Entre los objetivos y proyectos que nos llevó a un grupo de representantes de la Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui de Salamanca a algunos de los poblados durante unos días, solamente quiero mencionar al que a nuestro pueblo y a todas sus gentes respecta, aunque lo adorne contando alguna anécdota. Estos viajes se realizan, por lo general, una vez al año, aun cuando los contactos con ellos sean frecuentes.
El tema que nos interesa comenzó exactamente el 10 de agosto del 2005, día de fiesta en nuestro pueblo,
El día 8 de febrero 2006, a las 12,30, partimos desde la T4 del aeropuerto de Barajas de Madrid 10 miembros de la asociación salmantina, acompañados por Yayia, miembro del Frente Polisario, que es la organización política de los poblados saharahuis. La primera escala fue en Argel, donde nos surgieron los primeros problemas y alguno bastante serio. La llegada a Tindouf, final del trayecto, fue a las 3,30 de la madrugada, donde también padecimos algunas dificultades y contratiempos, que, al fin y a la postre, dados nuestros grandes ánimos e ilusiones, quedaron como simples anécdotas que luego nos sirvieron para que el resto del trayecto, ya por tierra, se hiciese más entretenido.
A la salida del aeropuerto en Tindouf, ciudad argelina, nos estaban esperando dos vehículos todo-terreno 4x4. Los conductores eran saharauis -¿de donde sino?. Íbamos a sus poblados, aunque estuviesen, como bien saben, en territorio argelino. El trato y comportamiento de los conductores fue desde el principio muy afable, de ahí que nuestro ánimo subiese aun más enteros. Nos colocaron en el interior de los vehículos, y los equipajes y demás bultos en la parte de arriba. Ahora sólo nos quedaba llegar a Tichla, donde nos habían preparado el cuartel general.
El trayecto fue malo de solemnidad. Lo mismo el coche iba sobre piedras que sobre arena y en muchos casos iba dando saltos y meneos debidos a los baches. Me llamó enormemente la atención de cómo el chófer conducía el coche, teniendo en cuenta que no existía ni carretera ni señalización ninguna. Solamente -es mi suponer- se guiaba por las luces del coche, el reflejo de la luna y la situación de las estrellas, que casi seguro le servirían de referencia. El caso es que después de un largo tramo accidentado y con el trasero un tanto machacado llegamos al lugar previsto.
La llegada al poblado de Tichla fue a las 5 de la mañana. La señora Fatimetu, su sobrino Habea -al que llamábamos Sabio- y su sobrina Habida nos estaban esperando, y nos tenían preparada sobre una mesa baja algunas fuentes llenas de manjares, como, por ejemplo diferentes clases de frutas, dátiles, pastas, etc. para que pudiésemos cenar. Solamente comimos unas pastas y tomamos tres vasos de te. ¿Y por qué tres vasos? ¡Ay, amigos!, esto es un rito y una tradición guiándose en tres pensamientos que es preciso que conozcáis, amén de que sirve para darle un poco más de interés al escrito:
El primero es amargo como la vida.
El segundo, dulce como el amor.
El tercero, suave como la muerte.
Seguidamente preparamos las colchonetas de espuma, nos pusimos los chándales, nos echamos una manta encima y a dormir, que al siguiente día teníamos que madrugar.
Después de levantarnos, la habitación-comedor la dejamos totalmente ordenada. Colocamos las colchonetas según estaban, es decir, en el suelo y alrededor de la habitación, cubriéndolas con unas colchas aterciopeladas de color azul turquesa y encima de éstas unos cojines del mismo paño. En el centro volvimos a poner la mesa con la bandeja llena de frutas y pastas.
Quiero aclarar que es costumbre antes de entrar en la habitación quitarse el calzado y dejarlo en el patio. Estando de tertulia nos sentábamos sobre las colchonetas que rodean la habitación y para comer lo hacíamos con las piernas cruzadas sobre una alfombra extendida.
Para ejecutar los proyectos que llevábamos en cartera, precisábamos unos días, durante los cuales nos movimos siempre con los coches 4x4. Teníamos que visitar otros poblados. Uno, Rabuni, donde se encuentran los ministerios y que en alguno de ellos estuvimos. En las cercanías está el Protocolo, lugar donde están los representantes del Frente POLISARIO. Smara, el poblado más comercial. Entre estos dos lugares está la Agrupación de Mujeres Saharauis E 27 de Febrero, sede que se mueve con una inquietud indescriptible, pues su idea es formar a las mujeres saharauis en diferentes actividades y que, a decir verdad, lo consiguen. En Ausserd se encuentra un Centro Médico y en las cercanías, el Centro de Disminuidos Psíquicos, del cual nuestra Asociación se hace cargo de todo lo que precise.
Entre estos planes, que íbamos llevando a cabo, tampoco nos faltó tiempo para cumplir con el propósito que llevaba este gevato entre sus manos y que representaba a toda la gente de Valdelageve. Para emplear el dinero donado por todos nosotros, dediqué un tiempo en compañía de otros dos miembros del grupo para localizar a la persona que en Tichla hace las veces de, digamos, alcalde. Era un
hombre mayor, pero que nada más verlo se le notaba una personalidad diferente a cuantos antes habíamos visto y tratado en el poblado. Se le notaba seriedad y sensatez, y, a la vez, se le percibía una serenidad poco común. Estaba en compañía de otra persona de unas características parecidas. Por supuesto, enseguida nos percatamos de sus conocimientos sobre el poblado, amén de las necesidades de las familias. Conversamos, impartimos criterios y, después de llegar a un acuerdo, nos dirigimos a visitar a las dos familias escogidas.
