miércoles, 5 de diciembre de 2012

Valdelageve, entre dos comarcas olivareras


Mis queridos paisanos y amigos lectores, tenemos también la dicha de estar rodeados de otro producto tan importante y valioso como son las olivas. Cierto es que no son tantos los años que llevamos con los olivos, si pensamos que los primeros habidos en España datan aproximadamente de 1.000 años a.C.

Le doy a este escrito el título “Valdelageve, entre dos comarcas olivareras” por encontrarse entre las sierras de Béjar y de Francia, ambas productoras de aceite. Para realzarlo un poco más, añado también que ambas comarcas están reconocidas como “Reserva de la Biosfera por la UNESCO”.

En Valdelageve, como dicen sus gentes, fueron los árabes los que trajeron a nuestra tierra los olivos. Actualmente se pueden ver, entre ellos, algunos vetustos, bien cargados de años, y que oyendo hablar a gevatos de edades avanzadas se sienten orgullosos al decir que son centenarios.

Yo siempre oí decir a mi padre -Juan Eloy Montero Picón, que, como bien conocen los seguidores de este cuaderno, estuvo en Valdelageve impartiendo clases como maestro de escuela desde 1934 a 1943- cómo año tras año hablaba con los gevatos aconsejándolos y animándolos a que se decidiesen a aumentar las plantaciones de olivos. Se daba cuenta, conociendo las características del terreno y del clima, que podría ser una fuente más de riqueza para nuestro pueblo.

Sin embargo, tuvieron que pasar años y fue a partir de los 60 cuando los gevatos no sólo se decidieron a repoblar parte de sus fincas, sino a expandir aún más su extensión olivarera del terreno que fueron ganando al monte. Bien es cierto que han pasado ya algunas décadas, pero desde entonces las tierras se ven cada vez más pobladas de olivos.

Según las conversaciones que he mantenido con las personas mayores, parece ser que conocieron un par de clases de olivos. Una de ellas es la ocal, que, como aseguran los gevatos, siempre ha estado acomodada a las peculiaridades de la zona y es resistente a las enfermedades. Posee una gran materia grasa para la extracción del aceite, que en otra época era el líquido al que se le daba mayor valor. Verdaderamente esta aceituna ha gozado de su esplendor desde hace varios siglos. En la actualidad son muy pocos los olivos de la variedad ocal que podemos encontrar, pues la mayoría son pies de olivos sueltos.

La otra variedad que tenemos también desde hace muchos años es la manzanilla cacereña. Escuchando a mis paisanos, dicen que es también un olivo muy apropiado al entorno, pues no en balde procede de nuestros vecinos del norte de Cáceres y de ahí la adaptación a los factores ambientales, como el clima o los suelos.

Con el devenir de los tiempos esta clase ha ido ganando mucho terreno, por ser más polivalente, ya que se utiliza tanto para la extracción del aceite, aunque sea más bajo el rendimiento graso, como para su aprovechamiento como aceituna de mesa, que económicamente resulta más rentable. Este último punto lo tienen muy en cuenta los gevatos.

¿Donde se encuentran situados los olivos? Dada nuestra orografía, de montañas de mediana altitud, es precisamente en sus laderas. Aun cuando son algo empinadas, están sitas al abrigo de los vientos, razón por la que podemos entender la mayor parte de nuestra riqueza olivarera. También hay olivos situados en parcelas aterrazadas, también llamados bancales, que son terrenos ganados con un gran esfuerzo por parte de nuestras gentes.

Las palabras esfuerzo y trabajo van totalmente unidas a las grandes atenciones y cuidados que necesitan nuestros olivares. Al encontrarse en un terreno, como antes dije, muy difícil de trabajar, sólo con mencionar que las tierras tienen que ser labradas con tractores orugas, es más que suficiente para hacerse una idea del esfuerzo y tesón que tiene que poner los gevatos.

La recogida de aceituna suele variar un poco de cómo se presente el tiempo, pero lo normal es que a partir de mediados de octubre comiencen a recogerse las de verdeo. Luego, ya en noviembre y diciembre se hace con las destinadas para el aceite.

