¿Quién no ha oído hablar en Valdelageve del Huerto del Lobo? Éste es el tema que quiero tocar ahora, porque creo que es muy interesante y a la vez bonito, tanto para la gente joven del pueblo, estén en él o fuera de él, como para todos mis amigos, como os considero a los que visitáis el cuaderno.
Un dato que he estado muy interesado en conocer ha sido el nombre exacto que tuvo esa zona antes de que comenzase a conocerse con el sobrenombre actual. Pero lo siento, me ha sido imposible conseguirlo. De lo que estoy seguro es que el nombre y el huerto tienen una vida de casi 150 años.
Todas las personas mayores coinciden que ese lugar se encontraba cubierto de monte bajo, como jaras, brezos, escobas, madroñeras, etc., que son los arbustos con los que actualmente continúa poblado gran parte del terreno sin cultivar. También me han contado que el sitio estaba en un lugar recóndito y con algo de agua, que es precisamente por ese motivo por el que había un “chabarco”, como por allí llaman al charco hecho por los animales. Así mismo, aseguran que era un lugar frecuentado por los lobos, ya que, al reunir esas condiciones y estar al abrigo del viento y otras inclemencias, lo aprovechaban para encamarse. Me podéis creer que al oír esta frase con la palabra encamarse me hacían siempre reír. Pasado un tiempo y analizándola me dio por pensar. ¡Ay que ver qué término más bonito y acertado!
Es entonces cuando tío Pablo, como así lo llamaban, conociendo ese trozo de terreno y, además, tan adecuado para lo que él tenía en mente, no debió pensárselo dos veces y se dedicó a limpiarlo y a adecentarlo. Como me aclararon, con la ayuda de tío Quiterio, con el que hacía muy buenas migas, entre otras, para ir de caza. Pues bien, tío Pablo aprovechó la mejor parte para hacer un bancal. Su mente estaba clara, pues era el lugar ideal y propicio para preparar una pequeña plantación de tabaco, cuidando de que ésta no fuera visible para que pudiera pasar desapercibida. En la parte de abajo plantó un castaño y una higuera, la que llegaría a ser con el tiempo tan famosa.
Sabemos que esas plantaciones, fuesen grandes o pequeñas, estaban prohibidas por la ley y, por tanto, perseguidas por las autoridades. De ahí que debían tener su licencia correspondiente, ya que, de lo contrario, la que fuese localizada sería intervenida y multado el propietario. Ésa es la razón de que fueran pocas y estuviesen bien protegidas o escondidas. Claro que también había alguna otra cosa más, como, por ejemplo, las aceitunas. Sobre éstas, quien quiera puede consultar el escrito mío "Hacer el aceite a pisón", de marzo de 2010.
En aquellos tiempos la vida de los labradores y el conjunto de la gente que vivía en el medio rural no era nada boyante. Dada la situación en que se encontraban y la escasez de dinero que por entonces había, no tenían más remedio que arriesgarse -¡con el debido respeto!-. A partir de ahí nuestro paisano Pablo, que es el que a nosotros respecta, y alguna persona cercana a él pudieron disfrutar del aroma que despedía el tabaco, de su sabor, del deleite, la delicia, el gozo que sentían al dar esas ricas y ansiadas chupaditas diarias- Yo nunca he fumado, pero siempre les oí decir que las de la mañana eran las mejores. Esta plantación duró algunas décadas, no muchas, pero sí las suficientes para poder saciar, como dije antes, las necesidades y ansiedades de algunos de nuestros paisanos.
