martes, 25 de enero de 2011

Las gentes

Los agricultores y demás gente de nuestro pueblo siempre han tenido ligeros matices extremeños. Quizá actualmente van desapareciendo un poco, aunque permanecerán en mayor o menor medida, dada la cercanía y los contactos directos que existen con Extremadura. Quiero aclarar que los gevatos cada vez salen más del pueblo y se relacionan con otras zonas, tanto de nuestra provincia como del resto de España.

Dentro de los visos extremeños hay que valorar la influencia en la alegría que se percibe en su manera de hablar, en el carácter y en muchas de sus costumbres.

Una de las buenas características que tiene Valdelageve es que siempre ha sido un pueblo autosuficiente, algo muy importante dentro de las épocas por las que hemos ido pasando. En muchos pueblos no había más remedio que salir con los carros llenos de sus productos para traerlos cargados de los géneros que en sus zonas no se producían. En muchos casos, y a qué precio, la guardia civil tenía vigilados muchos caminos y esas mercancías podían ser fiscalizadas. Es ahí cuando los agricultores siempre actuaban con mucha astucia. Y este aspecto fue una de las ventajas que tuvieron los gevatos, pues no pasaron por esas calamidades y adversidades.

Actualmente siguen viviendo de la amplia variedad de ganadería y agricultura, lo que es importante, ya que, amén de todo lo cultivado en épocas pasadas, han dado un cambio trascendental en la producción, sobre todo de fruta y especialmente de las aceitunas. Una parte del trabajo de éstas tiene que ser hecho con tractores orugas, dada la orografía, aunque el resto, que no es poco, hay que hacerlo manualmente. A esto hay que añadir los caprichos del clima, que unos años hace que el trabajo resulte rentable y en otros mis pobres paisanos estén desilusionados.

Verdaderamente qué injusto es el trabajo del campo y más si tienes que luchar todos los días, como lo hacen mis queridos paisanos, pisando ese terreno tan abrupto lleno de grandes dificultades derivadas del relieve. De ahí que califique su trabajo como encomiable.

Para más colmo aparecen esos personajillos, que dicen llamarse intermediarios, personas sin escrúpulo ninguno e inhumanas. Lo peor es que desgraciadamente las autoridades de España se lo permiten. Por mi parte les adjudicaría otros adjetivos muchísimos más duros, pero...

Actualmente para movilizarse a la hora de ir a ver y trabajar las tierras e incluso para trasportar alguna cosa de poco peso todavía algunas personas siguen utilizando caballerías, algo que, según mi manera de ver, tiene un grandísimo encanto.

Lo que sí se ha incrementado en consideración es todo tipo de vehículos de tracción, como las motos, los coches, las furgonetas, los vehículos de montaña y diferentes clases de tractores, entre los que se encuentran los oruga, sumamente importantes para el trabajo en muchas zonas, como ya indiqué con anterioridad. Resumiendo, que ahora mismo hay más maquinarias que habitantes en Valdelageve.

Hay algo que les sigue haciendo mucho daño a mis paisanos y de lo que se encuentran muy dolidos, que es el ostracismo a que los tienen relegados las autoridades provinciales, regionales y nacionales. Siempre han estado muy necesitados de algunas carreteras dignas por donde poder circular, no sólo a nivel personal, sino también con todo el movimiento que se sucede con el transporte, incluso para el paso turístico. No olvidemos que estamos en el paraíso terrenal. Además se necesitan algunos puentes, indispensables para realizar el paso al otro lado del río Cuerpo de Hombre, ya que de esta manera cualquier desplazamiento que tuviesen que hacer sería mucho más sencillo y rápido.


Podría seguir extendiéndome algo más en este capítulo, pero con todo lo ya narrado en anteriores artículos, sirve este para rellenar un poco más como es el gevato su forma de vivir, trabajar y, también en muchos casos, sufrir.

Todos conocemos que el pueblo en cuestión de vecinos ya no es el que fue, algo que está sucediendo dentro del mundo rural, pero esto no es óbice para tener en nuestra mente los momentos oportunos para poder reunirnos: las etapas estivales y las fiestas. Son los momentos más cruciales para que podamos unirnos las “almas gevatas”.

Fotos: Juan-Miguel Montero Barrado



Dos poemas de don Martín

A don Martín no lo conocí, pero sí oí hablar de él y, sobre todo, lo oí por el pillo de mi compadre en su adolescencia. Se llamaba Martín García Díaz y era presbítero. Con todo mi respeto voy a sacar a la luz estos dos poemas, que seguramente escribió con todo el cariño para sus parroquianos y que quizá quieran recordarlos.


Parroquia de Valdelageve
En octubre de 1954 tomé posesión de la Parroquia de los Mártires San Fabián y San Sebastián


Fabián y Sebastián patronos de este lugar
Celebran sus fiestas patronales
Con repiques de campanas
El tamborilero tocando pasacalles
Anuncia jolgorio y bailes
Y se van a festejar
Y también a celebrar
En este lar de Valdelageve
En días de frío y nieve
El 19 y 20 de Enero
La machorra sacrificada
Con los conejos asados
El día de los Santos Mártires
Todo el pueblo acude a misa
Y también a la procesión
Con alegría de cohetes humeantes
Y tocando las campanas
Entramos en la Iglesia
A celebrar la Eucaristía
El pueblo va a comulgar
Y pedirle a los Santos
Las gracias y los favores
Que tanto las necesitan
Y el párroco con su súplica
Le pide para sus hijos
Y le oran y le aman
Y le piden de corazón
A estos Santos Mártires
Que les den paz, alegría y amor
A padres hijos y hermanos
Y porque somos cristianos
Por esto nos amamos
En Cristo Resucitado.


