sábado, 28 de enero de 2012

La calzada romana llamada Vía de la Plata (1)

En 2008 escribí un artículo titulado "La calzada romana, desde Augusta Emerita hasta Augusta Asturica, pasando por Salmantice". La "Asociación Amigos del Camino de Santigo - Vía de la Plata" de Fuenterroble de Salvatierra (Salamanca) tuvo la gentileza de publicarlo en su página web, lo que se puede ver pinchando en el anagrama de la asociación situado en el ángulo superior izquierdo (http://www.viadelaplata-fuenterroble.com/). En él se encuentra el artículo con todas las fotos que fui haciendo en su día y que ilustran mi narración, a la vez que dan fe de mi paso por esas tierras. Ahora he decidido publicar el artículo en el blog que, dada su extensión, tengo que hacerlo por partes.


Presentación.

Por tratarse de un trabajo muy singular y, a la vez, muy particular creo que es necesario presentarlo a todos los peregrinos, senderistas y caminantes, incluidos los de mi queridísima Asociación “Amigos del Camino de Santiago – Vía de la Plata” de Fuenterroble de Salvatierra / Salamanca (ACASAN-Vía de la Plata).

Al escribir esta presentación no sólo he pensado en disfrutar sobre lo que he disfrutado, sino recordar todo lo que he visto y vivido para que sirva a todos aquellos que habiendo hecho el recorrido del Camino, en su totalidad o en parte, no hayan tomado notas no hayan hecho fotos. Que este trabajo sirva al menos para que se puedan recordar algunas de las cosas tan maravillosas que hemos visto. Y también para que les sirva de referencia a aquellos que tengan pensado hacer el Camino.

El trabajo es muy sencillo, pero esta hecho con todo el cariño del mundo, con toda mi humanidad y basado en mi experiencia, pensando no solo en mí, sino en todos aquellos que quieran leerlo.

Para hacerlo un poco más vivo, entrañable y entretenido he añadido algunas anécdotas que, creo, van a hacer que resulte más agradable.

Y para terminar pido a todos los peregrinos y caminantes que respeten y mejoren los caminos y sendas, sin olvidar que siempre habrá otros que en sucesivos años seguirán nuestros pasos.

Los orígenes de la Calzada.

Calzada quiere decir camino empedrado y holgado por su anchura. Vía, camino por el que se transita. La calzada romana de Mérida a Astorga es el camino que, enlazando desde África, partía de la actual provincia de Cádiz, atravesaba Extremadura y León, y llegaba hasta Gijón (la Gegio romana), hacia el norte, y Finisterre (Finis Terrae, el confín de la tierra conocida en Occidente), hacia el noroeste. Diversos pueblos que habitaron la península Ibérica la aprovecharon principalmente para la búsqueda de oro, plata, cobre y estaño.

Pero mucho antes de que la calzada romana se construyese, fue una senda o vereda que fue transitada por animales salvajes que, en realidad, fueron quienes la fueron marcando. Con el paso del tiempo también empezó a ser utilizada por tribus nómadas que llevaban el ganado en busca de lugares donde poder pastar. De esa forma fue tomando otra dimensión, esta vez más humana.

Durante el I milenio a. C., antes de la conquista romana, empezó a ser frecuentada por gentes pertenecientes a otros estados, que tenían un desarrollo económico, social y político más evolucionado. Uno de esos estados era el fenicio, proveniente del Mediterráneo oriental y que fundó Gadir, la actual Cádiz. También estaba Tartessos, creado en torno al valle de Guadalquivir. El uso del camino con una finalidad comercial, destinado al transporte de productos agrícolas y minerales, le fue dando otra imagen entre los pueblos ibéricos. Durante la presencia cartaginesa, entre los siglos IV y III a. C., tuvo además un carácter militar, mejorándose sustancialmente el camino, lo que facilitó tanto la actividad comercial como el tránsito de tropas.

Con la dominación romana de la Península, iniciada a finales del siglo III a. C. y que supuso la culminación del proceso de evolución económica, social y política, empezó a construirse definitivamente la Calzada tal como la conocemos hoy. Se habla de la fecha 39 a. C. cuando, por orden del emperador Augusto, se inició su construcción en Mérida para terminarla en Astorga, llamándola Iter ab Emerita Asturicam, que, según mis propias averiguaciones, quiere decir Camino desde Mérida a Astorga. Augusta Emerita (la actual Mérida) fue fundada en el año 25 a. C., siendo la capital de Lusitania, una de las tres provincias en que Augusto dividió Hispania (nombre latino de la península Ibérica), ocupando el cuadrante suroeste peninsular. Augusta Asturica (Astorga) fue fundada un poco después, el 25 a. C., y alude a la tribu de los astures, situada en las montañas hacia el norte. La ciudad se convirtió en una de las más importantes del noroeste peninsular, capital del conventus de Asturum, perteneciente a su vez a la provincia Tarraconense, primero, y de Gallaecia, desde el siglo III. Las dos ciudades sirvieron para recompensar a los veteranos de la fase final de la guerra de conquista de Hispania, que durante los últimos años del siglo I a. C. dirigió el emperador Augusto. Sus nombres reflejan, como ocurrió con otras ciudades (Caesaraugusta, Zaragoza; Lucus Augusti, Lugo; Bracara Augusta, Braga...), el homenaje al emperador que las fundó. El nombre de Augusta Emerita lleva en primer lugar el nombre del emperador para que siempre fuera recordado.

