simo. Es incluso un placer para mí y seguro que para
todas las personas que lo conocemos.
Entrar en el Departamento Historia de la Medicina de la Universidad de Salamanca era un placer para mí.
Las máquinas siempre estaban sonando y las mesas, por costumbre, estaban llenas
de libros, legajos y folios. Pero eso no era óbice para que cuando yo entraba, fuera atendido
sinceramente como en ninguna otra Cátedra.
Parece que ahora
mismo lo estoy viendo, allá por el año 1968, en su Departamento junto a su gran discípulo –creo que el mejor que ha tenido a lo
largo de su dilatada vida académica-, el doctor Juan Riera Palmero, hoy
catedrático de la misma asignatura en la Universidad de Valladolid y
posiblemente en estos momentos el número uno de España. Vaya esto también en
honor de la persona que en su momento fue y que actualmente sigue siendo su gran
Maestro. Y si no, observen la dilatada obra de don Juan, que parece que nunca
va terminar.
Luego se trasladó todo el Departamento
al Colegio Mayor Arzobispo Fonseca. Allí lo denominábamos Seminario de Historia
de la Medicina. Y la verdad es que parecía otra cosa: gozaba de mayor espacio,
y todos los libros y obras pudieron ordenarse y colocarse en sus vitrinas. Como
era don Luis persona ordenada, conocedora de lo que poseía y dónde
tenía todos sus libros, jamás dudaba, iba directo a la estantería donde se encontraba
cada tomo o el libro que precisaba.
Don Luis era feliz. Trabajaba muy a gusto y sus colecciones, monografías y trabajos seguían publicándose, no sin olvidarse de dirigir tesis, tesinas, etc. Era y continúa siendo un hombre incansable.
Las ganas de trabajar jamás le faltaron. Era muy constante y tenaz. Yo, cada vez que abría la puerta para entrar en el Departamento, siempre oía la musiquilla del teclear de su máquina de escribir y, a pesar de los años transcurridos, sigo sintiéndola y escuchándola. Cada vez que necesité hablar con él, era recibido de inmediato y yo, de la misma manera, le correspondía a sus peticiones.
Nunca en la vida le vi una mala cara, un mal gesto, un mal detalle. Era tan correcto. A pesar de las diferencias, se hacía querer, como ahora mismo sigue haciéndolo. Creo que en el aspecto de trabajo y trato personal hemos formado un buen binomio.
Para terminar, considero que don Luis ha sido y es un caballero, gran persona, sencilla, respetuosa, muy exigente en su trabajo. Sabe conjugar muy bien los tiempos que corresponden a cada momento, de ahí que lo veamos siempre tan sonriente, conversando con sus amigos e intentando ayudar cuando es menester. Pero tiene otra cualidad muy especial y es que es una persona muy humana. No en balde ha sido y es un gran humanista, y también un verdadero ejemplo a seguir.
Don Luis era feliz. Trabajaba muy a gusto y sus colecciones, monografías y trabajos seguían publicándose, no sin olvidarse de dirigir tesis, tesinas, etc. Era y continúa siendo un hombre incansable.
Las ganas de trabajar jamás le faltaron. Era muy constante y tenaz. Yo, cada vez que abría la puerta para entrar en el Departamento, siempre oía la musiquilla del teclear de su máquina de escribir y, a pesar de los años transcurridos, sigo sintiéndola y escuchándola. Cada vez que necesité hablar con él, era recibido de inmediato y yo, de la misma manera, le correspondía a sus peticiones.
Nunca en la vida le vi una mala cara, un mal gesto, un mal detalle. Era tan correcto. A pesar de las diferencias, se hacía querer, como ahora mismo sigue haciéndolo. Creo que en el aspecto de trabajo y trato personal hemos formado un buen binomio.
Para terminar, considero que don Luis ha sido y es un caballero, gran persona, sencilla, respetuosa, muy exigente en su trabajo. Sabe conjugar muy bien los tiempos que corresponden a cada momento, de ahí que lo veamos siempre tan sonriente, conversando con sus amigos e intentando ayudar cuando es menester. Pero tiene otra cualidad muy especial y es que es una persona muy humana. No en balde ha sido y es un gran humanista, y también un verdadero ejemplo a seguir.
Salamanca, 12 de agosto de 2001, festividad de la
Asunción.
Post data
Don Luis Sánchez-Granjel falleció en Salamanca el día 29 de
noviembre de 2014, a los 94 años de edad.
(Fotografías: Juan-Miguel Montero Barrado; la primera, junto a mi esposa Chony y don Luis Sánchez-Granjel; y la segunda, también junto a mi esposa y en esta ocasión con don Juan Riera Palmero).
No hay comentarios:
Publicar un comentario