Don Juan-Eloy Montero Picón fue una persona, entre otras, que como Maestro Nacional dejó una enorme huella en el pueblo de Valdelageve y que hoy día se sigue palpando, no sólo por los pocos alumnos que quedan, sino por la admiración que hacia él continúan teniendo y que ésta se ha ido transmitiendo a posteriores generaciones.
Una vez aprobadas las oposiciones, a los 20 años de edad, don Juan-Eloy Montero Picón tomó posesión de la escuela unitaria de Valdelageve en el año 1934. Tenía ganas de comenzar a trabajar, pues no en vano procedía de padres de la misma profesión, de ahí que fuese una persona plenamente dedicada e integrada en el Magisterio.
Los comienzos fueron bastante difíciles. Solamente asistían a clase ocho alumnos, sin embargo, en lugar de acobardarse se dedicó a trabajar incansablemente. Era un gran amante de la enseñanza, una persona muy cumplidora, un gran pedagogo, serio, enérgico y exigente en su trabajo. Todas estas cualidades profesionales quedaban completadas con su amabilidad, la cercanía en el trato, y el hecho de ser campechano y abierto con las gentes, entre las que incluimos también a sus alumnos.
Dada su labor, esos ocho alumnos que en un primer momento acudieron a la escuela poco a poco se fueron incrementando en número, hasta llegar a cincuenta y seis. Como anécdota, en aquellos años vivía en el pueblo Félix Monforte Chorro, que en su niñez fue el vaquerillo que tuvo el gran poeta salmantino José María Gabriel y Galán, al que le dedicó la poesía “Mi Vaquerillo”. Félix tuvo nueve hijos y algunos de ellos asistieron a la escuela. Hoy aún viven Marcelino y Bonifacio.
Mis queridos paisanos y amigos, como podéis ver, su dedicación a la enseñanza era tan grande, que la enfocó también para preparar desinteresadamente en la educación y formación a los jóvenes y adultos. Este grupo acudía a las clases por la noche.
Su profesionalidad no se limitó únicamente a lo concerniente a la escuela. Se las arreglaba para sacar tiempo de donde no lo había y así preparar diversas actividades culturales que hacían crecer a los jóvenes y adultos en otras facetas de la vida. Cualquiera puede recordar las obras de teatro que representaron los lugareños gracias a él. ¡Lástima de época! Hoy día, con el progreso y las ayudas, alguno de los grandes talentos hubiera triunfado sin ninguna duda en otros escenarios seguramente mejor iluminados.
El día 18 de diciembre de 1940 se casó con doña Felisa Barrado Diego, natural de Salamanca, gran mujer, la que vio nacer a su primer hijo, el que escribe estas líneas, en Valdelageve el día 10 de noviembre de 1941. Dos años después, en un 11 de abril, aunque esta vez en Salamanca, dio a luz una niña a la que le pusieron el nombre de María del Pilar, que solamente vivió en el pueblo unos meses.
Doña Felisa vivió tres hermosos e inolvidables años en el pueblo, adaptándose perfectamente a todos y a todo lo que la rodeaba. Era alegre, cariñosa, simpática y por ello también fue muy querida y adorada por todos los vecinos. Fue una digna colaboradora de su marido en las actividades culturales y también lo hizo con las mujeres del pueblo, a las que enriqueció tratando con ellas como si una más fuese, enseñándolas, entre otras cosas, corte y confección. También llegó a formar un coro y cuando se le necesitaba, ejercía como enfermera que era.
Desde entonces hasta ahora mismo, tanto a mi madre como a este gevato nos recuerdan de una manera muy especial y no solamente aquellos con los que nos trataron, sino sus descendientes. Quede muy claro que el cariño y agradecimiento es recíproco.
Habiendo aprobado don Juan las oposiciones a ciudades mayores de 10.000 habitantes en el año 1943, nos trasladamos los cuatro miembros de la familia a la villa de Tolosa, situada en la provincia de Guipúzcoa.
Para finalizar, tanto sus discípulos como el resto de la gente del pueblo siempre han guardado, y aún lo siguen haciendo, excelentes recuerdos de él. Lo han demostrado con creces durante toda su vida y más aun en la fecha de su fallecimiento el día 28 de octubre de 1988.