Muchas
veces, con letras pequeñas, contó mi padre, Juan-Eloy Montero Picón, por qué
tomó Valdelageve como primer pueblo en el mundo de la enseñanza. Voy a
explicarlo.
Quiero
comenzar recordando a mis paisanos y lectores que él venía de una familia muy
integrada en el mundo de la enseñanza. Sus padres eran maestros y a Peñaranda de
Bracamonte acabaron llegando destinados. Cuando comenzó a trabajar, su madre -mi
abuela Pilar- ya había fallecido y su padre -mi abuelo Severiano- contrajo nuevamente
matrimonio con otra maestra, de nombre Francisca. Su hermana mayor, mi tía
Vicenta, también era maestra y por si eso fuera poco, se casó con otro maestro,
mi tío Desiderio.
Cuando
mi padre terminó los estudios de Magisterio aprovechó el tiempo para hacer
prácticas en la escuela unitaria que regentaba su padre, don Severiano Montero
Sánchez, donde permaneció hasta que aprobó en 1934 las oposiciones.
Siempre dijo
que su idea era ir a Fuenteguinaldo, un pueblo situado en el suroeste de la provincia, cerca de
la frontera portuguesa. Pero la influencia de su padre tuvo más fuerza. No dejaba
de ser un buen maestro y gran pedagogo, y estaba muy contento con la labor que
hacía en su escuela de Peñaranda. Tal es así, que actualmente un colegio de educación
infantil y primaria lleva su nombre. Finalmente mi abuelo convenció a su hijo para que
tomase posesión de la escuela unitaria de Valdelageve.
Tocando
este punto, mi padre siempre fue muy escueto. Solamente comentaba que ambos,
muy contentos y felices, hicieron el viaje en taxi hasta el pueblo que mi
abuelo había entre escogido y recomendado. Y allí dejó a su hijo. Luego, cuentan
que… regresó a Peñaranda llorando.
Estábamos
en el año 1934. Mi padre tenía 20 años y unas ganas enormes de trabajar. Fue
bien recibido, poco a poco mejor tratado y aún más querido. Así lo dejé
plasmado en una entrada que publiqué hace ya diez años y que titulé “Un maestro que dejó huella”:
“Los
comienzos fueron bastante difíciles. Solamente asistían a clase ocho alumnos,
sin embargo, en lugar de acobardarse se dedicó a trabajar incansablemente. Era
un gran amante de la enseñanza, una persona muy cumplidora, un gran pedagogo,
serio, enérgico y exigente en su trabajo”.
Yo me
reía mucho con un alumno suyo de esos años, Zacarías Fernández Rodríguez,
cuando me aseguraba que llegaron a asistir 60. Le insistía que mi padre siempre
dijo que fueron 56, a lo que él, revocándome,
me contestaba: “No, no, éramos 60; quizá aquel día faltasen 4”. Nuestro amigo y
paisano Zacarías falleció el día 26 de octubre del 2020 a los 92 años de edad.
Bien
es cierto que mi padre, don Juan, siempre dijo: “En Valdelageve pasé los más
bonitos, mejores y felices años de mi vida”.
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