Fiesta de los Mártires en Valdelageve
La comedia del idiota

En la Fiesta de los Mártires
En el pueblo de Valdelageve
Le hicimos pasar bien la fiesta
Con una buena comedia
En la que trabajan
Los hijos de este lugar

Yo párroco de este pueblo
Con maestría supe enseñar
A estos jóvenes comprometidos
Que se saben explicar
A un público en silencio
Que entre acto y acto
Saben aplaudir y gritar
A los chicos que actuaban
En esta tragicomedia
Donde el protagonista
Y todos los artistas
Lo hicieron tan bien
Que tuvo que repetirse
Y les dieron el parabién
Después de saldar los gastos
Y todo recolectado
Compramos la Virgen de Fátima
Y celebramos las fiestas
el día 12 de Octubre
Que es la Virgen de Pilar.

Repicando las campanas
Hicimos la procesión
Celebramos la Eucaristía
A la Virgen del Pilar
Le pedimos a la Señora
Que nos de las gracias
Que tanto necesitamos
Que proteja a nuestras gentes
Y esto lo hacemos patente
En el día de la Virgen del Pilar.




jueves, 20 de enero de 2011

Don Pedro, párroco de Valdelageve

Es para mí una gran satisfacción ser una de las personas que han escrito unas líneas a favor de nuestro querido párroco, don Pedro, y que sirven a la vez como preámbulo para dejar presente en este trabajo que, con todo mi respeto y amistad, va dirigido para ésta persona que tanto queremos y admiramos en nuestro pueblo.

Don Pedro Calama Bares nació en La Alberca, provincia de Salamanca, el 29 de octubre de 1928. Durante su infancia siempre fue un niño sano, fuerte, inteligente y juguetón, pero eso no fue óbice para que poco a poco sus ideas se fuesen inclinando hacia la vida del sacerdocio y el amor por los demás. De ahí que comenzase los estudios en el seminario de Coria, provincia de Cáceres, que es la diócesis a la que pertenecía toda la parte sur de la provincia de Salamanca. No obstante, desde 1958 todos estos pueblos pasaron a pertenecer a la diócesis de Salamanca.

El día 12 de junio de 1954 fue ordenado sacerdote en la catedral de Coria y desde ese momento ya pudo desarrollar el trabajo que tanto deseaba: cura de pueblo, que encierra una labor importante. Si nos ponemos a pensar detenidamente, qué dos palabras tan importantes encierran una labor tan bonita y llena de amor, ternura, amistad: “cura de pueblo”.

Sus primeros destinos fueron en la comarca de las Hurdes: El Ladrillar, El Cabezo y Riomalo de Abajo. En 1958 se fue acercando a nuestra zona, siendo su nuevo destino El Cerro. Hasta el año 1980 no tomó posesión de Valdelageve y a partir de aquí es cuando puedo decir que los pueblos a los que atendía y sigue atendiendo son, además de El Cerro, donde tiene su domicilio, Montemayor del Río, Lagunilla y Valdelageve.

El trabajo que desarrolla en las parroquias y fuera de ellas es encomiable. No llego a entender cómo ha podido, y puede todavía a su edad, desplazarse, asistir a los bautizos, dar a los niños la catequesis, prepararlos para la confirmación, acudir todas las semanas y días extras a decir misas, preparar a los novios antes de la boda, asistir a los funerales, etc.

Tocando el tema de los desplazamientos, han sido muy variados. Comenzó a hacerlos con caballerías, luego con bicicletas, le siguieron coches de pequeña cilindrada y ahora posee un Volkswagen Golf, que, como digo yo, es “el que nunca muere”, pues hay que ver los kilómetros que hace por las carreteras, si es que se las pueden llamar así por el mal estado en que se encuentran, con tantas curvas peligrosas como las que hay en esa zona de la sierra.

Una vez llegada la edad de jubilarse, que como tal palabra no pasó jamás por su mente, el señor Obispo le dio plena libertad para hacer lo que desease. De ahí que diga con muy buen criterio. “No, porque mi Vocación ha sido siempre la de servir a la Comunidad”. También me dijo: “Cuando me ordené Sacerdote, lo hice para servir a la Iglesia y así lo seguiré haciendo mientras el Señor me siga conservando la salud y más ahora con la necesidad y falta de vocaciones que padecemos”.

Ahora voy a tocar otro punto muy interesante y que además me agrada. A don Pedro lo tengo ahora mismo en mi mente viéndolo en los diferentes lugares por los que se mueve: Pero lo voy a presentar preferentemente en el despacho que tiene en su casa, rodeado de libros, entre los que se encuentran principalmente los que utiliza para preparar los santos quehaceres que lleva a cabo en cuatro pueblos de la sierra. Son los libros parroquiales, que utiliza sobre todo para preparar sus trabajos, para atender a sus fieles y quizá, si le queda algo de tiempo, para descansar.

Es estos libros parroquiales es donde figuran todos los asentamientos de sus feligreses, los archivadores, las fotografías, tanto familiares como personas relacionadas con la iglesia, pero, sinceramente, como se lo he dicho en varias ocasiones, a don Pedro le falta, sin lugar a dudas, no solamente para mí, sino para una gran cantidad de personas en el mundo, una fotografía del papa Juan XXIII, el más bondadoso, inteligente y sabio que ha existido después de San Pedro.

Me he encontrado con don Pedro en algunos municipios por los que el se mueve, pero en especial en mi pueblo, Valdelageve. Tiene ya casi 83 años, pero es que hay que verlo con qué facilidad se mueve. Ejemplos son cómo sube al campanario a tocar las campanas, la fuerza y el ímpetu que pone al decir la Santa Misa y aun más al explicar el santo Evangelio. Cuando termina los santos oficios, tiene tiempo para visitar a sus enfermos y con ese carisma tan poderoso que posee, se junta a charlar por las calles del pueblo con todo tipo de personas, mayores, jóvenes y niños, y si es necesario, no le importa acompañarnos al bar para conversar y tomarse un vino con los allí reunidos.

