viernes, 15 de enero de 2010

¿Quién fue "Mi vaquerillo" de Gabriel y Galán?

En el año 2006 acabé un trabajo biográfico dedicado a Félix Monforte Chorro, el protagonista del poema "Mi vaquerillo", escrito por el poeta salmantino José Mª Gabriel y Galán. Curiosamente Félix nació en Extremadura, pero acabó viviendo en Valdelageve. De sus descendientes Marcelino reside en Salamanca; Vicente, que nació en Cuba en 1921, vivió en Madrid hasta su fallecimiento en 2009; y Bonifacio, el más pequeño, habita en Madrid. En 2008 el trabajo fue publicado en el número 68 de la revista Alcántara, editada por la Diputación de Cáceres. En esta ocasión voy a reproducirlo para que lo pueda leer quien lo desee.


Félix Monforte Chorro, "el Vaquerillo" de Gabriel y Galán


Introducción

José Mª Gabriel y Galán nació en Frades de la Sierra, provincia de
Salamanca, el día 29 de junio de 1870. Hizo la carrera de Magisterio en Salamanca, trabajó dos años en Guijuelo (Salamanca) y posteriormente se trasladó a Madrid, a la Escuela Normal Superior de Magisterio, donde finalizó los estudios con nota alta. A su regreso estuvo un año más en Guijuelo y siete en Piedrahíta (Ávila).

El día 26 de enero de 1898 se casó en Plasencia (Cáceres) con la extremeña, natural de Grandadilla, Desideria García Gascón, a la que siempre llamó cariñosamente “mi vaquerilla” o “mi vaquera”. Después de la boda se fueron a vivir a casa de los tíos de su esposa, Juan Antonio Rivero Galán, del cual era también pariente José María, y Natalia García Miguel. Tenían la mejor casa y más grande que había en la plaza Mayor, se componía de dos pisos y en la parte de atrás de un hermoso jardín. La pareja de recién casados ocupó una de las plantas que había sido preparada para ellos.

El Sr. Rivero era una de las personas mejor situadas en el pueblo y al verse arropado por José María, al que conocía perfectamente a través de muchos años, le encargó la administración de todas sus pertenencias, incluidas las fincas rústicas. Algunas de éstas eran las siguientes: “el Charco Herrero” y “los Cachorros”, ambas en las cercanías de Cáparra; “el Berrocoso”, “Linares” y “el Tejar”, ambas cubiertas actualmente en gran parte por el pantano Gabriel y Galán. De esta última y otra, las mencionaré en próximos capítulos.

José Mª Gabriel y Galán tuvo tres hijos y uno póstumo. Falleció en la flor de la vida a los 34 años en Guijo de Granadilla (Cáceres) el día 6 de enero de 1905.

Biografía de Félix Monforte Chorro, “el Vaquerillo”

Poco sabemos de “el Vaquerillo”, que trabajó para el gran poeta. De nombre Félix Monforte Chorro, nació el día 18 de mayo de 1881 en Guijo de Granadilla, obispado de Coria y provincia de Cáceres. Era hijo legítimo de Anacleto Monforte Barrios y Segunda Chorro Martín, naturales y vecinos del pueblo. Fue bautizado en la iglesia parroquial del Apóstol San Andrés por el padre don Ángel González Ruano, presbítero y cura párroco de la misma, el día 22 de mayo del año 1881.

Parece ser que fue el segundo de los hijos, si bien el primero debió de ser un niño adoptado, de nombre Porfirio, y posiblemente de ahí viniera que uno de los hijos que tuvo Félix llevase ese nombre. Pero es algo que aún queda por constatar. De niño, quizá entre los nueve y diez años, comenzó a trabajar en la vaquería que tenía Gabriel y Galán, compuesta de 10 a 12 vacas.

Cuando “el Vaquerillo” marchó para formarse en el oficio que le gustaba, la manada había ascendido a casi 90 vacas, lo que motivó el consiguiente aumento de jornaleros y vaqueros. Hay que mencionar a uno de los vaqueros llamado Plácido Jiménez Terroso, también muy apreciado por el amo. El aumento de los pastores sirvió para que el niño, y más tarde adolescente, asimilase mejor el trabajo, haciéndolo más llevadero.

