Por fin llegó la etapa que
estábamos esperando tanto los peregrinos como este gevato que os escribe. Me
encontraba pendiente de ella desde que este curso comenzamos a hacer el Camino
de Santiago que hacían los portugueses. Éstos entraban por la zona de Aldea del Obispo y
cruzaban, entre otras poblaciones, Ciudad Rodrigo, para acabar visitando, ya en
Sierra de Francia, a la imagen de Nuestra Señora la Virgen de la Peña de Francia, sita en la
peña que lleva su nombre y a una altura de 1.725 metros de
altitud. De allí iban a La
Alberca , lugar donde había un hospital y albergue de
peregrinos, donde estos eran atendidos y aprovechaban para descansar. Quedaban
las etapas a Valdelageve y, la última, hasta Puerto de Béjar, lugar donde hubo
un emplazamiento romano llamado Caelionico y por donde pasaba la Calzada Romana , que,
a posteriori, se le denominó también
Vía de la Plata ,
que es el camino a seguir hasta llegar a Santiago de Compostela.
Pero volviendo al tema que
nos interesa, eran las 9,30
del pasado sábado 14 de abril cuando ya en
Finalizados estos
prolegómenos comenzamos raudos
la marcha, pues no había tiempo que perder: teníamos
que recorrer
Serpenteando el camino
pasamos de vez en cuando por tierras con árboles frutales: los cerezos estaban
instinto. Cuando llegamos
a Cepeda paramos para tomar un tente en pie, pues había que reponer fuerzas. La
tercera parte, hasta El Soto
(Sotoserrano), tuvo mayor
dificultad, ya que el calor apretaba y los ascensos y descensos eran más
pronunciados. Pero mira por dónde que, al llegar al pueblo, volvimos a
encontrar otra zona donde nuevamente los cerezos abundaban. Su fruto era de
excelente calidad y lo probamos -cómo no. Por fin entramos en el pueblo y
volvimos a hacer una nueva parada.
Los 11 kilómetros que
faltaban estaban conceptuados
como duros -como así fue- al continuar por
montaña. En esta ocasión, sin embargo, al estar cubierta por monte bajo, no
había sombras, más bien un sol de justicia. La pisada, además, era mala, con algunos
repechos muy pronunciados.
Menos mal que la vista de vez en cuando se recreaba
viendo zigzaguear en la hondonada el curso del río
Paramos en el bar, donde
fuimos recibidos por Alejandro, gevato, que se portó de principio a
fin de maravilla con nosotros. Dimos buena cuenta de las viandas que llevábamos
y de las consumiciones que hicimos, y, ya descansados y repuestos, nos
preparamos para ir a ver el pueblo y a partir de aquí tuve que hacer de guía.
Lo primero en mostrarles
fue la campiña que nos rodeaba, haciéndoles sabedores de algunos nombres. Luego
les mostré lo que tanto estaban deseando, que era ver la calle que lleva mi
nombre. Aquí aprovecharon para hacerse algunas fotografías y hablaron con
algunos vecinos, con lo que quedaron tan contentos. Para finalizar acabamos en
la iglesia,
fábrica que les encantó -cómo no, después de haber oído hablar
tanto de ella- y les narré algo de lo que a ella respecta. Cantamos algunas
estrofas del “Perantón de Valdelageve” -“En el pueblo de Valdelageve, / a
tomillo y a jara huele”- terminando bajo la dirección de Eduardo, que me echó
una mano. Dado mi estado emocional, dijo unas palabras muy bonitas. Finalizamos
rezando tres Aves Marías, que es una buena costumbre peregrina.
En el regreso todo fueron
parabienes por la marcha y
la estancia en el pueblo. Los peregrinos estaban
ansiosos por conocerlo, pues no en balde el perantón es
cantado en casi todas las marchas. Las vistas fueron muy bonitas y sirvieron
para recrearnos y llenar nuestro cuerpo y espíritu de ánimo.
(Fotografías: la primera es de JM Montero Barrado; la sexta, de Juan-Miguel Montero Barrado; y el resto, del peregrino Francisco Javier)
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