Verdaderamente es un sacerdote único, distinto, diferente, que reúne todas las condiciones de un “cura de pueblo”, como decía al principio y se llamaba a sí mismo el papa Juan XXIII.

Ya dije con anterioridad que está a punto de cumplir 83 años. A pesar de ello, se encuentra en plenitud de forma, tanto física como espiritual, lo que quiere decir que es un gran hombre que nos ha enviado el Señor.

Don Pedro, que Dios le mantenga a nuestro lado muchos años más.


Fotos: Juan-Miguel Montero Barrado

domingo, 16 de enero de 2011

Un gevato peregrino (y 3)

El regreso a Salamanca

Satisfecho y muy contento, a pesar de todos los pesares, me dirigí a la estación de autobuses con el fin de tomar el primero que me llevase a Murcia. El tiempo de espera fue mínimo, pero al llegar a la estación ferroviaria de la capital e ir a sacar los billetes, el tren que tenía pensado coger había partido hacía unos minutos, por lo que tuve que cogerlos para el siguiente, que salía sobre las 16 horas, con llegada a Madrid a las 21 horas y enlace a las 21,13 con el que se dirigía a Salamanca.

La llegada sufrió un retraso de 15 minutos, lo que hizo que el tren que debía tomar para Salamanca hubiera partido cuando llegué. Me pregunté entonces “¿que hacer?”. Fui a cambiar el billete y enterarme de la hora de su próxima salida, que era a las 8,45 h. del siguiente día. Después me dije: “¿y qué más?” No lo pensé. Mi cabeza me dio la respuesta y dijo: “¿en qué condiciones has venido?”. A lo que respondí: “¡como un peregrino!” Entonces, “como tal debes obrar”. Permanecí en la estación hasta las 00,30, hora en que la cerraban, salí fuera, dejé las mochilas en la acera junto al bordón y me acomodé a su lado, pues era nuestro guarda. Me quité las botas, me puse las zapatillas y me tumbé todo lo largo que era, apoyando la cabeza sobre las botas.

Allí pasé cuatro horas hasta que volvieron a abrir la estación. Eran las 4,30 cuando volví a entrar en la misma, cogí sitio para sentarme. En un principio todos los asientos eran para mí, pero la gente apareció al instante, corriendo igual que bandadas de pájaros. El tiempo fue transcurriendo y llegado el momento me fui a la cafetería a desayunar, para regresar de nuevo y sentarme hasta que llegase la hora X, que, efectivamente, llegó. Entonces el gevato con toda la tranquilidad y sosiego caminó hasta entrar en el vagón y colocarse en su asiento. El tren partió. Cierto es que no recuerdo si me quedé dormido, pero la llegada fue a las 11 de la mañana.

Entre los compañeros de viaje había dos madrileños que venían a visitar Salamanca y con los cuales estuve hablando. Me preguntaron y total, que bajamos en La Alamedilla y este singular gevato hizo lo de siempre, acompañarlos y explicarles los lugares por donde pasábamos hasta entrar en la Plaza Mayor, que es lo último que les mostré. Les di todo tipo de detalles que estaban a mi alcance, les llevé a la Oficina de Información y Turismo, sita en el ágora, y allí les dije bien claro: “por vosotros ya no puedo hacer más”, por lo que nos despedimos.

Juan-Miguel, cargado como un peregrino, se dirigió a su casa, a la que llegó no sé a qué hora, pero lo cierto es que sí muy entero, contento y feliz. Y así terminó la peregrinación de este gevato, al que le pasó de todo, pero que acogió con una tranquilidad poco común en él.

Aclaración final

No quiero que penséis que todas las marchas son como esta peregrinación que os acabo de narrar, ¡no! Las marchas, por lo general, son muy diferentes. Caminamos los kilómetros según esté estipulada cada etapa, que suele oscilar entre los 25 y 30 kilómetros.

La salida se hace en autocar desde Salamanca y el secretario reparte un escrito dando explicaciones de lo que vamos a ver durante el camino, por qué lugares vamos a pasar… Daos cuenta que en casi todas las marchas siempre atravesamos algún pueblo, más o menos bonito, que tiene una iglesia de un estilo determinado, un monasterio u otras cosas de interés que siempre aprovechamos la ocasión para visitar. No obstante, para eso soy el encargado de las relaciones públicas, entre otras cosas, y persona presta para llevar la voz cantante en el autocar, de ahí que después de saludar a mis compañeros comience a dirigir las canciones que vamos a cantar. Por supuesto, la primera es casi siempre el “Perantón de Valdelageve”, pues, mis queridos lectores, aparte de ser bonita, hay que hacer patria. A continuación, un par de estrofas de la “Canción de Peregrino”, que para eso lo somos y tenemos que estar preparados, porque de vez en cuando, debido a algún acontecimiento, hay que cantarla en alguna iglesia. Luego seguimos cantando, que para ello voy preparado de un libro o unos folios con ellas escritas. Eso sí, en todas los marchas me solicitan que cante alguna canción que a ellos les gusta igual que mi voz (modestia aparte). Como normalmente los viajes son largos, nos da tiempo a que algunas personas cuenten chistes o veamos algunos reportajes muy bonitos de marchas pasadas o de acontecimientos organizados por la Asociación.

Llegamos al lugar donde vamos a comenzar a caminar, bajamos del autocar, comemos unas perronillas y tomamos algún vasito de vino dulce. Este acontecimiento es muy alegre, pero su duración es corta, pues los peregrinos tenemos muchas ganas de comenzar la marcha.

Salimos casi todos a la par, pero según vamos avanzando se van abriendo brechas. Hay que pensar que cada uno tiene un ritmo, pero intentamos que de grupo en grupo nos vayamos viendo, con el fin de no extraviarnos, aun cuando los caminos están marcados con unas flechas amarillas, pintadas sobre algunos peñascos, árboles, etc.