Siendo rapaz, a pesar de su corta edad, era vivo, listo, muy alegre y responsable, características que el poeta pudo apreciar en muy poco tiempo. No en balde en aquella época y posteriores los maestros en su mayoría, dado su gran amor al magisterio, eran grandes pedagogos, y sabían conocer y valorar las virtudes de cada niño. De ahí que el poeta o el amo, como él lo llamó indistintamente, le tomó un gran aprecio, para más tarde darle un cariño paternal.

A la finca de “el Tejar” acudía el maestro todos los días por la mañana, algunas veces acompañado por su tío, y estaba hasta el anochecer. Ésta es la finca donde comenzó a trabajar “el Vaquerillo”. El poeta en un principio le acompañaba con las vacas por los prados hasta llevarle al río donde los animales aprovechaban para beber y hacer también un alto en el camino.

También ejercía como maestro, explicándole y hablándole, de tal manera que al final con las lecciones de cultura general sus conocimientos fueron progresando. Todo ello le sirvió posteriormente para pasarlo a sus hijos, que, a pesar de la vida que llevaron, muy parecida a la suya, fueron muy conscientes y cada uno los asimiló según su capacidad.

A pesar de su edad, y sintiéndose arropado, era aún más feliz cuidando las vacas. Durante el trabajo el momento que más ansiaba todos los días era la llegada del almuerzo. Abría la morrala para sacar sus viandas, que estaban compuestas de un trozo de pan y otro de chorizo o de esa rica morcilla extremeña. Colocaría sobre el pan la chicha, con la navaja presta para comenzar a cortar primero el embutido y a continuación un cacho de pan que le sabía a gloria bendita, como ahora me lo está sabiendo a mí. En el verano también se preparaba un gazpacho extremeño nutriente y a la vez refrescante, con los preparativos que traía de casa, al que unía algunas hierbas sabrosas y olorosas que cogía en la orilla del río, como el poleo.

Terminado el descanso comenzaba a reunir el ganado, llamando a cada una de las vacas por su nombre (“Doráaa..., Caaana..., Moruuucha...”) o silbando, dado que a esas horas estaban descansando, bien a la sombra en el verano o al sol en el invierno. El trabajo lo llevaba bien y el poeta estaba satisfecho con el rapaz, de ahí que lo tuviese frecuentemente en su mente.

Cierto día decidió Gabriel y Galán pasar una noche a su lado para hacerle compañía, charlar y escuchar una vez más por su boca sus ideas, pensamientos e incluso experiencias. Además quería dormir con el niño en el monte. Esa noche tuvo tiempo para pensar, meditar y darle vuelta a las cosas, todo ello mirando al firmamento y en especial a las estrellas brillantes, que a la vez eran las que le daban más claridad a la mente.

Al venir el alba despertó al niño con unas palabras suaves y dulces, como si fueran las de su padre. Al levantarse le dijo: “vamos a hacer lumbre para preparar un rico almuerzo”, como así fue. Mientras, la conversación y los consejos se fueron sucediendo, para terminar: “Tú te quedas luego / guardando las vacas, / y a la noche te vas y las dejas... / ¡San Antonio bendito las guarda! (...). / “Y a tu madre a la noche le dices / que vaya a mi casa, / porque ya eres grande / y te quiero aumentar la soldada”.

Uno de los momentos más preciados para “el Vaquerillo” era cuando, en el buen tiempo, a través de grandes prados, laderas abruptas, entre encinas, matojos, canchales, carrascos, llevaba a las vacas a beber al río y él mismo aprovechaba para darse un chapuzón, bañándose o dejándose llevar por la corriente del agua, cual una anguila fuera. Que a gusto debía de quedar y, además, presto para continuar la jornada, ya que en esos meses solía quedarse a dormir en el campo con la boyada. Era la temporada más grata.

Un buen día, después de darse ese rico baño, pasó por allí una zagala que, por medio de sus dulces palabras y miradas picarescas, lo embaucó, llevándolo, a pesar de sus primeras resistencias, a un lugar escondido entre arbustos y matorrales..., y allí comenzaron sus primeros escarceos amorosos. Al enterarse el amo, “el Vaquerillo” fue amonestado como si su padre lo hiciera, con pocas, pero sabias, palabras, que hicieron efecto en el adolescente.

En el invierno, cuando arreciaba el frío con los cambios del tiempo, el trabajo se volvía mucho más duro, los días eran más cortos y las noches, muy largas e interminables. Una de las cosas peores era soportar la caída del agua, unas veces ligera y otras torrencial. Los vaqueros tenían unos chozos, pero a la par tenían que estar muy atentos a los lobos, que abundaban, y a otras alimañas.