Para que os hagáis una idea de lo que en un apartado anterior indiqué, actualmente la producción de aceituna de mesa acoge aproximadamente 185 ha., mientras que la destinada al aceite es de
40 ha.

Para finalizar este corto, pero cariñoso escrito, puedo dar fe, casi sin error ninguno, que el aceite es de gran pureza y da a los platos con ella guisados un intenso y aromático sabor.

(Las fotos son de Juan-Miguel Montero Barrado, excepto la segunda y la cuarta, que han sido extraídas de intenet)


jueves, 12 de julio de 2012

El Colegio de Santa Cruz de Salamanca

Hace tres años, en 2009, escribí un artículo que titulé "Corta historia del Colegio de Santa Cruz de Cañizares, actualmente Conservatorio Profesional de Música". Puede leerse en la página web que tiene el conservatorio salmantino y más en concreto en la pestaña Historia (Plataforma educativa. Conservatorio Profesional de Música de Salamanca), lo que me halaga. Ahora he decidido publicarlo también en este blog. He añadido algunas fotos, para que os podáis hacer una idea de las características del edificio y de su historia, y también un dibujo de mi querida amiga Pury Casquero.

El Colegio Menor de Santa Cruz fue fundado en la primera mitad del siglo XVI por Juan de Cañizares y Fonseca, sobrino del arzobispo de Toledo, Alonso de Fonseca. Juan de Cañizares se doctoró en Derecho por la Universidad de Salamanca, llegando a ser canónigo de la catedral salmantina y posteriormente arcediano Coronado (de Cornau) en la Santa Iglesia Metropolitana de Santiago de Compostela, donde murió como arzobispo electo. El retrato de Juan de Cañizares se conserva en el Colegio Mayor del Arzobispo Fonseca.

Sobre la fecha de fundación del Colegio parecía haber existido una práctica unanimidad en fijarla en el año 1526, posiblemente por la referencia que hace en su obra histórica sobre la ciudad, allá por 1776, Bernardo Dorado. Por su parte, el jurista e historiador de la segunda mitad del siglo XIX Modesto Falcón ha escrito que lo fue en 1534, una fecha que resulta errónea, como veremos.

Ana Castro y Mª Nieves Rupérez han documentado que la fecha en que se le concedió a Juan de Cañizares la licencia para constituir un colegio dependiente de la Universidad fue 1527, coincidente con la finalización de la primera fase de las obras. De una forma minuciosa han ido documentando el proceso de gestación del proyecto por el propio Juan de Cañizares, adquiriendo distintas casas y solares desde 1509. Las obras, más que de construcción de un nuevo edificio completo, se iniciaron con la remodelación y adaptación de las antiguas viviendas y solares, y la incorporación de algún elemento nuevo, como la capilla, dando lugar a lo que debía ser un colegio de esas características. De esta manera se sabe que participó en la construcción de la capilla entre 1525 y 1527 el célebre arquitecto renacentista Juan de Álava. En los años siguientes se fueron haciendo más reformas y añadidos.

El edificio, según nos cuenta Ana Castro, no tenía inicialmente mucho interés arquitectónico, si bien debemos matizar, como ella misma y Mª Nieves Rupérez han resaltado, que disponía de una capilla con características nada desdeñables artísticamente, dentro siempre de la dimensión humilde del Colegio, teniendo en cuenta quién participó en ella y de la que, como veremos, se conservan algunos vestigios. Resulta claro es consecuencia de la forma como se fue elaborando, teniendo una planta muy irregular y tendente a trapezoidal. Constaba de un patio central, alrededor del cual se organizaban las distintas dependencias. En su construcción hubo una importante participación de canteros vascos, como ocurrió en otros edificios de la época dirigidos por Juan de Álava.

La entrada ha sido también motivo de controversia, pues se ha considerado hasta hace poco que se encontraba en la calle Guardianes, llamada tras la constitución del colegio con el nombre de Cañizares, por su fundador. El actual nombre, Cañizal, parece ser una corrupción de Cañizares, como ha indicado Álvarez Villar. Ana Castro y Mª Nieves Rupérez defienden, dentro del trabajo referido, que la entrada principal se encontraba en lo que acabó llamándose calle de Tahonas Viejas, que conducía al convento de San Francisco, a través de una puerta con un arco de medio punto situada casi en la esquina con la de Cañizares. La capilla se encontraría en la parte norte del edificio, habiéndose conservado de esta época restos de la cabecera, con una hornacina rodeada de un arco de medio punto con pilastras y decorado a base de grutescos, propios del plateresco salmantino tan en boga en esos años; y dos pilares de la nave.