Como antes comenté, si hay alguna cosa digna de ver, nos paramos, la vemos y a la par descansamos. Si es alguna iglesia, a Juan-Miguel, el gevato, le toca cantar un “Ave María”, que para ello tengo preparadas en mi repertorio algunas. Pero como no todo van a ser iglesias, hay otros lugares, como pueblos o ciudades muy arquitectónicas, ruinas de nuestros antepasados, centros de interpretación, monasterios, etc. Estos lugares unas veces son más bonitos y otras menos, algunos días llueve o nieva y otros hace calor, pero siempre estamos preparados para aguantar todo tipo de adversidades.

También durante el transcurso de las marchas hablamos, pasamos ratos agradables con unos u otros grupos, o buscamos la soledad para encontrarnos a nosotros mismos, centrarnos en nuestros pensamientos, etc.

Al final de cada etapa, que suele ser en algún pueblo, paramos y buscamos algún bar para dar buena cuenta de las viandas que llevamos preparadas. La alegría que no falte y si puede ser, que contagie a la gente del pueblo que allí se encuentra.

Así termina la marcha, pero para ello tenemos que subir al autocar que allí nos está esperando para traernos al lugar de donde partimos, Salamanca.

Fotos: Juan-Miguel Montero Barrado

Un gevato peregrino (2)

Mi peregrinación a Cruz de Caravaca

Quiero deciros que en el mundo hay cinco ciudades santas que disponen del privilegio de celebrar, cuando corresponda, el Año Jubilar a perpetuidad. Son Jerusalén, Roma y en España, Santiago de Compostela, Santo Toribio de Liébana (Cantabria) y Caravaca de la Cruz (Murcia). Por supuesto, a los tres lugares de España he acudido: siete veces a Santiago, dos a Santo Toribio de Liébana y una, precisamente en septiembre del pasado año, a Cruz de Caravaca.

El comienzo

Mi ilusión ha sido narraros mis vivencias de algunas de mis andanzas. Por ser la última, he pensado que esta peregrinación, hecha desde Murcia a Caravaca de la Cruz en el mes de septiembre, era la más apropiada. Además, siendo con mi propia asociación, es decir, yo solo, por lo que no necesitaba compañía, quería sentirme como siempre me he considerado: un verdadero peregrino solitario. En ésta, de verdad, estaba muy preparado mentalmente. Llevaba esperando siete años -¡se dice bien, siete años!-, que es cuando se celebran los años jubilares y que, por motivos que ahora no recuerdo, me fue imposible realizarla en 2003.

Salí muy temprano de Salamanca para llegar a Madrid y enlazar con el tren que me dejó al mediodía en Murcia, tiempo suficiente para cargar con mis dos mochilas y el bordón o palo redondo con una contera puntiaguda de hierro en la parte de abajo. Lo primero que hice fue sellar mi credencial y salir de la ciudad buscando el lugar donde poder comenzar el camino. Muchas vueltas, preguntas y tiempo me llevó, pero con la tranquilidad, serenidad y paz interior que tenía, algo totalmente anormal en mí, llegué al lugar deseado: el comienzo del “Camino del Apóstol”. Paré y descansé para comer unos bocadillos. El tiempo corría, pues ya eran las tres de la tarde, y tenía que recorrer aún 28 kilómetros. Tal como me encontraba, con un equilibrio que nacía dentro de mi corazón, comencé a caminar para poder llegar al pueblo de Mula. El tiempo no era el más apropiado, pues hacía mucho calor y el cielo estaba gris. Tal es así que algunas gotas de agua me cayeron durante el camino, pero eso no fue óbice para que mi marcha resultase muy regular.

Pero llegó el momento de recapacitar, pensar y alegrarme de cómo todo había transcurrido hasta ese momento. Pese al billete que extravié antes de montar en el tren de Madrid-Murcia, que en otra ocasión me hubiese alterado, esta vez me sentí lleno de paz, esperando a que llegase el revisor y todo se arreglase, como así sucedió. Después de haber llegado en perfectas condiciones a Murcia y haber logrado alcanzar el punto de salida, nada fácil, comencé el peregrinaje. Transcurridos varios kilómetros, según mi costumbre, empecé a pensar en mi familia, amigos, peregrinos, en algunas personas concretas, en mí mismo, porque rezar, meditar, pedir, invocar es algo primordial para todo aquel que se sienta peregrino.

Pero mucha atención, en cada etapa también es necesario administrar muy bien los tiempos: al principio, en el intermedio o finalizada la misma, en la que es necesario buscar lugar para poder descansar, algo que resultó muy difícil en ésta. Al llevar pocos años activa, no están acondicionados los lugares, siendo casi inexistentes los albergues.

En esta primera etapa mi cuerpo y mi espíritu se sentían tan contentos y satisfechos, que canté mucho. Todos sabéis lo que me gusta cantar. Como soy muy observador, mi vista se iba recreando viendo las hermosas y fértiles huertas murcianas: los viñedos con sus racimos de uvas negras y los frondosos árboles. También pasé por lugares desérticos, que me recordaban un poco al terreno que pisé cuando estuve en los poblados saharauis, sólo que esta tierra es blanquecina por ser caliza.

Primer día descanso

El tiempo corría y mis piernas también. Quería llegar en perfectas condiciones y lo antes posible. La luminosidad del día cada vez era más corta, pero todo resultó satisfactorio. Pasadas las 7 de la tarde llegué a la ansiada población de Mula. Busqué un albergue para poder dejar todo el peso, descansar, asearme, etc., pero a quienes preguntaba, me indicaban un hotel. Una persona me aseguró que el hotel era lo mejor para emprender al siguiente día el camino, pero el precio que me podía costar eran unos 50 euros. ¡No, no, no!, un peregrino debe llevar dinero, eso debíamos saberlo todos, pero pagar esa cantidad, imposible. Di vueltas, seguí preguntando, pero… ¿para que tenía a mis ángeles de la guarda, la Santísima Virgen Guadalupana y el Santísimo Papa Juan XXIII? Una vez concluido mi deseo, os lo contaré.