Las calzadas romanas: construcción y medición.

Para construir las calzadas los ingenieros romanos siguieron diversos pasos, siempre dando signos de un nivel técnico elevado, que permitió no sólo un uso intensivo en su tiempo, sino también en los siglos posteriores.

Tras un previo reconocimiento del terreno el primero de los pasos era el trazado de la calzada, en el que cuidaban los desniveles del terreno, que no debían exceder del 8%. El segundo paso, conocido como statumen, consistía en cavar una profunda y ancha zanja, tras lo cual echaban una primera capa de grandes piedras para cimentar el terreno y a la vez drenar la calzada. Le seguía, como tercera fase, el rudus, de manera que sobre la capa anterior colocaban piedras y guijarros que servían para dar consistencia al firme, que era siempre apisonado por capas. En el cuarto paso, llamado nucleus, echaban sobre el rudus nuevas capas de materiales, pero esta vez de grava, arena y tierra arcillosa, que también eran apisonadas. La calzada adquiría de esta forma un perfil ligeramente abombado, lo que evitaba que se encharcase con el agua de las lluvias al deslizarse hacia el exterior. El último paso, summun dorsum, era la pavimentación, que no se hacía siempre igual. Una forma consistía en la colocación de lanchas o piedras lisas, fuertemente apisonadas, con la intención de ofrecer un firme resistente. Se hacía solamente en los tramos de calzada que cruzaban las ciudades o los puentes. En el resto de los tramos el lomo era cubierto por un conglomerado firme, compuesto de piedras machacadas y esmeradamente apisonado con arena y arcilla, como lo que ahora llamamos zahorra. Se hacía así para evitar que durante el camino se hiciesen daño los soldados que marchaban con sandalias y también para los caballos, que iban por entonces sin herrar.

El conjunto estaba amparado en los laterales por unas piedras alargadas que hacían la función de bordillos, a lo que le seguían las cunetas, que desaguaban a ambos lados de la calzada toda la lluvia que recogían.

La Calzada de Mérida a Astorga tenía una longitud total de 313 millas, es decir, unos 463 kilómetros, y su anchura oscilaba de cuatro metros y medio a seis metros. La duración total del tránsito estaba calculada en unas quince jornadas. Su trazado ha sido utilizado prácticamente hasta el pasado siglo XIX, en que se empezaron a construir las carreteras. Numerosos restos originales de la Calzada los podemos ver todavía repartidos en los distintos tramos.

La medición de las distancias se basaba en la llamada milla romana, o sea, 5.000 pies, equivalentes a 1.000 pasos militares. Teniendo en cuenta que a cada pie se le daba una medida de 29,6 centímetros, una milla romana serían 1.479 metros y 23 centímetros. Hay quienes hablan de 1.500 metros, que creo que es para redondear y hacer más sencilla la medición.

Para conocer las distancias se colocaban los miliaria, hoy conocido como miliarios, que son columnas cilíndricas de piedra hechas de una sola pieza. Tenían unos 2 metros de altura y de 40 a 60 centímetros de diámetro. Su base era cuadrada e iba enterrada. En la parte superior se escribía el nombre del emperador que hizo la obra y en la parte inferior se ponía el número que le correspondiese por la distancia.

Los miliarios se colocaban cada milla de distancia y casi siempre a la izquierda de la calzada. Aunque, como hemos dicho, una milla equivalía a 1.479 metros, hay miliares situados entre 1.360 y 1.660 metros. Es decir, cada mil pasos dobles (izquierda, izquierda, izquierda, derecha, izquierda, como los pasos militares).

En la calzada de Mérida a Astorga había entre 180 y 183 miliarios. El padre Morán (1) ha defendido que en la capital salmantina estaba colocado el número 180. No obstante, algunos historiadores defienden que el número 183 estaría situado por la actual plaza del Corrillo.

Cada 25 ó 35 millas había una mansio, que era un núcleo de población situado junto a la calzada y en el que había un pequeño fortín militar para descanso de los soldados o mercaderes tras una jornada de marcha. En un lugar intermedio se encontraba el mutatio, que servía para cambiar las caballerías.