Según nos describe la profesora Ana María Carabias, sus colegiales vestían manto pardo y beca azul, y tenían fama de estudiosos y de hombres de carácter. Este Colegio, junto al de Cuenca, eran los únicos que admitían a alumnos extranjeros. Esto derivaba de los estatutos que se aprobaron con Juan de Cañizares, que reservaban una beca para un colegial portugués, mientras que seis plazas eran asignadas a otros estudiantes foráneos.

Los estatutos también reflejan como un dato curioso la protección moral que se buscaba de sus huéspedes, teniendo en cuenta la proximidad de lo que en Salamanca se ha llamado hasta hace poco el barrio Chino. Así, como nos ha contado Luis Sala, en alusión a dichos estatutos, había una prohibición tajante para que los estudiantes no anduvieran “por callejuelas extraordinarias y a donde viven mujeres de ruin vida y trato, mucho menos entrar en casas de semejantes mujeres, ni puede hablar con ellas a la ventana o puerta, ni quitarles el bonete, ni hacer otro comedimiento, de ninguna manera se puede detener en hablar con mujer en calle, aunque sea vieja y sin sospecha”.

En el año 1624 el Colegio de Santa Cruz de Cañizares se unió a su homónimo de San Adrián, también llamado de Rivas (o Ribas, según Álvarez Villar), por haber sido su fundadora, según Falcón, Isabel de Rivas. El nombre del Colegio más utilizado siguió siendo el de Santa Cruz de Cañizares, aunque en el acuerdo de fusión Álvarez Villar ha citado que en el blasón se “habían de confundir las armas de los sellos haciendo de entrambas una”. Las constituciones y el ceremonial por el que se rigió el colegio refundido fueron las de Cañizares, con vigencia hasta 1758, como han escrito Ana Castro y Mª Nieves Rupérez.

Ya en el siglo XVIII se hicieron varias obras en el modesto edificio. Una fue cerrar, tras varios intentos frustrados, un callejón trasero que mediaba con el convento de las Agustinas (Castro y Rupérez), pero sobre todo destaca la erección de una nueva fachada en la calle Tahonas Viejas. Álvarez Villar se refiere al año 1734, por ser la fecha que aparece en el escudo blasonado de la nueva portada. Añade que fue el obispo José Sancho Granado quien las impulsó. Castro y Rupérez han escrito que se iniciaron en 1733, lo que no se contradice con el hecho de que se concluyeran en el año indicado en el escudo.

La nueva fachada dio un aire nuevo al Colegio, dadas sus características y los arquitectos que directa e indirectamente intervinieron. Y entramos, de esta manera, en otra controversia. Se ha sostenido que la nueva portada permitió el acceso a la capilla desde esa calle, reformándose incluso en su interior, y que la obra fue adjudicada al propio Alberto de Churriguera. Castro y Rupérez, desde su consideración de que la entrada principal siempre estuvo por Tahonas Viejas, desmienten todo ello. Según han documentado quienes la diseñaron fueron Domingo Díez, aparejador, y Francisco Estrada, arquitecto, aunque, eso sí, bajo la influencia de los Churriguera, para quienes trabajaban.

En lo que no hay duda es que se trata de una portada de gran belleza. Tiene rasgos del estilo conocido como churrigueresco, lo que le incluye dentro del más general del barroco. Hay algunas informaciones de que es de estilo plateresco, lo que es un grave error, a no ser que se quieran referir a la fachada del edificio original, que, por otra parte, no se ha conservado.