Cuando observó Gabriel y Galán que el niño había crecido y viendo los dotes que poseía, creyó que no debía seguir más tiempo trabajando en el campo al cuidado de las vacas. El poeta, como si su padre fuera, le dijo: “Félix, estás preparado para poder emprender una carrera. Podría ser la de Magisterio. Creo que sería la ideal para ti. De lo demás no te preocupes, pues de todos los gastos y lo que precises, me haré cargo de ellos”.

El amo estaba muy contento pensando en el futuro del niño que con tanto mimo y cariño paternal cuidó. Pero lo que menos pensaba era la contestación que iba a recibir, pues “el Vaquerillo” le dijo: “Prefiero no estudiar. Lo que a mí me gustaría ser es carpintero”. Yo creo que lo llevaba en la sangre, ya que, al parecer, su padre también lo fue. Entonces Gabriel y Galán, con la paciencia que le caracterizaba, lo aceptó, no sin antes hacerle recapacitar y darle los consejos que creyó pertinentes. Pero el adolescente le contestó nuevamente que él prefería la carpintería. “Bueno, no hay más que decir. Cuando quieras puedes comenzar a aprender el oficio”. El poeta volvió a repetirle: “sabes que me haré cargo de todo lo que necesites durante el periodo de aprendizaje”. Y el hasta entonces “Vaquerillo” debió de ponerse muy contento. En pocos días marchó a comenzar el aprendizaje del oficio con el que siempre debió de soñar.

Desconozco el lugar donde lo aprendió, porque de los tres hijos que aún viven cada uno tiene una opinión. Marcelino, el mayor, dice que en Ahigal; Vicente, que en Plasencia; y Bonifacio, el menor, que en Hervás. En lo que sí coinciden los tres es que fue un gran carpintero-ebanista.

Cuando terminó el aprendizaje, regresó al pueblo con el oficio, comenzando a trabajar. Poco a poco se fue abriendo camino y tal es así, que no solamente hacía los trabajos en Guijo, sino que también solicitaban sus servicios en los pueblos de alrededor.

Pero he aquí que un vecino de Valdelageve, pueblo de la provincia de Salamanca lindante con Extremadura, llamado Joaquín, quiso construir una buena casa, con las cuatro esquinas de granito y el resto de ladrillos. Como en el pueblo lo que abundaba era la pizarra, entonces se puso en contacto con dos hermanos de Guijo de Granadilla, llamados “los canteranos”, para que construyesen la casa como él quería. Ellos se encargaron de transportar todo el material y a la vez de levantar la casa. Cuando necesitaron un carpintero, llamaron a Félix, que fue el que se encargó de hacer todo ese trabajo.

Mientras duró la obra Félix hizo buena amistad con la hija mayor de Joaquín, de nombre Nicolasa, chica bien situada, pues no en vano tenían la posada, lugar donde paraban todos los carrileros o arrieros que iban de paso a Extremadura. La relación entre ambos comenzó poco a poco. Aprovechaban los ratos libres para salir de paseo. Les gustaba estar juntos y recrearse con las vistas paradisíacas que tiene el pueblo de Valdelageve y que seguramente servirían para que se les ablandara el corazón diciéndose cosas hermosas. Con el tiempo el noviazgo se fue afianzando y la pareja decidió unirse. Seguramente pensarían que “hasta que la muerte nos separe”. El día 9 de noviembre de 1912 fueron casados por don Tomás Ávila Gómez, párroco de la Parroquia de los Santos Mártires Fabián y Sebastián de Valdelageve: “Félix Monforte Chorro, de 31 años de edad, hijo de Anacleto Monforte Barrios y Segunda Chorro Martín, naturales y vecinos de Guijo de Granadilla, provincia de Cáceres, con Nicolasa Sánchez Britos, de 23 años de edad, hija de Joaquín Sánchez Martín y Manuela Britos y Britos, naturales y vecinos de Valdelageve, provincia de Salamanca”.

Durante el tiempo que estuvieron en el pueblo fueron muy felices. Tan felices que Nicolasa quedó embarazada. A pesar de ello decidieron emigrar a Cuba con el fin de que Félix, trabajando en su oficio durante unos años, pudiera ganar un dinero para regresar a su tierra y montar un buen taller de carpintería y ebanistería.

