo que alguno estaría atendiendo a sus poyuelos, porque en realidad no sé cuántos huevos encuban. Aquí no tuve más remedio que pararme un buen rato para seguir deleitándome y ver cómo otros volaban un pequeño tramo al observar que algún humano estaba cercano y acabar aposentándose en unas rocas cercanas.

Siguiendo el sendero, localicé las ruinas que estaba buscando. Otra alegría más, pues todo me estaba saliendo a pedir de boca. Cuando llegó el momento de regresar, ya había caminado unos cuantos kilómetros sin darme cuenta, pero como mi vista se dirigía hacía todos los lugares, he aquí que de repente apareció una cigüeña negra haciendo un círculo. Por suerte la máquina de fotos la llevaba de la mano y no pude por menos que hacer la última foto en esa zona. Yo me preguntaba: “¿cómo he podido tener tanta suerte?”, pues todo me salió mejor de lo que yo pensaba. Llegué al lugar por donde creía que tenía que bajar, pero no sabía cuál era el camino. Hice varios intentos hasta que por fin logré encontrarlo. El descenso fue peor de lo que yo esperaba. Una gran parte del…, podéis llamarlo como queráis, tuve que hacerlo con los tacones y con la ayuda del bastón, que llevaba una buena punta de acero. Tuve que volver a luchar con los zarzales y demás, pero al final, cuando pude asentar completamente los “pieses”, como yo digo, volví a darle gracias a, en este caso, la Santísima Virgen de Guadalupe, la mejicana, y al Santísimo Juan XIII.

Perdón si alguien no está de acuerdo conmigo, pero llamo a este Papa Santísimo porque para mí lo es, al igual que para muchos católicos, pero, ya lo dicho otras veces, como era hijo de una familia labradora y quiso renovar muchos puntos en la Iglesia, para lo que preparó el Concilio Ecuménico Vaticano II, al fallecer, de un plumazo, se lo cargaron. ¿Quiénes? Seguramente la Curia Romana. ¿Por qué? No interesaban sus ideas innovadoras. Sigo preguntando: ¿y por qué? Porque sencillamente querían volver por el mismo camino que habían seguido anteriormente. Y vuelvo a repetir: ¿por qué? Porque todos son unos retrógrados. Éste es mi concepto, muy particular.

Una vez pisada tierra firme, me tocó subir todo lo que había bajado y misión cumplida, mi deseo había sido consumado.

Pero, ¡ay, amigos!, no os podéis imaginar las reprimendas que me echaron en mi pueblo todos los paisanos por haberme metido por esos terrenos tan abruptos y sin senderos. Me dijeron lo que les pareció, me llamaron de todo, no me canearon de chiripa… A lo que yo les contesté, con todo mi cariño: “no os dais cuenta que Juan-Miguel es una persona aún muy joven”. Todo quedó ahí, pero sirvió para reírnos.



(Fotos: Juan-Miguel Montero Barrado)

lunes, 21 de junio de 2010

Cándida


Sería muy injusto no mencionar a la Cándida, como en Valdelageve la conocían. Gran parte de su vida la hizo en las afueras del pueblo, también en un lugar paradisiaco, pero en la soledad. Trabajo no le faltaba, pero el contacto con la civilización también lo echaba de menos, de ahí que no tenga más remedio que mencionarla.

Había nacido en El Cabaco, pero a la edad de 28 años llegó junto a sus padres al pueblo, como renteros para atender una finca llamada “Coto Arca Buitrera”, sita en la ladera del “Lomo de los Caballos”, muy cercana a un cerro cuyo nombre es La Campanita. Por las cercanías de su casa pasaba el regato de Valtrujillo, cuya agua, entre otras cosas, la utilizaban para regar el huerto. Era tan conocida la casa, que la primera vez que fui a Valdelageve, antes de divisar mi pueblo, vi al fondo una casa blanca. Entonces me dijeron: “¿la ves?”; a lo que contesté: “claro que sí, pues allí vive la Cándida”.