Sin concretar nada, subí a ver la parroquia de Santo Domingo de Guzmán. Digo que subí, porque está en lo más alto del pueblo, casi junto al castillo. Allí me encontré con un matrimonio joven, que tenía una niña y estaba esperando a que abriesen la puerta. Me dijeron que querían ver al Divino Niño Jesús de Mula. Mientras estuvimos hablando y, al contarle mi caso, me dijeron lo mismo que los demás referente al lugar de descanso. Yo seguí insistiendo con toda la amabilidad y pasado un tiempo, al no venir el párroco, pregunté dónde vivía y me fui a su casa con la esperanza de que nos abriese la iglesia y me ofreciera alojamiento. Como no estaba, volví a subir para decírselo al matrimonio joven, que estaba cuidando mis mochilas. Al final decidimos marcharnos, si bien antes le dije al joven que me hiciese una foto. Al bajar, viéndome tan cargado, me invitaron a subir a su coche, pero, mira por dónde, durante el corto trayecto pensaron: “¿por qué no ir a la concejalía de Juventud?”. Hasta allí me llevaron y, mira qué suerte, estaba abierta. Nos recibió una señorita muy agradable y bonita a la vez, que era la secretaria. El matrimonio le expuso mi caso y luego contesté a sus preguntas, de tal manera que le faltó tiempo para llamar a un concejal del ayuntamiento, que en pocos minutos ya tenía autorización para quedarme a dormir en el edificio de la concejalía. Me despedí del matrimonio y su niña, y también de la secretaria, porque ya no los volvería a ver. De esa manera Juan-Miguel pudo pasar una noche en Mula sin tener que gastarse una cantidad de dinero excesiva a todas luces para un peregrino.

Una vez dejado el equipaje y haberme aseado un poco, como estaban en fiestas volví a subir a ver la iglesia de Santo Domingo de Guzmán y al Divino Niño Jesús de Mula, que lo habían traído desde la ermita donde habitualmente está. Postrado ante Él, oré y di las gracias a mis ángeles de la guarda por todo lo bien que me había resultado el viaje en tren, la etapa del camino y el acomodo, y pedirles apoyo para el siguiente día.

Después bajé de la iglesia, entré en lo que yo llamé albergue, me duché, poniéndome después el traje de noche, para comerme finalmente unos bocadillos, tomar mis pastillas y meterme en el saco de dormir, que era ya la hora.

Segunda etapa

Al siguiente día, antes de las siete de la mañana ya estaba en camino. La etapa terminaba en Bullas. Recorridos tres kilómetros aproximadamente y con poca luz pasé cerca de la ermita del Divino Niño Jesús de Mula. Ahora tenía que encontrar el verdadero camino, llamado Vía Verde, que es el trayecto por donde pasaba la vía del ferrocarril, pero que una vez anulada fue asfaltada y es por donde este peregrino tenía que caminar. En los indicadores figuraba el nombre de Vía del Apóstol. La pisada era muy dura y recalentaba mucho los pies. En una frase: era un camino no apto para peregrinos. Al no haber otro, no tuve más remedio que seguirlo. Había muchas subidas, pero Juanmi estaba muy entero. La mañana era serena y muy apropiada para comenzar a pensar, meditar y orar, acordándome de unos y de otros. De esta manera tan confortable iba pasando kilómetro tras kilómetro. Cuando caminas, es mejor no pensar en ello. El peregrino sabe los kilómetros que va a hacer y el tiempo aproximado que va a tardar en llegar al destino.

Quiero hacer un descanso en este relato y pasar a recordar lo que algunas veces me ha sucedido mientras transitaba por otros caminos.

Al ser una persona solitaria dentro de este tipo de marchas, hay momentos en que me encuentro muy feliz cuando camino en la dulce y hermosa soledad. Me da tiempo no solamente a pensar, sino a recrearme mirando los paisajes o las cosas más simples cuando paso a su lado, porque cada una tiene su encanto: la vegetación, con o sin flores, el ver revolotear a los pájaros, oírlos trinar en cualquier momento y, al pasar por un bosque, escuchar el sonido mecedor de las hojas de los árboles movidas por el viento. Todo ello hace que mi cuerpo y mi mente se vayan sensibilizando de tal manera que la paz y la calma me invaden, el tiempo transcurre con mayor rapidez sin darme cuenta y mi caminar es más distendido.

En esta peregrinación no he tenido la suerte de pasar por ningún paraje como el que acabo de narrar. Si lo he descrito, es porque mientras caminaba, venía a mi mente el recuerdo de esas y otras emociones vividas en diferentes marchas.

Pero no siempre sucede lo mismo, de ahí que los peregrinos tengamos que estar preparados sin dar mayor importancia a todo tipo de adversidades o momentos dulces que se puedan presentar.

En esta ocasión, dada la zona por la que me movía y al ser para mí un terreno totalmente desconocido, veía las cosas de otra manera, ni mejores ni peores, sino simplemente diferentes. Durante las primeras horas de la mañana, entre viña y viña, podía ir cogiendo algún racimo de uvas para humedecer mi garganta y este detalle tan simple hacía que en mi cara se reflejase más alegría y mi caminar fuese más alegre. También, durante esas horas, una de las cosas más llamativas y agradables fue que mientras pasaba algunos puentes, veía en las hondonadas verdes valles poblados de feraces y grandiosas huertas. Estas atrayentes vistas duraban poco tiempo y en seguida volvían a aparecer los secarrales.

Antes de entrar en la siguiente población, Bullas, el terreno volvió a embellecerse con ese color verde, que nunca cansa y sí te llena de felicidad. Eran las once y media pasadas cuando accedí a la Oficina de Información y Turismo para sellar mi credencial. Mientras la señorita lo hacía, yo le pregunté: “¿hay algún albergue en esta ciudad?”, a lo que me contestó que no. Lo medité y saqué una conclusión: “¿cómo voy a esperar hasta mañana para hacer la próxima etapa?”. Ella movía los hombros, sin decirme nada y sin atreverse a aconsejarme, porque, creo, vio en mí la voluntad de seguir y hacer las dos etapas en un solo día, como así fue.