Estando Nicolasa en avanzado estado de gestación partieron a la isla caribeña. Como en aquella época el viaje duraba cerca de un mes, fue el suficiente tiempo para que nuestra gevata (gentilicio femenino de los nacidos en Valdelageve) diese a luz a un hermoso varón, resultando satisfactorio. Entonces pensaron en el nombre que le iban a poner y el capitán del barco, con buen criterio, les aconsejó que dado el lugar donde había nacido, lo llamasen Marino, lo que la enamorada pareja aceptó.

Llegaron a Cuba, isla en la que permanecieron 10 años, pero con la mala suerte de que Félix, a pesar de sus esfuerzos, no pudo trabajar en su oficio. Entonces no tuvo más remedio que dedicarse a la corta de caña de azúcar. Durante esos felices años nacieron cuatro hijos más: Iluminada, Bruno, Marcelino (26-04-1920) y Vicente (19-07-1921).

Con el dinero ahorrado decidieron regresar a España para instalarse en Guijo de Granadilla, pueblo que vio nacer a Félix. Sus ideas estaban muy claras, pues quería volver a trabajar en el oficio que con tanto empeño e ilusión aprendió, y montar el taller deseado.

No tuvo mucho tiempo de saborear ni su pueblo ni su trabajo. Los padres de su esposa, Joaquín y Manuela, posiblemente precisarían de su ayuda. Sí sabemos que constantemente solicitaban su presencia en el pueblo. En Guijo de Granadilla vieron nacer a su sexto hijo, el día 14 de mayo de 1923, al que pusieron de nombre Bonifacio.

Por fin, Félix Monforte Chorro, que era un santo, y ante la insistencia de sus suegros y las ganas que tenía Nicolasa de regresar a su pueblo, decidió volver a Valdelageve. Una vez allí comenzó a trabajar en la labranza y con el ganado, pues los padres de su mujer tenían bastantes tierras y ganado.

En Cuba se dejó bigote, lo que llamó la atención a los gevatos y de ahí que le apodasen cariñosamente con el nombre de “el tío Bigotes”. En Valdelageve siguieron naciendo más hijos: Soledad, a la que posteriormente la llamaban Sor, ya que siendo jovencita ingresó en el convento, de las madres carmelitas; Porfirio, que fue el octavo y que desgraciadamente falleció en plena juventud, en el mismo Valdelageve, el día 27 de diciembre de 1954, a los 24 años de edad, donde está enterrado junto a su padre; y por último, nació el noveno, que fue Ismael.

En Valdelageve, que tenía en aquel tiempo algo más de trescientos habitantes, Félix también ejerció un poco el oficio de carpintero. Cabe resaltar la casa que hizo a una de las familias más pudientes del pueblo. Aunque no he conseguido saber el nombre del padre, sí sé el de su hija, Rosa, y luego de sus descendientes, como tía Asunción, que se casó con tío Valentín. Éstos fueron los últimos en habitar el inmueble. Esta casa se caracteriza por el arco que está en la calle de las Viñas, cuya cimbra fue hecha por nuestro amigo Félix.

En la iglesia del pueblo también hizo otra cimbra para la reconstrucción del arco de la fábrica, ya que la parte de atrás junto a la tribuna estaba en ruinas.

Casualmente el día 28 de agosto de 2006 estuve visitando otra casa en la que trabajó Félix y que yo sólo la conocía de paso, en el trayecto de Valdelageve a Sotoserrano, exactamente en la parte baja a la derecha y al lado del río según comenzamos a pasar el puente del Cuerpo de Hombre. En el lugar donde se encuentra estaban las ruinas de un convento Carmelita del siglo XVI, al igual que un molino, hoy en día casi derruido. Según el actual propietario de la finca, la casa y los restos del molino, Miguel Ángel Martín Núñez, nieto de Feliciano Núñez, molinero de profesión, entre los años 1936-1939 fue su abuelo el que mandó construir esa casa, para lo que contrató a Vicente, llamado en el Soto “Vicentín” y éste a su vez quiso que le acompañase Félix, tanto en la carpintería como ayudándole en la construcción.