Efectivamente, allí vivió junto a sus padres hasta que un día se casó con un joven llamado Pedro, natural de La Pesga, pueblo de la provincia de Cáceres. Por aquella época trabaja en Lagunilla, donde se conocieron, y en el año 1950 se casaron en Valdelageve. La familia aumentó en un miembro más, pero no paró ahí, porque durante los años que allí estuvieron, nacieron cuatro niñas y un varón.


El terreno que tenían era muy grande, de ahí que el trabajo a desarrollar también era mucho. Tenían también ganado, como vacas, cerdos, gallinas, muchas cabras, etc. Y además tenían otra ocupación, que era estar pendiente de los lobos, ya que cuando los animales salían a pastar por los prados, siempre tenía que estar alguien muy pendiente de ellos. Por supuesto que la escopeta nunca le faltaba, pero, a pesar de todo lo dicho, algunas veces los lobos hicieron alguna que otra matanza de ganado. Cuando la familia estaba más tranquila era cuando el ganado estaba encerrado en los corrales.


Vivían bien, no en balde la venta del ganado les proporcionaba ingresos, al igual que los quesos que hacían. Me contaba Cándida que cuando tenían muchos, los colocaban en dos banastas y con un mulo se acercaba ella misma a Lagunilla a venderlos, donde había un comercio que se hacía cargo.


Cándida iba cada semana al pueblo, pues siempre se necesitaba algo, aunque no fuese más que tener contacto con la gente. Además, con la sonrisa que su cara reflejaba y la humanidad y simpatía que poseía hacía que todo el pueblo la quisiese y la tratase como una vecina más, que si lo pensamos bien, una vecina era, sólo que vivía algo más alejada del pueblo.
Cándida es una persona muy culta, ya que siempre le ha gustado mucho la lectura. Es curioso, pero a pesar de ello, sus niñas y el niño fueron a la escuela de la Pesga, para pasar posteriormente a Béjar. Las hijas, ya jovencitas, bajaban a Valdelageve a bailar los domingos y en sus fiestas. Incluso cada vez que televisaban corridas de toros, iban a verlas al casino, cuyos dueños eran tío Benedo y tía María.

Volviendo al tema que nos interesa, Cándida estuvo en la finca del “Coto Arca Buitrera” 38 años. Con 66 años volvió al pueblo que la vio nacer, El Cabaco, junto con su esposo Pedro. Durante un tiempo estuvo en contacto con los gevatos, pues tanto iban ellos a Valdelageve como los gevatos venían a verla. Los años no pasan en balde y nuestra querida amiga, no ha dejado de olvidar a ese pueblo que tan bien la acogió y tantas amistades dejó. De muchas de las noticias de Valdelageve está muy bien enterada y actualmente, por mí mismo, que cuando voy a mi pueblo desde El Cabaco siempre le traigo noticias que ella tanto agradece. Además de contarme cosas del tiempo que allí pasó, yo le pregunto muchas otras sobre los lugares y alrededores donde vivió, y ella, tan ufana y sonriente, me contesta siempre con todo el cariño.


Los años no pasan en balde y tiene ya 91 años, pero pese a ello, aunque tenga algún achaque, cosas de la edad, sigue tan dicharachera como siempre. Da gusto estar a su lado y conversar con ella. Siempre tiene alguna hija a su lado. Si no recuerdo mal, es a Chani y Fonsi a quienes más veo.


Bueno, esto es un esbozo de la vida de Cándida, que, como su nombre indica, es lo que ha sido y seguirá siendo.


(Foto: Juan-Miguel Montero Barrado)


domingo, 20 de junio de 2010

Tía Consuelo

Creo que no mencionar en este cuaderno a la tía Consuelo, o la Patrona, como también muy cariñosamente la llamábamos, no es de ser un buen nacido y más siendo yo el gevato al que tanto cuidó y mimó durantes los dos años que allí pasé.

