jueves, 18 de junio de 2015

San Antonio de Padua

Nació en Lisboa el 15 de agosto de 1195. Era hijo primogénito de don Martín de Bulhoes, caballero portugués, y de doña María Taveira de Azevedo. En el bautizo recibió el nombre de Fernando.

Con 15 años se hizo monje agustino. En 1212 se trasladó a Coimbra y con 25 años ingresó en la orden franciscana, alcanzando el cargo de provincial en 1227. En ese mismo año tomó el nombre de Antonio en recuerdo de San Antonio Abad. En 1220 se fue a evangelizar a África, pero el clima y el trabajo hicieron que enfermara, contrayendo la malaria. Convaleciente en el invierno, se vio obligado a abandonar el continente en marzo de 1221. Se embarcó para España, pero una tempestad llevó el barco en que viajaba hasta Italia.

En junio 1221, ya restablecido, asistió junto a tres mil franciscanos más a una reunión en Asís, donde conoció a San Francisco de Asís y decidió no volver a Coimbra. Éste le envió durante un año al eremitorio de Montepaolo para que se fortaleciese antes de encomendarle alguna misión de apostolado. A mediados de 1222 le nombraron predicador y estuvo en Bolonia enseñando teología a otros franciscanos. En 1224 lo enviaron a Francia, donde prosiguió con su enseñanza teológica en Montpellier, Toulouse, etc. También se dedicó a combatir la herejía, para lo cual utilizó el sistema de llevar una vida ejemplar, dar charlas a los no creyentes y fortalecer a los cristianos en las catequesis. Para decir verdad, el método dio grandes resultados.

La muerte de San Francisco en 1226 le obligó a viajar a Asís, siendo elegido provincial de Romaña. Estuvo durante largas estancias en Padua, donde fundó una escuela de franciscanos y escribió sus mejores sermones.

Orador sagrado, fundador de hermandades, cofradías y conventos, teólogo y hombre de gobierno, dejó varios tratados de mística y ascética. También se publicaron todos sus sermones. Fue un evangelizador incansable. Repetía que el gran peligro del cristiano era predicar y no practicar, creer, pero no vivir de acuerdo con lo que se dice.

San Antonio falleció en Padua, Italia, el 13 de junio de 1231 y un año después fue canonizado por el papa Gregorio IX. Es uno de los santos más venerados y conocidos en todo el mundo. La oración a San Antonio de Padua es clave para pedirle favores y milagros como el de mejorar la memoria, encontrar objetos perdidos, conseguir pareja, etc.

Jesús se le apareció visiblemente varias veces y, en especial, en figura de niño, bajo cuyo aspecto ha sido representado por varios artistas en pinturas y esculturas.

La canción de los pajaritos

Bien es cierto que en nuestro pueblo durante la procesión vamos cantando a San Antonio la canción de los pajaritos, que comienza así:

Padre mío, san Antonio,
suplicad al Dios inmenso
que por su gracia divina
alumbre mi entendimiento,
para que mi lengua
refiera el milagro
que en el huerto obrasteis
de edad de 8 años.
(…)

En casi todos los lugares donde se celebra esta fiesta la canción no ha de faltar nunca. Cierto es que al ser escrita y compuesta entre los siglos XVIII y XIX el grado de novelizacion ha sido bastante mayor.
No obstante, el milagro de los pájaros en prisión es el siguiente:

El padre del niño Fernando, que así se llamaba quien más tarde sería Antonio de Padua, llevó a su hijo a una de sus tierras a las afueras de Lisboa para que cuidara de ella y evitara que una bandada de gorriones comiera el grano recién sembrado. El padre se ausentó diciéndole al niño que hiciera bien su trabajo y que por la tarde volvería a buscarlo. Fernando realizó el trabajo durante un buen rato, pero decidió abandonar la misión e ir a visitar a Jesús a la iglesia del pueblo cercano. Antes de ausentarse, para cumplir su encargo, encerró a los gorriones en una de las dependencias agrarias que tenía la finca y cuando por la tarde regresó su padre, no encontró a Fernando. Se dirigió al pueblo y lo encontró en oración en la iglesia. Le reprendió por haber abandonado el trabajo encomendado, a lo que Fernando le contestó que no se preocupar, que tenía a todos los gorriones encerrados. Se trasladaron a la finca y comprobó el padre que lo que su hijo le había dicho era cierto. Abrió la puerta de la dependencia y allí vio a los gorriones encerrados que, a pesar de que la puerta estaba abierta, no osaron salir.



(Fotografía: Juan-Miguel Montero Barrado)

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