Pero lo que a continuación hice fue entrar en una cafetería, donde pedí para beber y comer. Pagué y me acomodé en un lugar lo más lejano de la barra, donde no hubiese nadie. Aproveché para sacar una toalla, ir a los servicios, mojar bien la cabeza, el rostro, el tórax, el abdomen y los pies, o pieses, como yo digo vulgarmente, con el fin de refrescarme y poder volver a caminar en unas condiciones más óptimas, pues el calor ya se iba dejando sentir.

Tercera etapa, en el mismo día

Siguiendo el itinerario que me marcó la señorita, que aún lo tengo en mi mente, caminé por el término de Bullas al menos 3 kilómetros hasta llegar a enlazar con la Vía Verde. Comencé la marcha con muchas ganas y, dada mi condición física, veía la cosa factible. Además me ahorraba un día de camino. Desde el comienzo el entorno que me rodeaba lo veía muy monótono: tierra blanquecina con algunos matojos de hierba seca, es decir, paisajes austeros, algo que el peregrino encuentra algunas veces a su paso. Había casas o chaletes, todos ellos cerrados, pero llegó un momento en que pensé que debería reponer fuerzas. Llegué a un lugar con sombra, solté las mochilas, me senté, comí dos o tres bocadillos y una manzana, y sin más continué el camino. El calor me iba agobiando y me sentía más a gusto andando que sentado. Menos mal que durante unos kilómetros caminé entre pinos. ¡Qué alegría!, al menos iba cubierto por sombras y se notaba un poco el vientecillo. En este tramo aparecían viñas, pero con esa temperatura era imposible coger un racimo y menos comerlo, porque una diarrea se hubiese desencadenado en poco tiempo. También volví a ver algún valle con huertas y palmeras, lo que hacía que la vista se fuese recreando un poquillo. Pero el calor iba en aumento.

La soledad era lo que menos me importaba, porque mi fuerza de voluntad es algo innato en mí y más aún en mi condición de peregrino. Conociendo cómo entre algunas de las adversidades se encuentran el cansancio, los dolores, el hambre, el frío y en mi caso el calor, todo aquello que iba viendo y sintiendo, hacerlo bello, hermoso y, lo más importante, introducirme en el sentido evangélico, acogiendo en él a todos los que me rodean para llegar a través de este camino de sacrificios hasta el peregrino Jesús, que quiso acompañarnos y enseñarnos a avanzar con los pies heridos por la dureza del camino y con la mirada fija en el más allá.

Llegó un momento en el que intenté sentarme a la sombra de una casa solitaria al lado de la carretera, pero era tan grande el calor que me fue imposible aguantar. El agua la llevaba bien controlada. Volví a reanudar la marcha, pero cuál fue mi sorpresa que a pocos metros, al salvar un badén, observé a pocos kilómetros un pueblo grande: era Cehegín. Seguí caminando de la misma forma hasta llegar a él, pero con tal suerte que, antes de adentrarme en el pueblo, me encontré con una cafetería ubicada en una lonja. Esta me sirvió para descansar, refrescarme igual que en Bullas, tomarme un bote de Aquarius, luego un segundo, y acompañarlos con dos sangüises vegetales. Entretanto, entablé conversación con uno de los grupos que allí se encontraban y el rato se me hizo agradable. Antes de despedirme les pregunté: “¿cuántos kilómetros me quedan para llegar a Caravaca de la Cruz?” Me contestaron que sólo siete y que en media hora podía estar allí. Me hicieron reír e hicimos apuestas verbales. Al final les hice otra pregunta, esta vez “¿cuántos kilómetros he caminado desde Mula?”, a lo que me contestaron que de 45 a 48, más o menos. Terminada la charla, cargué con mis mochilas, cogí el bordón, que hace mucho que no lo mencionaba, y salí del lugar para reanudar la marcha.

A Dios gracias la Vía Verde estaba muy cerca y la cogí con ganas, pero andados un par de kilómetros la dolencia que tengo en el talón izquierdo, una talalgia, comenzó a molestarme. El calor cada vez apretaba más, lo que hizo que mi ritmo disminuyese. El tiempo iba transcurriendo y apenas avanzaba, cuando en la lejanía vislumbré Caravaca. El caminar era cada vez más lento, mi dolor era también más agudo y el calor… Eran los componentes que hacían sentirme verdaderamente un sufridor peregrino. A pesar de ello no desistí, llegué al polígono, que me sirvió, primero, para ir al cobijo de las sombras y, segundo y principal, encontrar una cafetería, que me sirvió para descansar, si es que puedo decir esa palabra en las condiciones que llegaba y que me vio la camarera, que era precisamente una sudamericana muy simpática. Intentó animarme, algo que le agradecí enormemente, pero esas bonitas palabras no las aprobaba mi mente. Me tomé uno y luego un segundo Aquarius, casi consecutivos, y después de darle las gracias salí para continuar mi camino con el deseo de llegar a la meta.

Pasados cien o doscientos metros casualmente vi una señal peregrina que me indicaba girar a la izquierda para seguir por el Camino del Apóstol. Este giro seguramente estaba hecho a propósito para que los peregrinos no cruzásemos gran parte de la ciudad, teniendo por ello que rodearla en parte.