Efectivamente, su nombre era Consuelo, pero como por aquella época eran muchos los matrimonios que estaban emparentados, de ahí surgió la palabra tío y tía para designar a las personas mayores.
Si mal no recuerdo creo que nació en los Estados Unidos, de padres gevatos que allí fueron, como por aquella época se decía, “a hacer las Américas”. De niña regresó a España, pero más concretamente al pueblo de sus padres, Valdelageve.
Cuando yo la conocí era una persona mayor, vestía con sayas negras y siempre llevaba un pañuelo del mismo color en la cabeza. Tenía un rostro que infundía serenidad, cuya imagen, según estoy escribiendo estas líneas, la tengo retenida en mis pupilas y siempre la tendré por sus múltiples cualidades que en su momento narraré.

Cuando mi padre llegó a Valdelageve a ocupar la plaza de maestro nacional en el año 1934, se hospedó en su casa, en la que estuvo durante siete años. Este tiempo no pudo ser mejor, tanto en atenciones como en el trato. Buenos y sanos eran los consejos que recibía y más para él, teniendo en cuenta que las costumbres eran muy diferentes. En una palabra, fue exactamente igual que una madre. Mi padre iba a la escuela muy elegante y pulcro, que era una de sus virtudes, dada la forma en que había sido educado, pero esto fue complementado con la ayuda de tía Consuelo. Con todo esto quiero decir que fue una grandísima señora.

Al casarse mi padre con mi madre en el año 1940 fue cuando se cambió de casa, pero casualmente a la vivienda contigua, que es precisamente en la que nació el gevato que escribe estas líneas. Allí vivieron tres años más, hasta que mi padre sacó la oposición para municipios de más de diez mis habitantes y se marchó a Tolosa, en la provincia de Guipúzcoa.

Yo la conocí, con conocimiento de causa, claro está, con trece años y a partir de ahí fueron varios los veranos que pasé en su casa. Razón tenía mi padre cuando repetía siempre que salía la conversación lo siguiente: era una persona muy bondadosa, y todo lo que salía de su boca eran palabras cariñosas y con mucho conocimiento. Y todo ello logrado por afición a la lectura, lo que la hizo ser una señora tan culta. De ahí emanaban esas cualidades que acabo de narrar.

Para que esto quede bien aclarado, en cierta ocasión, en unos de los viajes a mi pueblo, fui acompañado por don Luis Santos Gutiérrez, Catedrático de Anatomía de la Facultad de Medicina de Salamanca, y su señora, Carmina Unamuno, nieta del ilustre don Miguel Unamuno, y ya de regreso a la ciudad me dijo estas palabras: “Montero -que era mi nombre de guerra-, en tu pueblo hay personas sabias”.

Sobre tía Consuelo ya he escrito algo en el capítulo “Reencuentro con mi pueblo”, pero para que a todos los lectores “se os haga la boca agua” voy a recordaros las ricas ensaladas de tomate que preparaba, como todo lo que hacía. Y para que entren en el tema también voy a recordarles que era la madre de Emilio, a quien he dedicado el escrito titulado “En recuerdo de mi amigo del alma, Emilio”.

No quería extenderme más en este tema, porque creo que me he explayado suficientemente. Solamente por mi forma de ser espero que esté, y no lo dudo, en la Gloria.

(Foto: Juan-Miguel Montero Barrado)

domingo, 13 de junio de 2010

El Prólogo de mi libro Notas de Valdelageve

Como ya sabéis, mis queridos lectores, en 1997 escribí y edité el libro Notas de Valdelageve, que dos años después volví a reeditar, esta vez añadiendo algunos capítulos más. El Prólogo lo escibió mi querido amigo el doctor Tejerizo. En esta entrada lo reproduzco, porque creo que es de mucho interés y para mí un motivo de orgullo.