Conocemos el nombre de bastantes de las mansiones distribuidas a lo largo de la calzada y su lugar de ubicación, al menos de una forma aproximada (2). En muchos casos se conservan vestigios arqueológicos de la época. Partiendo de Mérida, en Extremadura se encontrarían, hasta un total de cinco, las siguientes: Ad Sorores, en Casas de Don Antonio; Castra Caecilia, en Cáceres; Turmulus, en las cercanías de Alconétar; Rusticiana, en Galisteo; Capara, en Cáparra; y Banienses o Banium, en Baños de Montemayor. En la provincia de Salamanca habría otras cinco: Caecilio Vicus o Caelionicco, en las cercanías de Puerto de Béjar y Peñacaballera; Ad Lippos, en Valverde de Valdelacasa; Sentice, (de sentis, zarza), en la finca La Dueña de Abajo, de Pedrosillo de los Aires; Salmantice, en Salamanca; y Sibaria, en la Dehesa de San Cristóbal, en Topas. En las provincias de Zamora y León, hasta Astorga, podrían estar Ocelo Duri, en Zamora; Vicus Aquarium, en el despoblado de Villareso, en Montamarta; Brigeco, en Morales del Rey; y Bedusnia, en San Martín de Torres.

Algunos aspectos de Augusta Emerita.

Como ya hemos dicho, los romanos llamaron a la actual Mérida con el nombre de Augusta Emerita. También se refirieron a ella como la Roma hispana. Los habitantes de la ciudad son emeritenses, gentilicio que deriva del nombre romano. Pero como Mérida fue la capital de Lusitania, a los emeritenses también se les puede llamar lusitanos.

La ciudad está atravesada por los ríos Guadiana y Albarregas, nombres de origen árabe. El primero fue llamado por los romanos con el nombre de Anas, que al parecer en algunas épocas llegó a tener una anchura de un kilómetro. El otro río lo conocían por Albaregia, siendo un afluente del primero que desemboca en la propia ciudad.

Teniendo en cuenta la importancia que para los romanos tenía el abastecimiento de agua para sus viviendas o para el riego de los campos, conocemos de la época varias construcciones, que se conservan en perfecto estado. El embalse de Cornalvo, próximo al pueblo de Trujillanos, fue el primero en construirse y aunque hasta Mérida el recorrido por caminos era de 12 kilómetros, precisaron de 25 para poder llevar el agua mediante canales y acueductos para salvar así los desniveles del terreno. Por cierto, al primer acueducto que se levantó en la ciudad le dieron el nombre del pantano, es decir, Cornalvo. Un segundo embalse era el de Proserpina, situado a 6 kilómetros y cercano al pueblo de Carija. La longitud de sus canales era de 12 kilómetros y el agua entraba en la ciudad por el acueducto de Los Milagros, cuyo nombre popular alude al hecho de haberse mantenido de pie desde su construcción. El acueducto de San Lázaro, vulgarmente llamado “Rabo de Buey”, recogía las aguas de todos los arroyos y fuentes cercanas a la ciudad, conduciéndolas por canalizaciones subterráneas. El río Albarregas pasaba por debajo. Se dice que tanto las compuertas de los embalses, las canalizaciones, el alcantarillado, las cloacas con desagües al río etc., están en buen estado de conservación, y las galerías subterráneas, que pueden verse en varios tramos, tienen tales proporciones que podían cruzarse por dos personas andando.

Fue tal la perfección técnica de estas construcciones, que algunas de ellas, sobre todos los embalses, actualmente se siguen utilizando para el regadío de tierras de labor, huertas, prados en los que crecen unos buenos pastos, lugares de recreo, etc.

Según el Presidente del Centro Iniciativo de Mérida y amigo mío, Ángel Texeira , el miliario 0 no se conoce, pero, de existir, debía de haber estado en el cruce de las dos calles principales de la ciudad, que los romanos conocían con los hombres de cardus maximus, en dirección norte-sur, y decumanus maximus, en dirección este-oeste, situándose en su confluencia el foro. Éste en Mérida coincide hoy aproximadamente con el cruce de las calles Santa Eulalia y Juan Pablo Forner. El miliario I estaría a unos 1.480 metros del punto donde estuviera el miliario anterior, coincidiendo con la primera rotonda que hay nada más salir del puente del Albarregas. El miliario II, ya en la antigua carretera de Cáceres, estaría a unos 700 u 800 metros del hostal Los Milagros. El miliario III estaría próximo al arroyo de las Arquitas. El IV, a la altura de Val de los Hitos. Y el V, en la carretera de Mirandilla, que sí existe, pero está caído.



Notas

(1) P. César Morán (agustino): Reseña histórico-artística de la provincia de Salamanca. Edición facsímil realizada por la Universidad de Salamanca y la Diputación Provincial de Salamanca, sin fecha, de la obra original del autor de 1946.
(2) Miguel Ramos Romero: “La Ruta de la Plata (II)”, en el diario Tribuna de Salamanca, domingo 6 de agosto de 1995; y P. César Morán (agustino): Reseña histórico-artística de la provincia de Salamanca.

(Fotos: Juan-Miguel Montero Barrado)