Esta segunda parte resultó mucho más bonita, más humana y enternecedora. Solamente había que ver la cara y los ojos de cada señora desde el momento en que entramos a visitar a cada una en su casa, por supuesto, y observar cómo sus rostros iban cambiando según íbamos exponiéndolas la causa de nuestra visita.
Ahora solamente nos faltaba hacer entrega de lo acordado y para ello nos dirigimos al poblado de Smara en 2 coches 4x4. Uno era furgoneta, para comprar lo que habíamos convenido con ellas. De verdad que fue otra nueva experiencia para mí ver la forma en que se hizo la compra, visita tras visita y sin faltar el regateo.
Pero fue al siguiente día, al presentamos en cada una de las casas para hacer la entrega de lo que habíamos convenido y que ellas precisaban, cuando realmente estalló el júbilo y hasta las lágrimas, entre las que se incluían las mías. Lo siento, pero soy una persona muy sensible.
El primer regalo en entregar fue una cabra lechera, que costó 75 €. El segundo, una placa solar, cuyo coste fue de 235 €. Y con este acto culminamos, en cada una de las casas, aquella idea que nos propusimos llevar a cabo todos los gevatos, no sin antes tomarnos las tres consabidas tazas de té.
Como veréis, mis queridos paisanos, desde ese momento el nombre de nuestro pueblo, Valdelageve, quedó grabado hasta la eternidad en el poblado de Tichla.
Según habéis estado leyendo estas líneas, no os habéis podido percatar de las condiciones en que viven estas personas, estos seres humanos que fueron expulsados, desalojadas, alejados de su país… Por las fotografías colocadas os daréis cuenta que en los lugares inhóspitos y paupérrimos de la tierra -¡que tierra, si allí no se ve el verde ni en el invierno- donde viven. Además, están en terreno argelino, ya que del suyo se apropió el reino de Marruecos -¡qué vergüenza!- y con el consentimiento del gobierno español que nos regía en aquella época.
Mirad, cuando llegué a mi casa en Salamanca, que eran las 5 de la tarde aproximadamente, yo había dejado un cachito de mi alma y corazón gevato en los poblados saharauis. Al abrazar y besar efusivamente tanto a mi querida esposa, Choni, como a una hija, Ester, que también estaba, las lágrimas comenzaron a deslizarse por mis mejillas, como si una cascada de agua fuese. La tristeza me invadió durante unos días. Pero creedme que después de besar a ambas les dije: “por favor, no me hagáis preguntas; ya os iré contando poco a poco lo visto y ocurrido durante el viaje y la estancia”.
Bien es cierto que todavía las almas de aquellas personas las tengo metidas, y también clavadas, en lo más profundo de mi corazón y mi mente.
(Fotos. Juan-Miguel Montero Barrado)
Esta segunda parte resultó mucho más bonita, más humana y enternecedora. Solamente había que ver la cara y los ojos de cada señora desde el momento en que entramos a visitar a cada una en su casa, por supuesto, y observar cómo sus rostros iban cambiando según íbamos exponiéndolas la causa de nuestra visita.
Ahora solamente nos faltaba hacer entrega de lo acordado y para ello nos dirigimos al poblado de Smara en 2 coches 4x4. Uno era furgoneta, para comprar lo que habíamos convenido con ellas. De verdad que fue otra nueva experiencia para mí ver la forma en que se hizo la compra, visita tras visita y sin faltar el regateo.
Pero fue al siguiente día, al presentamos en cada una de las casas para hacer la entrega de lo que habíamos convenido y que ellas precisaban, cuando realmente estalló el júbilo y hasta las lágrimas, entre las que se incluían las mías. Lo siento, pero soy una persona muy sensible.
El primer regalo en entregar fue una cabra lechera, que costó 75 €. El segundo, una placa solar, cuyo coste fue de 235 €. Y con este acto culminamos, en cada una de las casas, aquella idea que nos propusimos llevar a cabo todos los gevatos, no sin antes tomarnos las tres consabidas tazas de té.
Como veréis, mis queridos paisanos, desde ese momento el nombre de nuestro pueblo, Valdelageve, quedó grabado hasta la eternidad en el poblado de Tichla.
Según habéis estado leyendo estas líneas, no os habéis podido percatar de las condiciones en que viven estas personas, estos seres humanos que fueron expulsados, desalojadas, alejados de su país… Por las fotografías colocadas os daréis cuenta que en los lugares inhóspitos y paupérrimos de la tierra -¡que tierra, si allí no se ve el verde ni en el invierno- donde viven. Además, están en terreno argelino, ya que del suyo se apropió el reino de Marruecos -¡qué vergüenza!- y con el consentimiento del gobierno español que nos regía en aquella época.
Mirad, cuando llegué a mi casa en Salamanca, que eran las 5 de la tarde aproximadamente, yo había dejado un cachito de mi alma y corazón gevato en los poblados saharauis. Al abrazar y besar efusivamente tanto a mi querida esposa, Choni, como a una hija, Ester, que también estaba, las lágrimas comenzaron a deslizarse por mis mejillas, como si una cascada de agua fuese. La tristeza me invadió durante unos días. Pero creedme que después de besar a ambas les dije: “por favor, no me hagáis preguntas; ya os iré contando poco a poco lo visto y ocurrido durante el viaje y la estancia”.
Bien es cierto que todavía las almas de aquellas personas las tengo metidas, y también clavadas, en lo más profundo de mi corazón y mi mente.
(Fotos. Juan-Miguel Montero Barrado)
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