"Leído con detenimiento el manuscrito que ha puesto en mis manos Juan-Miguel Montero Barrado, llego, como primera conclusión, al convencimiento que no falta no sobra nada. Si la certeza es poesía, cierto es que el libro que Montero ha escrito sobre su pueblo, el salmantino Valdelageve, es una prédica de amor por la tierra, una imagen rica y profunda del propio pasado, al tiempo que un mensaje de un mundo que, para muchos, parece esfumarse gozosamente, ¿tal vez con dolor?.
Conozco al autor desde hace muchos años, tantos que más se pierden más en recuerdos que en complacencias o sonrisas. Montero posee un don especial, especie de intuición de lo mismo y de lo otro, para captar el sentido de la belleza de las cosas. Apasionado de la música, en concreto de la ópera, más en concreto por la figura del tenor Alfredo Kraus; lector infatigable, con una cierta anarquía, en un intento de invitar a las cosas a que se acerquen a enseñarnos algo; conversador entrañable, precisamente porque intuye los importantes descubrimientos vitales que existen en las palabras y las pausas; curioso, en general, porque hay que buscar la gravedad y la inteligencia del mundo, Montero tenía, por necesidad, que escribir. Sostiene el lector en su mano el resultado de tanta pasión, de tanta vitalidad, de tanta necesidad, de tanta curiosidad. Y mucha sinceridad.
Puestos a elegir tema, Montero ha optado por una línea de dibujo que al prologuista le parece perfecta: recrear la huella de unos hombres, que juntos se llamaron, llaman y llamarán Valdelageve, como gesto y señal de que la historia también se detiene en lugares aparentemente anónimos. La pluma de Montero, por detenerse, se ha detenido en tierras de “mediana calidad”, cuyas “producciones consisten en cereales, legumbres, hortalizas, pastos, vino, aceite, lino”. La pluma de Montero, por detenerse, se ha detenido, también, en “terrenos sin cultivar, “llenos de jara y brezo”, por donde, para dar consistencia al sueño, corren “lobos, zorros, jabalíes, venados, corzos. La pluma de Montero se quedó inmóvil en un punto del mundo de orografía accidentada, bañada por el Río Cuerpo de Hombre, para invitarnos a ir despacio y “poder disfrutar del encanto del paisaje, así como del aroma que desprende la vegetación. Nos incita, después de pasar por Peñacaballera, El Cerro y Lagunilla, a que nos quedemos en Valdelageve.
Dos son las virtudes que encuentro en la obra de Juan-Miguel Montero Barrado. La primera, frescura. En vez de abolida, queda la naturaleza de Valdelageve y su entorno, por mor de las palabras de Montero, plena vida, llena de ensueño y acción, teñida de la suficiente dosis de locura y posesionada de verosimilitud. Sin necesidad de magnificar, parece surgir una leyenda que a los “campesinos de este pueblo salmantino” con “ligeros tintes extremeños” les va a complacer. Huyendo del peligro de la naturalidad, sin encerrarse en ella, se pasean por las páginas del libro los gevatos, gentes, en palabras de Montero, trabajadoras, serias, ponderadas, alegres y vivarachas, que siendo abiertas y cordiales con los forasteros, resultan un poco reservados y criticones para con los suyos. En esa frescura, emociona, por ejemplo, ver surgir la figura de un hombre, este forastero, que se casó con una gevata, que en su pedigrí cuenta con el honor de haber sido el zagal que cuidaba la vacada del poeta José María Gabriel y Galán, inmortalizada en “Mi Vaquerillo”.
La segunda, sinceridad y rigor, dos cualidades en una. El autor vive su pueblo, pero sabe mirarle desde la distancia. Ama a su pueblo, pero éste es un amor documentado. Entiende a su pueblo, al que ha leído con los ojos, el corazón y la inteligencia. Valora a su pueblo, y lo ha hecho con gestos que captan y expresan algo más que formas. Montero ha recorrido el pueblo, que otrora visitaron reyes y mobles, escrutando cada rincón, investigando con minuciosidad datos para otros perdidos, contemplando detalles, para escribir la pequeña historia de Valdelageve, para él un relato en el que ocurren cosas que quieren ser, al menos para los gevatos, grandes.
Puede estar el autor satisfecho de lo que ha escrito. Un regreso al pasado, necesario, por ser la base de los fragmentos del futuro. Puede Montero, ahora, congraciarse consigo mismo, ya que ha conseguido analizar el corazón humano de Valdelageve para desentrañar, en él y en el alma aneja, los verdaderos sentimientos que animan el espíritu de determinados hombres. Sin este opúsculo jamás se habría percibido el encanto de un bello pueblo salmantino. El sentido de lo sagrado también se encuentra en el paisaje de un pueblo charro que, “con tintes extremeños”, quieren seguir viviendo para siempre".