Todos los años en la montanera iba Félix acompañado por alguno de sus hijos a Guijo de Granadilla a llevar un par de cerdos para cebarlos en la dehesa del pueblo, en la que él tenía una parte. Después visitaban a la viuda del poeta, doña Desideria. El cariño que continuaban teniéndose era tan grande, que cuando se juntaban, se abrazaban, y las lágrimas de ambos se deslizaban, cual unos manantiales fueran. Tal es así que su hijo Vicente, al contármelo por teléfono, se sentía embargado, emocionado y de vez en cuando observaba cómo se enternecía, recordando aquellos emocionados encuentros. Una vez llegada la calma, eran atendidos como unos miembros más de la familia, porque realmente así se sentían.

También me contó Vicente que, dado el cariño y la confianza tan profunda que existía entre doña Desideria y Félix, ésta siempre deseó que nuestro amigo, “el Vaquerillo”, se quedase con la mejor finca que tenía, “el Berrocoso”, en la que se podían criar unas decenas de vacas en el pastizal o pastadero, como él me dijo, de ahí que nunca le pusiera precio, pues era él quién tenía que valorarla. Pero Félix siempre tuvo un obstáculo, el de su esposa Nicolasa, que constantemente se negó a adquirirla.

Años después Félix regresó a su pueblo, pero no a llevar cerdos, sino a vender sus posesiones: la casa, las fincas y la parte que tenía en la dehesa. Así terminaron casi todas las visitas al pueblo que le vio nacer, Guijo de Granadilla, y en el que siempre deseó que, cuando falleciese, fuese allí enterrado.

Hablando con su hijo Bonifacio me dijo que todos los hermanos pequeños fueron a la escuela con don Juan Montero y los mayores, a las clases nocturnas que desinteresadamente daba para los jóvenes y personas adultas. Bonifacio se acuerda mucho, como él dice, “de su maestro”, del que habla maravillas. Incluso me ha dicho que al ser él, entre otros, una persona muy estudiosa y trabajadora, “mi padre siempre le tuvo gran aprecio”, de ahí que saliese con muy buenos conocimientos, que posteriormente le ayudaron mucho para abrirse camino. Años después de marcharse mi padre, sus hermanos salieron de Valdelageve y obtuvieron buenas colocaciones. Solamente Marcelino se quedó en él, en su trabajo en la central eléctrica, donde fue reconocido y estuvo a la vez bien pagado. Hoy día me dice que vive desahogadamente, con buena pensión que le ha quedado.

Aprovechando la coyuntura, don Juan Montero Picón, que fue mi padre, estuvo trabajando como maestro en Valdelageve varios años, desde 1934 hasta 1943. Allí nací y es un pueblo del que me siento muy orgulloso. A mí me gusta llamarme y presentarme en muchas ocasiones como “Juan-Miguel, un gevato de Valdelageve”.

Cuando mi padre llegó al pueblo iban a la escuela sólo 8 alumnos. Sin embargo, en lugar de acobardarse, se dedicó a trabajar incansablemente. Era un gran amante de la enseñanza y un gran pedagogo. Tal es así que los alumnos fueron aumentando hasta llegar a 56.

Ahora reflexiono y digo: dada la habilidad y cualidades que “el Vaquerillo” tenía, de haberse situado en una gran ciudad y haber trabajado de carpintero-ebanista, como era su ilusión, seguro que su familia hubiese vivido más desahogada, en otro ambiente muy diferente para que sus hijos hubiesen tenido muchas más oportunidades y mejores salidas, e incluso, si alguno de ellos hubiese querido, podría haber aprendido el oficio, ya que maestro tenían, con unas grandes cualidades y el amor a su familia. Sin embargo, influenciado por su mujer y la familia de ella no tuvo más remedio que quedarse en Valdelageve, trabajando principalmente como ganadero y agricultor.

Para terminar este corto pero queridísimo relato, quiero decirles que Félix Monforte Chorro falleció el día 15 de mayo de 1968 en el mismo Valdelageve, donde reposan sus restos. Su esposa, Nicolasa Sánchez Britos, fue llevada por su hija Iluminada a Barcelona, donde falleció 6 años después.

Así acaba la historia de un personaje que, para mí, muy poca gente conoce. Tampoco hay nadie o casi nadie que se haya preocupado por hacer un trabajo de investigación sobre la vida de un trabajador, como la de Félix Monforte Chorro, “el Vaquerillo”.

Ahora sólo resta que alguien más continúe desarrollando este pequeño estudio con el fin de que la vida de un “modesto trabajador del campo” sea elevada al lugar que le corresponde.