Es ahora cuando creo conveniente comenzar a sacar las principales raíces de mi paisano o, más bien, aquellas que a mí personalmente me atañen. Veréis, su nombre era Pablo Nieto Martín, casado con Vicenta Galán, que, entre otros hijos, tuvieron a nuestra querida, adorada y en varias ocasiones mentada tía Consuelo. Escribo tía, por haberla conocido de mayor. ¿Por qué?, porque, como muy bien saben mis lectores, en su casa estuvo viviendo mi padre varios años, exactamente desde que llegó a Valdelageve en 1934 a ejercer la profesión de maestro de escuela. La tía Consuelo tuvo a Juana y Emilio, y del primogénito de su hija, a quien pusieron de nombre Julián, me une una profunda amistad. Llegado el momento, cuando éste se casó con Isidra, tuvieron como primogénito a Justo, de quien soy su padrino, convirtiéndonos así en compadres. ¿Os dais cuenta cómo en este relato voy uniendo tanto lo material como lo familiar?
Después de haber hecho este pequeño inciso en el escrito, retorno nuevamente el tema del Huerto del Lobo. Cesado el cultivo del tabaco, pasó a ser el huerto que nosotros conocimos, pero… ¡qué huerto! En él crecían cuantos frutos sembrasen. Vais a pensar que soy muy simple, pero en mi mente y mis ojos siempre estuvieron, y siguen estando, los tomates y las cebollas, ingredientes imprescindibles para preparar las buenas, ricas y sabrosísimas ensaladas, amén de la alegría que siempre sentimos. ¡Ojo!, desde el momento en que decían “mañana vais al Huerto del Lobo”.
La famosísima higuera, aun siendo tan grande, creo que no dejaba de crecer. Tal es así que encontrándonos a su lado, en el interior o donde estuviésemos parecíamos unos gnomos. ¡Qué envergadura y qué altura! Según mis averiguaciones proyectaba aproximadamente una circunferencia de unos 30 metros. Lo que sí certifico es que para fotografiarla entera había que alejarse muchos metros.
Los higos eran negros, grandes y de calidad… superior. Durante la época de cosecha se calcula que se recogían más de 500 kilos. Entre los caídos llegábamos a coger de 200 a 300 kilos, que iban destinados como comida a los animales. Y los había también que no se podían coger por estar en la parte alta de la higuera, aun cuando los vareáramos.
Quiero que me perdonéis, pero es que en mi mente está el terminar relatando algo de los lobos y de su paso por el huerto, que duró aproximadamente hasta algo antes de mediados del siglo XX, cuando comenzó la repoblación. Los lobos salían de noche para hacer sus recorridos. Solían dividirse en grupos, cada uno de ellos con no más de 6 ejemplares. Estaban acostumbrados a seguir sus sendas o veredas. Unos iban dirección a Valdehuetre, otros a las Pitanillas, etc. Los que por allí merodeaban, pasaban por las huertas del Rebollar, atravesaban el Riato, subían por los lugares llamados Vegalobera, la Majá, el corral de tío Manolo, etc. Los que llegaban al huerto muy a menudo paraban posiblemente para comer higos, ya que este alimento, entre otros, era de su agrado. Les gustaba a pesar de ser unos grandes depredadores, pues, como sabemos, no sólo se alimentaban de pequeños o medianos mamíferos.
Y ahora os preguntaréis por qué son conocidas estas paradas. Pues porque cuando allí se detenían, dejaban visibles sus huellas, que eran alargadas y marcaban los cuatro dedos y sobre todo las uñas. También se podía observar visiblemente el asentamiento de sus almohadillas. Luego seguían su partida, siempre en busca de lugares donde hubiese animales. Una vez atravesado el camino que iba de Lagunilla al Soto se dirigían hacia la Puente Caía, donde había unos cuantos corrales. Una de las zonas creo que se llamaba la Gelechoza. De cualquiera de las maneras, en ése u otros términos podían abatir presas, que generalmente eran cabras u ovejas.
Es así, precisamente, como he querido terminar este corto relato, redactado con la humildad que me caracteriza, el cariño por todo lo que a mi pueblo respecta, de sus espléndidas personas, a las que tanto quiero, y de sus paisajes. Tocando la palabra lobo, mis paisanos de avanzada de edad no quieren ni oírla ni mentarla.
(Fotos: Juan-Miguel Montero Barrado; la foto del lobo está sacada de http://www.guardabosques.net)
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