Luis Carlos Tejerizo López,
de la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas

(Fotos: Juan-Miguel Montero Barrado y Jesús Montero)

Situación de Valdelageve

Estoy seguro que muchos de los lectores se están haciendo esta pregunta: ¿dónde está situado mi pueblo, mi querido Valdelageve? Voy a intentar aclararles lo mejor posible cómo ir y cuál es su situación. Saliendo de Salamanca y recorridos 3 kilómetros por la carretera N-630, se conecta con la autopista Ruta de la Plata A-66.

Desde la capital charra vamos pasando por Guijuelo, ciudad chacinera por excelencia; Béjar, ciudad famosa por sus de fábricas textiles; y Puerto de Béjar, pueblo que sirve de referencia. Hasta aquí se han recorrido 83 kilómetros. Aproximadamente y unos metros más allá veremos a la derecha la desviación a Peñacaballera, pasamos una rotonda, cruzamos la Vía de la Plata, donde exactamente está colocado el miliario nº CXXXII, y desde ahí son sólo 20 los kilómetros que faltan por recorrer hasta llegar a ese pueblo, que es el mío, y del que tantas cosas hermosas he relatado.

Por esos últimos kilómetros la carretera es estrecha, serpenteante, lo que hace que la marcha sea más lenta. Es cuando realmente se comienza a disfrutar del viaje; del silencio de la naturaleza que, cuanto más se avanza, es mayor; del paisaje... Nada se oye, sólo el sonido de las hojas de los árboles, el trinar de los pájaros, se percibe el olor de la vegetación... ¿Qué más queréis que os narre?


Se van pasando Peñacaballera, El Cerro, Lagunilla y desde este último pueblo, recorridos tres kilómetros, vamos entrando en un paraíso natural, más aún, en el terrenal, como así me parece que es y como siempre lo menciono.

A Valdelageve llegamos después de 104 kilómetros. Se encuentra situado en la parte oriental de la Sierra de Francia, colindante con la Sierra de Béjar, estando de por medio la cortada del río Alagón. Pertenece al partido judicial de Béjar, situado al sur de la provincia de Salamanca.

Los pueblos que le rodean son: Colmenar de Montemayor, al norte; Lagunilla, al sur; Montemayor de Río, al este; y Sotoserrano, al oeste. El río Cuerpo de Hombre, llamado en la antigüedad Corpus Hominis y en los siglos medievales Corpe Dumme, nace en la Sierra de Béjar, en Hoya Moros, a 2.280 metros de altitud. Siendo más concreto, lo hace en las Charcas de Venerofrío, donde, al parecer, se encuentra el único paisaje glacial de la provincia.

Y ahora voy a contar una anécdota que me ocurrió a mí. Durante una caminata por la sierra de Béjar tuve que sacar a dos niñas, como yo llamo al sexo femenino, que se les había colado sus patitas en el hielo roto, sin pensar dónde me encontraba. El hueco se hizo más grande y todo lo que soy yo, se hundió. Menos mal que la mochila evitó que me diese un buen costalazo y que el bordón que apareció por el gureco me sirviera para agarrarme y poder salir arrastrándome por si las moscas -bueno, allí no no las había- de ese infierno. No veía nada, sólo nieve y es que estaba debajo de ella. Eso sí, salí calado y muerto de frío. Toda la marcha la hice de esa manera o peor, porque además lloviznaba. El caso es que llegué a casa calado, pero ni siquiera un catarro me cogí.

El río tiene 38 kilómetros de escabroso recorrido y pasa por el flanco oriental de Valdelageve. Al sur pasa el arroyo del Servón, desembocando ambos en el río Alagón.

