lunes, 26 de abril de 2021

Don Juan y su añorado pueblo de Valdelageve

Muchas veces, con letras pequeñas, contó mi padre, Juan-Eloy Montero Picón, por qué tomó Valdelageve como primer pueblo en el mundo de la enseñanza. Voy a explicarlo.

Quiero comenzar recordando a mis paisanos y lectores que él venía de una familia muy integrada en el mundo de la enseñanza. Sus padres eran maestros y a Peñaranda de Bracamonte acabaron llegando destinados. Cuando comenzó a trabajar, su madre -mi abuela Pilar- ya había fallecido y su padre -mi abuelo Severiano- contrajo nuevamente matrimonio con otra maestra, de nombre Francisca. Su hermana mayor, mi tía Vicenta, también era maestra y por si eso fuera poco, se casó con otro maestro, mi tío Desiderio.

Cuando mi padre terminó los estudios de Magisterio aprovechó el tiempo para hacer prácticas en la escuela unitaria que regentaba su padre, don Severiano Montero Sánchez, donde permaneció hasta que aprobó en 1934 las oposiciones. 
Siempre dijo que su idea era ir a Fuenteguinaldo, un pueblo situado en el suroeste de la provincia, cerca de la frontera portuguesa. Pero la influencia de su padre tuvo más fuerza. No dejaba de ser un buen maestro y gran pedagogo, y estaba muy contento con la labor que hacía en su escuela de Peñaranda. Tal es así, que actualmente un colegio de educación infantil y primaria lleva su nombre. Finalmente mi abuelo convenció a su hijo para que tomase posesión de la escuela unitaria de Valdelageve.

Tocando este punto, mi padre siempre fue muy escueto. Solamente comentaba que ambos, muy contentos y felices, hicieron el viaje en taxi hasta el pueblo que mi abuelo había entre escogido y recomendado. Y allí dejó a su hijo. Luego, cuentan que… regresó a Peñaranda llorando.

Estábamos en el año 1934. Mi padre tenía 20 años y unas ganas enormes de trabajar. Fue bien recibido, poco a poco mejor tratado y aún más querido. Así lo dejé plasmado en una entrada que publiqué hace ya diez años y que titulé “Un maestro que dejó huella”:

“Los comienzos fueron bastante difíciles. Solamente asistían a clase ocho alumnos, sin embargo, en lugar de acobardarse se dedicó a trabajar incansablemente. Era un gran amante de la enseñanza, una persona muy cumplidora, un gran pedagogo, serio, enérgico y exigente en su trabajo”.

Yo me reía mucho con un alumno suyo de esos años, Zacarías Fernández Rodríguez, cuando me aseguraba que llegaron a asistir 60. Le insistía que mi padre siempre dijo que fueron 56, a lo que él, revocándome, me contestaba: “No, no, éramos 60; quizá aquel día faltasen 4”. Nuestro amigo y paisano Zacarías falleció el día 26 de octubre del 2020 a los 92 años de edad.

Bien es cierto que mi padre, don Juan, siempre dijo: “En Valdelageve pasé los más bonitos, mejores y felices años de mi vida”.

(Fotografías: en la primera, a la izquierda, mi abuelo Severiano Montero Sánchez; a la derecha, mi padre, Juan-Eloy Montero Picón; en la segunda, mi padre, a la izquierda, de pie y con corbata; mi abuelo, sentado a la derecha; y en la tercera, mi padre con sus alumnos y alumnas de Valdelageve).  

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