Recorriendo por enésima vez el pueblo de Guijo de Granadilla, quiero informar a la gente que no lo conozca, que acuda, pues merece la pena verlo y hablar, como yo siempre digo, con mis amigos extremeños, dada su simpatía en el trato y la forma cariñosa que tienen de hablar. Allí podrán ver la Casa-Museo de Gabriel y Galán, que precisamente fue en la que vivió junto a su esposa Desideria y sus hijos. Al lado está el Patronato Cultural Gabriel y Galán, muy bien dirigido por Juan-José Barrios Sánchez, donde tienen una biblioteca y diferentes dependencias en las que preparan todo lo que respecta al poeta. Frente a la Casa-Museo hay un busto dedicado al poeta. También podemos ver la ermita de “El Cristu Benditu”, donde llevó a su primer hijo, llamado Jesús, en ofrenda para colocarlo delante del Cristo. Meses después, a principios del año 1899, acabó de escribir la poesía que lleva el nombre de la ermita. En el cementerio está la tumba donde reposan sus restos y por diferentes lugares hay muestras en las que podemos leer fragmentos de algunas de sus poesías.

El poeta todo lo que tenía de intelectual también lo tenía de humano, de ahí que en la revista Cuadernos del Lazarillo. Revista literaria y cultural, en su nº 29, de julio-diciembre de 2005, Juan-José Barrios Sánchez, autor de un trabajo dedicado a José Mª Gabriel y Galán, haya escrito: “Como vemos, José María se siente más a gusto entre los pastores y jornaleros, de hecho sus dos grandes amigos fueron Félix Monforte Chorro y Plácido Jiménez”.

Aclaración final

Hasta aquí concluye mi escrito. Me gustaría aclarar que, si bien está basado en datos reales y contrastados, incluye una parte novelada que he ido imaginando a raíz de la información conocida sobre la relación de “el Vaquerillo” con el poeta José Mª Gabriel y Galán. Para ello he contado con la colaboración de los hijos de Félix Monforte Chorro: Marcelino Monforte Sánchez, Vicente Monforte Sánchez y Bonifacio Monforte Sánchez.

Salamanca, 8 de septiembre de 2006



MI VAQUERILLO


José Mª Gabriel y Galán

He dormido esta noche en el monte
con el niño que cuida mis vacas.
En el valle tendió para ambos
el rapaz su raquítica manta
¡y se quiso quitar-¡pobrecillo!-
su blusilla y hacerme almohada!
Una noche solemne de junio,
una noche de junio muy clara...
Los valles dormían,
los búhos cantaban,
sonaba un cencerro,
rumiaban las vacas...
y una luna de luz amorosa,
presidiendo la atmósfera diáfana,
inundaba los cielos tranquilos
de dulzuras sedantes y cálidas.
¡Qué noches, qué noches,
qué horas, qué auras,
para hacerse de acero los cuerpos,
para hacerse de oro las almas!
Pero el niño, ¡qué solo vivía!
¡Me daba una lástima
recordar que en los campos desiertos
tan solo pasaba
las noches de junio,
rutilantes, medrosas, calladas,
y las húmedas noches de octubre,
cuando el aire menea las ramas,
y las noches del turbio febrero,
tan negras, tan bravas,
con lobos y cárabos,
con vientos y aguas...!
¡Recordar que dormido pudieran
pisarlo las vacas,
morderle en los labios
horrendas tarántulas,
matarlo los lobos,
comerlo las águilas...!
¡Vaquerito mío¡
¡ Cuán amargo el pan que te daba!
Yo tenía un hijito pequeño
-hijo de mi alma,
que jamás te dejé si tu madre
sobre ti no tendía sus alas!-
¡y si un hombre duro
le vendiera las cosas tan caras...!
Pero ¿qué van a hablar mis amores,
si el niñito que cuida mis vacas
también tiene padres
con tiernas entrañas?.
He pasado con él esta noche,
y en las horas de más honda calma,
me habló la conciencia
muy duras palabras...
Y le dije que sí, que era horrible...,
que llorándolo el alma ya estaba.
El niño dormía
cara al cielo con plácida calma;
la luz de la luna
puro beso de madre le daba,
y el beso del padre
se lo puso mi boca en su cara.
Y le dije con voz de cariño
cuando vi clarear la mañana:
-¡Despierta, mi mozo,
que ya viene el alba
y hay que hacer una lumbre muy grande
y un almuerzo muy rico...! ¡Levanta!
Tú te quedas luego
guardando las vacas,
y a la noche te vas y las dejas...
¡San Antonio bendito las guarda...!
Y a tu madre a la noche le dices
que vaya a mi casa,
porque ya eres grande
y te quiero aumentar la soldada...