Este último, a su vez, separa de norte a sur la Sierra del Castillo de los montes que rodean al pueblo de Valdelageve, entre los que destacan, al norte, el alto de la Gesa (Dehesa), de 792 metros; al este, los Riscos; un poco más al fondo, el Robledo, de 896 metros; al noroeste, el Pardo; y al suroeste, el Pico de Robledo o Robleo, como en el pueblo lo llamamos; más abajo, lindando con la provincia de Cáceres, la cumbre de Calama, de 1.041 metros, y el cerro de la Pitanilla; por último, a unos dos kilómetros de estos montes, dirección este, en la zona llamada Fuente del Robledo, se encuentra el paredón o canchal de la Buitrera.


(Fotos: Juan-Miguel Montero Barrado)



viernes, 4 de junio de 2010

La fábrica de la luz

Uno de los progresos más llamativos que ha tenido nuestro pueblo a comienzos del siglo XX fue la creación de la central hidroeléctrica o fábrica de la luz, como allí se la denomina, que estaba situada en la zona llamada El Rivero. Fue construida en el año 1926 por Santiago Sánchez Nieto, natural de Ledrada, es decir, 29 años después de la primera central hidroeléctrica de nuestra provincia, que se edificó en 1897 por la Unión Salmantina para suministro de la capital. En el año 1948 don Eusebio González, natural de Puerto de Béjar, compró los derechos y erigió río abajo, en el lugar denominado Corralones, otra más moderna y de mayor potencia, suficiente para dar electricidad a 16 pueblos más de la zona.


El sistema para la obtención de electricidad era muy sencillo: dado lo accidentado del terreno y el gran desnivel existente, el agua se cogía del río Cuerpo de Hombre (Corpus Homininis y Corpe Dumme, en sus nombres primitivos) y por medio de un canal se conducía hasta un depósito, desde donde caía regulada por dos tuberías de un metro de diámetro aproximadamente cada una y por una pendiente de no menos de cincuenta de longitud. La fuerza que cogía era tan grande que servía para mover las dos turbinas alternadores.


Cuando pasó a pertenecer a la Electra de Salamanca en el año 1966, la producción de energía se integró al conjunto de la red de esa empresa. Años más tarde paso a formar parte de Iberduero, compañía que después se integró en Iberdrola. Tras estar paralizada un tiempo, esta compañía, exactamente en 1995, cedió la explotación a una empresa Faustino y Javier SL, que modernizó las instalaciones. Su explotación duró 5 años. A principios de 2010 una empresa belga se hizo cargo de ella, si bien ha vuelto a pasar la dirección, esta vez a una empresa gallega cuya sede esta ubicada en La Coruña. Yo, dados mis pobres conocimientos, no acabo de entender mucho todos estos movimientos, pero es así y no tengo más remedio que aceptarlos.

Seguramente observarán cómo estos datos no están del todo completos, pero debe de haber unas fuertes reglas para que la información no nos sea dada en su integridad. Y que conste que demasiado logré entresacar a una persona, paisano, que controla diariamente la central. ¡Qué le vamos a hacer!


Actualmente, utilizando otros medios, he llegado a conocer que una de las turbinas produce 300 kws/hora y la otra, 200. En la segunda edición de mi libro Notas de Valdelageve escribí: “Esta iniciativa ha servido de ejemplo para que otros empresarios instalen nuevas minicentrales a lo largo del curso del río”. Pero fijaos, qué casualidad, que en el año 1998 comenzara a funcionar una nueva minicentral en la zona que llamamos Los Pilares, que está más cerca del pueblo. El nombre de la empresa es Energías Reunidas de Salamanca SL. Tiene un solo generador, mucho más potente, que produce 1.100 kws/hora. Por supuesto, al igual que la anterior, está trabajando durante las 24 horas al día. La caída del agua desde la cámara de carga, nombre que acabo de conocer, se desliza por una gran pendiente de casi 100 metros y por una tubería que tiene un metro y diez centímetros de diámetro.


Mis queridos lectores, esta información es la que he podido sacar después de una no muy larga, pero sí penosa, investigación.


(Fotos: Juan-Miguel Montero Barrado)