Creedme, de verdad, que caminados unos pasos, a partir del desvío y dada la situación en que me encontraba, con unos dolores terribles en el talón, los sudores, el cansancio, no por los kilómetros recorridos, sino por la lentitud en que había caminado el último tramo, casi desde Cehegín, noté cómo de mis ojos salían unas lágrimas. Entonces pensé en Jesucristo, rememorando su propio trance y preguntándome: “si yo ahora mismo voy agotado, dolorido, ¿cómo lo pasarías Tú, cargado con una cruz, dándote latigazos y subiendo al monte Calvario?”. Este pensamiento hizo que mis lágrimas aumentasen y que mis ideas quedasen aún más grabadas en mi mente. Yo sabía y reconocía que mi sufrimiento era muy inferior, pero que también estaba pasando por un calvario. Lo que sí puedo asegurar es que mi mente y mi persona iban totalmente tranquilas. Sigo insistiendo que a mis lados llevaba a los ángeles de la guarda, uno a mi derecha y otro a mi izquierda.

Al entrar en la ciudad mis lágrimas fueron desapareciendo, mi mente iba cavilando sobre dónde poder encontrar un albergue para descansar. Todo esto me llevó un tiempo.

Posteriormente me tocó vivir una experiencia poco grata para un peregrino, al menos para mí, siendo también hospitalero y haber tratado con muchos peregrinos. Preguntando varias veces, llegué al albergue, pero nada más entrar noté algo muy extraño y pensé: “¿un albergue para peregrinos?. No puede ser”. Y efectivamente, al entrar vi la recepción como la de un hotel, hablé con las señoritas que allí se encontraban y me dijeron que sí, que era un albergue, pero para turistas. Entonces, asomando la cabeza por la ventanilla, vi situado a la izquierda a un fraile de la orden carmelita, entré en conversación con él y me dijo que la estancia de una noche costaba 38 euros. Yo le hice ver que era un peregrino y que como tal no podía ni debía gastarme ese dinero por pasar una noche. El fraile, con una sonrisa sarcástica, defendió su negocio y yo mi situación, pero no hubo remedio. Lo que sí es cierto es que sensibilidad y amor por el prójimo, al menos conmigo, no lo demostró. ¡Qué pena! Recapacitando después sobre esta situación, hay algo que le hubiera dicho: “mira, si yo estuviese en tu lugar y más siendo hospitalero, te hubiese proporcionado una cama gratis”. Ante mi insistencia, llamaron a la Oficina de Información y Turismo, para terminar diciéndome que dentro de unos minutos vendrían a buscarme con un coche. Mientras tanto me dijeron que me sentara en el banco que está en el patio a la derecha.

Salí y una vez localizado el banco, en vez de sentarme, me tumbé todo lo largo que era, para quedarme dormido ipso facto. Noté en ese momento, y hoy sigo consciente de ello, que estaba totalmente roto. El tiempo que tardó en llegar el coche, lo desconozco. Lo que sí recuerdo es que la persona que se presentó como Luciano se portó desde ese mismo instante como un verdadero amigo, me ayudó a meter los aperos en el coche y, ya en camino, me fue informando de todo aquello que debía conocer y cómo debía obrar al siguiente día, sobre todo para llegar a la Basílica, ahorrándome algo más de un kilómetro.

Al llegar abrió el albergue, que, por cierto, estaba vacío, lo cual me extrañó y se lo pregunté, respondiéndome: “es que ahora en septiembre no vienen peregrinos por el calor que hace”. Es ahí cuando se me ocurrió preguntarle: “Luciano, ¿cuántos kilómetros hay desde Mula hasta Caravaca?”. Después de calcularlo, me contestó que de 52 a 55.

El albergue estaba situado en un alto, a tres kilómetros aproximadamente de la ciudad. Era precioso, tanto por fuera como por dentro. Hablamos, le pagué los 18 euros estipulados, que ya es bastante, me lo dejó todo preparado, me dio las llaves y me dijo la forma que tenía que actuar por la mañana, no sin antes invitarme, caso de que me encontrase bien, a dar un paseo y visitar las Fuentes del Marqués. Me encontraba tan escacharrado, que no me acuerdo de lo que le dije. Se despidió muy amablemente, porque así lo demostró desde el principio, y allí me vi yo solito para comenzar a seguir mis pautas diarias con toda la tranquilidad. De verdad, no tenía fuerzas para nada y el talón estaba machacado. Después de ducharme, cenar y tomarme los medicamentos me puse el traje de noche, coloqué el saco encima de la cama y a dormir, que mi cuerpo lo necesitaba.

Fase final de la peregrinación

Por la mañana me levanté algo más tarde que el día anterior, pero al encontrarme bastante mejor, sin pensarlo dos veces salí a pasear y ver las Fuentes del Marqués. El recorrido era totalmente llano. Había jóvenes corriendo por los caminos del paraje y algunas personas paseando o sentadas en los bancos. Serían más o menos las 9 de la mañana y el tiempo era el ideal. Con la misma tranquilidad y serenidad que me venía acompañando durante toda la marcha, caminé a paso corto. Además la máquina de fotos que llevaba en mis manos me sirvió para hacer algunas. El lugar era lo más hermoso que había visto en mucho tiempo. El parque o paraje en algunos lugares estaba cubierto de árboles tan frondosos que había zonas por las que casi no pasaban los rayos del sol. Encima, al moverse un poco el viento, escuchaba el armonioso sonido de las hojas de los árboles, que unido al gorjear de los pájaros y ver a las ardillas cruzar el camino y trepar a los árboles, notaba cómo la alegría salía a relucir, lo que continuó el tiempo que allí estuve. Observé el curso del río y sus aguas silenciosas, y paseé durante casi una hora hasta llegar al mismo nacimiento del río, donde brotaban dos hermosos manantiales, conocidos con el nombre que lleva el parque: las Fuentes del Marqués. Allí estuve sentado sobre la tierra, observando tal belleza.

