viernes, 25 de marzo de 2011

Gabriel y Galán: evocación de un gran poeta

Es tan grande la admiración que siento por nuestro insigne poeta salmantino José María Gabriel y Galán, que me creo en la obligación de dejar impresas unas letras sobre él en mi cuaderno. Lo hago, además, apoyándome en su fiel “vaquerillo”, Félix Monforte Chorro, el cual vivió en Valdelageve más de cuatro décadas. Estoy pensando que si comienzo detallando una serie de fechas desde el día en que vio por primera vez la luz, este corto escrito se hará más agradable, ameno e interesante.

José María Gabriel y Galán nació en Frades de la Sierra, provincia de Salamanca, el día 28 de junio de 1870, habido del matrimonio formado por su madre Bernarda Galán y su padre Narciso Gabriel Panadero, labrador y ganadero de profesión.

Tanto en su niñez, infancia y adolescencia su alegría y sonrisa se dejaban notar en su cara. Mucho de ello tuvo que ver la influencia de su madre, a la que le unía la afición por la lectura y el afán por escribir versos siempre dedicados a su familia. Eso hizo que nuestro personaje, ya con doce o trece años, comenzase también a escribir sus primeros versos. Pero es aquí donde su carácter comienza a cambiar y sentirse, según avanza el tiempo, más sensible y humano.

A los 15 años, terminados los estudios primarios y por sugerencia de su maestro don Francisco de Canto, decidió su familia que fuese a estudiar a Salamanca. Era el año 1885 cuando se matriculó en la Escuela Normal de Magisterio. El 30 de enero de 1888, con 17 años, consiguió el título de maestro de escuela, obteniendo la calificación de sobresaliente en todas las asignaturas. Se presentó a las oposiciones y las aprobó, consiguiendo la plaza de Guijuelo a los 18 años.

El pueblo de destino no estaba muy distante del suyo y en él empezó desde principio del curso a ejercer su nueva profesión, pero enseguida recibió la noticia del rectorado de la Universidad de que había sido seleccionado para trasladarse a Madrid y concluir el grado Superior. La noticia la acogió con alegría, dejando en su lugar a otro maestro.

Ya en la capital de España se matriculó en la Escuela Normal Superior junto a otros 49 maestros más, donde comenzó un nuevo curso que sirvió para consolidar y perfeccionar los conocimientos ya adquiridos. Su estancia en Madrid en lo que se dice a estudios fue magnífica, ya que de los 50 alumnos, solamente 9 fueron los aprobados, siendo José María el que obtuvo la máxima nota, sobresaliente, obteniendo así el Grado Superior de Maestro.

Sin embargo, esa experiencia no fue del todo positiva, pues los ruidos, las prisas, la grandeza o la modernidad, entre otras cosas, hicieron que los nervios se fuesen apoderando de él. De ahí que entrase en una depresión producida, más que nada, por su soledad, melancolía, angustia. Como dijo el poeta,

tuve la desdicha de consumir un año de mi vida.

En el curso 1889-90, con 19 años, se reincorporó a su puesto de maestro en Guijuelo. Pero como ha escrito Carmen Fernández Daza Álvarez, “alejado ya del ruido de las ciudades, recuperada ya la bondad del campo y de la aldea, hallamos a un Gabriel y Galán feliz, desarrollando alegre su labor de maestro de Guijuelo, desde donde escribió”:

Soy feliz como nunca y a Dios debo esa felicidad… Sólo puedo decir que si antes pensaba, hoy sueño; que si antes quise hacerme filósofo, ahora quiero ser poeta.
En 1891, se presentó a unas nuevas oposiciones y tras unas brillantes pruebas accedido a la plaza de Piedrahita, ciudad sita en la provincia de Ávila. Tomó posesión en el curso 1892-93, ejerciendo en la Escuelas Municipales hasta el año 1897, año en que, dada su delicada salud, depuso momentáneamente la enseñanza, dejando de nuevo en su lugar a un sustituto.

Nuestro gran poeta se trasladó a Guijo de Granadilla, en la provincia de Cáceres, donde vivían sus parientes Juan Antonio Rivero y su esposa Natalia, y junto a ellos su sobrina Desideria, en este caso hija, al haber sido adoptada. Es precisamente en este pueblo donde se sintió siempre muy tranquilo y a gusto, todo ello por ser una persona muy apegada al campo.