12 comentarios:

  1. Por azar he llegado a este documento. Mis felicitaciones por llevarlo adelante. Me ha proporcinado datos sobre Gabriel y Galan interesantes y he sabido de Valdelageve por primera vez.
    Le animo a que continúe, pues a veces uno no sabe que bastante gente lee y utiliza lo que se escribe en Internet.

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  2. Después de muchos años, y queriendo recordar mi infancia, he recurrido a internet para acceder a este poema, que con tanto sentimiento yo recitaba. Me ha sorprendido gratamente éste documento, y al leerlo, me he sentido transportada, a aquel tiempo y a aquellas vivencias.
    Le felicito por su trabajo. Estos relatos llegan al corazón.

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  3. Precioso poema y bonita y desconocida historia para mí

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  4. Siempre fui incondicinal de la poesía de Gabriel y Galán hoy tratando de volver a leer "el vaquerillo" le pregunté a Google como suelo hacer actualmente con otros temas y mi gran sorpresa y sastisfacion encontré la poesia y este gran trabajo de recopilación y narración de la vida del vaquerilo. Me ha encantado y quedó muy agradecido. Un abrazo

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  5. Hoy he llegado a ésta página sin querer y con querer buscar este poema tan bonito....y porqué decidí buscarlo,...porque mi mamá plasmó éste poema en un lienzo, y cada vez que llega algún personaje a mi casa, se admiran de los óleos de mi madre, y especialmente de «Mi Vaquerito».y yo les explico que mi madre se inspiró el el poema de José María Gabriel y Galán, si pudiera le mandaría una foto de esta otra obra que fue inspirada por este personaje y por este Gran poeta de sentimientos tan nobles como su corazon.Gracias de verdad, ah, y me impresiona ver mi hermoso apellido, se relacione también con este poema😊.Saludos desde Viña del Mar,Chile

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  6. De niña en una fiesta recite esta poesía.
    Me a hecho muchísima ilusión

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  7. Muchas gracias Juan, yo también hago mis pinitos literarios. Tú trabajo me ha venido muy bien. Estamos presentando el libro "Contracorriente" por toda Extremadura, también lo hemos presentado en Talavera en la librería Contrapunto y en Madrid en la casa de la Cultura. Mi relato es la biografía de mi infancia y se asemeja muchísimo a la de Félix Monforte. En la próxima presentación voy a recitar "Mi Vaquerillo" y haré un comentario de tú trabajo. Cuando vaya por Valdelageve preguntaré por ti. Un saludo. Celestino

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  8. Preciosa historia. Gabriel y Galán me lleva a mi infancia cuando le leía poemas a mi abuela y siempre nos emocionábamos. Gracias

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  9. Yo también recuerdo el poema q aprendí siendo muy niña ya q mi maestra era una enamorada de las poesías de Gabriel y Galán

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  10. Tuve la inmensa suerte, durante mi infancia, de pasar largas temporadas en La Codosera (Badajoz), el pueblo natal de mi padre. Allí, como ignorante niño de ciudad que creía saber de todo, tuve la fortuna de hacer muy buenos amigos que me enseñaron, entre otras cosas, los mismos juegos de calle que sirvieron para llenar los ratos de ocio de mi padre, mi abuelo, . .y así, posiblemente, hasta la época de Viriato. Me enseñaron también a recorrer el campo y disfrutarlo con la simple observación de todo cuanto nos ofrecía la Madre Naturaleza.

    En mi casa, al amor de la lumbre en invierno o a la fresca sombra en verano, disfruté escuchando los más maravillosos cuentos e historias que un niño pudiese imaginar, los mismos que, muchos años más tarde, transmití a mis hijos. Del mismo modo, disfruté de las veladas amenizadas con la lectura de las obras de José María Gabriel y Galán. Entre todas ellas, siempre hubo dos que lograron, al escucharlas, ponerme los pelos de punta y sentir una enorme emoción. Una de ellas es "Mi vaquerillo" y la otra "Los pastores de mi abuelo", en la que mi padre veía reflejada la figura de su abuelo y del tiempo que le tocó vivir.

    Aún hoy, Gabriel y Galán es para mí una lectura frecuente, necesaria, evocadora y reconfortante.

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