El regreso fue exactamente igual de tranquilo y acogedor. La llegada al albergue fue muy satisfactoria. Entré en él para cargar con las mochilas, coger el bordón y tomar la dirección de la Real Basílica Santuario de la Santísima y Vera Cruz, lugar donde daría por finalizada mi peregrinación. La subida desde la iglesia de El Salvador se me hizo un tanto trabajosa, ya que transcurría por una serie de calles y escaleras que, según iba avanzando, se iban estrechando. Esto me recordaba a las calles por las que caminó Jesucristo cargado con la cruz. Digo esto, porque toda la subida la hice pisando escaleras, dando giros y aguantando otra vez ese calor que se dejaba sentir cada vez más según se iba incrementando la pendiente. Pero, sinceramente, mereció la pena volver a sufrir, aunque para ello tuviera que llegar sudado y emocionado por los momentos que había rememorado.

Al pasar por un arco y ver la basílica, que fue un momento memorable, mis piernas se aceleraron, a pesar del dolor que tenía en el talón, para llegar y entrar en ella. Necesitaba culminar mi jubileo, primero con la confesión, que fue muy entrañable, dirigida por un sacerdote de color. Ver el templo, coger sitio en el primer banco, donde dejé toda mi carga para ir a venerar la Cruz de Caravaca, que es un “Lignum Crucis”; toma este nombre, al tener la Cruz en el interior, tres trocitos de madera del tronco donde murió Jesucristo. Allí estuve postrado delante de ella hasta poco antes de comenzar la Santa Misa. La ceremonia resultó muy emotiva y más aún cuando colocaron la cruz en el ara. Después de unas oraciones recibimos la bendición, pero el culmen llegó cuando fui a besarla. Además fui el primero, que es el que más tiempo tiene para mirarla, adorarla y venerarla.

Una vez terminada la ceremonia fui a recoger el diploma que acredita mi peregrinación a la Real Basílica de la Vera Cruz. De esa manera concluyó mi deseo anhelado durante siete años.

Fotos: Juan-Miguel MonteroBarrado

Un gevato peregrino (1)

Para adentrarnos en materia

Muchos de vosotros sabéis lo que me gusta caminar y que pertenezco a dos asociaciones peregrinas, además de la mía propia. Os digo esto porque vuestro paisano desde hace casi dos décadas camina sin parar siguiendo todas las marchas programadas por cada grupo, amén de las mías propias, que suelo hacerlas en las épocas que las agrupaciones aprovechan para descansar.

A la que estoy mucho más ligado es a la Asociación Amigos del Camino de Santiago - Vía de la Plata, del pueblo salmantino de Fuenterroble de Salvatierra. Es un grupo lleno de actividades, tanto profanas como religiosas, en el que hay muchas formas de colaborar. Os voy a relatar solamente un par de ellas, para que os hagáis una idea.

Fuenterroble de Salvatierra, en el Camino de Santiago – Vía de la Plata

Preparar tres carros para una boda arriera

Con el fin de rememorar cómo la celebraban sus ancestros, dos miembros de la asociación, mi compañero Rufino y este gevato que os escribe los preparamos siguiendo las pautas marcadas por el abuelo del novio, que al terminar el trabajo quedó muy complacido. Nuestra alegría fue enorme, pues no en vano le dedicamos casi dos meses, desplazándonos desde Salamanca tres o cuatro días a la semana.

La ceremonia, desde el comienzo hasta el final, resultó singular. Congregó a muchos vecinos de Fuenterroble, peregrinos y gente que llegó de los pueblos de la comarca. La gran iglesia estaba a rebosar y Blas, el párroco, se sensibilizó en los puntos precisos que tocó, lo que hizo que algunas personas se enterneciesen y, sobre todo, los novios Isaac y Pilar. A petición de la novia, Juan-Miguel leyó una poesía a la Virgen, para terminar cantando la “Plegaria” de Álvarez.

También soy “hospitalero” y como tal he trabajado en el albergue que a tal efecto tenemos, con el fin de ayudar y atender en todos los aspectos a los peregrinos, tanto españoles como de diferentes nacionalidades, que llegan a diario para descansar, pues Fuenterroble de Salvatierra se encuentra en el Camino de Santiago - Vía de la Plata. El trabajo es un poco duro, pero haciéndolo con mucho amor y alegría, resulta muy gratificante y a la vez enriquecedor.

Vía Crucis y Vía Lucis

Todos los años hacemos el Vía Crucis, caminando 13 kilómetros hasta llegar al pico de la Dueña. En cada estación paramos para hacer la lectura que corresponda y puede tomar parte quien lo desee.

Dos semanas después, continuamos con el Vía Lucis, que es una especie de romería que comienza en Beleña. Terminada la santa misa que en el pueblo se celebra, después de recorrer 33 kilómetros finaliza la marcha en la parroquia de Santa María la Blanca de Fuenterroble de Salvatierra. En esta romería los primeros en salir son los jinetes montados en sus bonitos y enjaezados caballos. A continuación lo hacen tres o cuatro grupos de gaiteros y dulzaineros, y le sigue el primer tractor, donde va la imagen de Cristo Peregrino Resucitado. Otros llevan las imágenes relacionadas con las personas que a Él le rodearon, como por ejemplo la Virgen María, María Magdalena, Santiago, san Pedro, san Juan, santo Tomás, san Pablo, etc. Luego, los cofrades, peregrinos, simpatizantes, dos o tres grupos de gaiteros y dulzaineros, y por último los coches de apoyo, por si alguna persona no pudiese caminar todo el trayecto. No es necesario llevar comida, pues somos agasajados por las gentes de las dehesas por donde pasamos.

El Vía Lucis se compone de dos partes: una, la profana; y otra, la religiosa Con esto quiero decir que en cada parada, antes o después del agasajo, al cual va unido el baile, alguno de los sacerdotes que nos acompañan tienen tiempo para deleitarnos con unas breves, pero a la vez positivas y alegres, palabras, que, por cierto, son muy aplaudidas.

De verdad que seguiría con la exposición de todas nuestras actividades, pero me extendería tanto que podría escribir por lo menos un opúsculo.

Fotos: Juan-Miguel Montero Barrado