El día 26 de enero de 1898 contrajo matrimonio con Desideria García Gascón en la iglesia de San Esteban de Plasencia. Del matrimonio nacieron Jesús, Juan, Esteban y María Purificación, siendo está última hija póstuma.
Lo cierto es que encontrarse definitivamente en su ya conocida Extremadura y unido al cambio en sus ocupaciones, que significó para él un impulso a la paz, el amor, la contemplación de la naturaleza y el implicarse en las labores de un hombre de campo, todo ello le ayudó a mejorar su estado de salud. Su cuerpo ya no se veía tan endeble y enfermizo. Estos acontecimientos cambiaron totalmente su vida, pero lo más sorprendente fue el amor que sintió por su adorada esposa, a la que gustaba llamarla cariñosamente “mi vaquerita”.

Todo este cúmulo de acontecimientos fue suficiente para que abandonase la enseñanza en Piedrahita y se dedicara por completo a seguir el nuevo trabajo o misión que había comenzado.

Es a partir de esta nueva etapa de su vida cuando también se dedicó verdaderamente a escribir su gran obra poética, a enviar trabajos a diferentes periódicos y revistas de tirada local y nacional, y a presentar algunas de sus poesías en concursos y Juegos Florales, de los que en varias ocasiones fue ganador. “El Ama”, que fue la primera poesía que presentó en un concurso, comienza así:

Yo aprendí en el hogar en qué se funda
la dicha más perfecta,
y para hacerla mía
quise yo ser como mi padre era
y busqué una mujer como mi madre
entre las hijas de mi hidalga tierra…

Esta poesía fue premiada con la flor natural en los Juegos Florales celebrados en Salamanca el día 15 de Septiembre de 1901.

Fue un poeta querido y admirado, no sólo en los lugares donde vivió, sino por todo el pueblo español y sudamericano, de ahí que en Perú, como dice el Premio Nobel de la Literatura 2010, Mario Vargas Llosa, “en su país también se habla el extremeño” (castúo). En Argentina incluso se siguen imprimiendo sus obras.

También fue frecuentemente loado por los temas en que se inspiró, como por ejemplo, la naturaleza y el campo, las gentes del pueblo, religiosos, sociales, familiares y de su profesión de maestro, etc. Sus poesías en su momento fueron queridas por el pueblo, porque se sentían identificados en ellas. El caso es que en la actualidad todo lo que escribió y manifestó se encuentra actualmente vigente.

El poeta siempre dijo que sus versos los escribía tanto en el campo, sentado o tumbado debajo de una encina, como en la mesa de su escritorio.

Tuvo relaciones con personas relevantes dentro del mundo de la poesía, pero fue con Miguel Unamuno con quién llegó a tener una estrecha amistad. Sus consejos le estimulaban a seguir escribiendo. Juan José Sánchez de Horcajo ha escrito en su libro La poesía social en Gabriel y Galán lo siguiente: “Unamuno apreciaba profundamente a José María Gabriel y Galán, recitaba sus versos de memoria, se los enseñaba a sus amigos de Salamanca y Madrid; y a pesar de ser escueto en alabanzas, a Gabriel y Galán no le regateó sus elogios. E insiste Unamuno en su elogio: ‘No ha pasado Galán por la tierra como una callada sombra; deja cantos de consuelo para los pobres soñadores del sueño de la vida. En estos cantos queda el alma de su alma. Se la dio su pueblo y a su pueblo vuelve’”.

Para terminar, porque este trabajo sería inacabable, sus poesías fueron escritas en un principio en castellano, para pasar luego a expresarse en extremeño, pues no en vano sus años más felices fueron los pasados en esa tierra acompañado de sus gentes.

Pero he aquí que el día 6 de enero de 1905, a los casi 35 años de edad, falleció en Guijo de Granadilla, pueblo en el que tanto le quisieron y respetaron.

El los últimos momentos de su vida se le oyó balbucear algunos versos de Jorge Manrique: “Cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte”.

Durante mucho tiempo se sucedieron numerosos homenajes póstumos por toda España, al igual que por diferentes países hispanoamericanos, pero no hay que olvidar que nadie sufrió tanto la muerte como sus dos mejores amigos: Plácido Jiménez Terroso y Félix Monforte Chorro, aquel niño que trabajó para él hasta llegada su adolescencia y al que le dedicó una de sus mejores poesías, “Mi Vaquerillo”.

Epílogo

Todos los que seguís este cuaderno, conocéis mi gran afición a la ópera, de ahí que no pueda por menos de mencionar cómo la muerte del gran tenor español Miguel Fleta, aragonés de nacimiento y casado con la salmantina Carmen Mirat, fue de una forma parecida a la del poeta.

En los últimos instantes de su vida, 29 de mayo de 1938, saliéndole un hilo de voz, susurró unas frases entrecortadas:

O dol… ci… bacci
o lan…gui… de ca… re… zze…

Son las primeras estrofas de la romanza del tercer acto de Tosca, el “adiós a la vida”.

(Fotos: Juan-Miguel Montero Barrado).

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