La portada nueva tiene una disposición vertical, dada la estrechez del edificio y de la calle, pero con una importante resolución. Consta de dos niveles, separados por un gran baquetón, propio del barroco. La puerta de entrada tiene un arco mixtilíneo, con elementos del gótico final, que recuerdan los del patio de las Escuelas Menores, aunque, como indican Castro y Rupérez, fuertemente remarcado con un grueso bocelón. El nivel superior, donde se encuentra una gran puerta rectangular con orejeras que se abría a un balcón, está coronado por un frontón en el que se sitúa el blasón del colegio, debajo del cual se ha puesto la fecha de 1734. Como dato curioso, Álvarez Villar (citando a Castro y Rupérez) ha escrito sobre las anomalías heráldicas que tiene, consecuencia de la primera unión de los colegios de Cañizares y Rivas (o Ribas) en el siglo XVII, y la posterior intervención del obispo José Sancho en el siglo siguiente, dando lugar a una mezcla de símbolos en sus cuarteles.

A instancias del obispo don Felipe Beltrán el 10 de septiembre de 1780 los colegios menores de Santa Cruz, los Ángeles y Monte Olivete se fundieron en uno solo. Castro y Rupérez añaden el colegio de san Millán. Su nombre pasó a ser el de Colegio de los Ángeles. La Universidad salmantina estaba pasando un mal momento y no había posibilidades de mantener tantos colegios, lo que conllevó la progresiva decadencia y hasta desaparición de varios de ellos, como fue el caso del colegio de Santa Cruz de Cañizares. Después de dos siglos y medio de vida, atrás dejó un número de residentes que se convirtieron con el tiempo en personajes más o menos importantes del mundo de la administración, la enseñanza y la Iglesia. Como nos describe Bernardo Dorado, fue un “Insigne Colegio” que ha dado “quatro Mitras, nueve Cathedraticos, algunos Inquisidores, y muchos Prebendados de diferentes Iglesias”.

Pese a la destrucción de edificios y el expolio de objetos que asoló la ciudad tanto durante el paso de las tropas francesas hacia Portugal en 1801 y 1807, como, sobre todo, durante la propia guerra, las consecuencias que tuvo no fueron graves para el antiguo Colegio de Santa Cruz de Cañizares, como ha señalado Mª Nieves Rupérez. El antiguo Colegio no siguió la suerte de otros tantos civiles y religiosos, que fueron utilizados como lugar de acuartelamiento o residencia de tropas; derruidos para construir obras militares o hacer un nuevo ordenamiento urbanístico, más en consonancia con las normas francesas; o fruto del enfrentamiento directo por las calles de la ciudad entre los dos bandos en liza.

Se ha documentado por Castro y Rupérez que durante la ocupación francesa pasó a ser parte de los bienes nacionales, aunque las nuevas autoridades acabaron cediéndolo a las religiosas de Santa Ana, llamadas también benitas o benedictinas, pertenecientes a la orden de San Benito. En el edificio estuvieron durante unos cuantos años, sin que se sepa cuándo y por qué acabaron mudándose al convento de las Benedictinas de Alba de Tormes.

De lo que pasó a lo largo del siglo XIX, tras el fin de la guerra, se sabe poco, excepto que acabó siendo un solar en ruinas tras la marcha de las monjas de Santa Ana. No obstante, en el conocido plano “Salamanca en 1958”, que refleja tanto el trazado de las calles como el alzado de numerosos edificios, se puede percibir el Colegio de Santa Cruz de Cañizares, tanto en su fachada principal de la actual calle Cañizal, como en su portada barroca de la calle Tahonas Viejas. Esos dos son también los nombres escritos de las calles. En todo caso, se puede sacar como conclusión que en esa fecha todavía no se había derruido el edificio.

Me he preguntado si el antiguo colegio pudo ser expropiado durante las desamortizaciones de 1836 y 1855, pero, por ahora, no sabemos nada. Sólo se sabe que en desde finales del siglo XIX o principios del siglo XX tuvo propietarios distintos, siendo uno de ellos quien hizo una reconstrucción entre esas fechas, levantando una corrala que tenía una forma rudimentaria. Las viviendas no eran grandes. En el patio estaban los servicios y las pilas para lavar, que eran de uso comunitario. Eso no era óbice para que las familias que allí habitaban, que eran muy humildes, adornasen con muy buen criterio el patio a base de unas macetas que cuidaban con todo el cariño. Al edificio también se le conocía con el nombre de “la Casa Grande”. De la descripción esta casa puedo dar muy buena fe, dado que en ella habitaban dos de mis amigos de juventud, por lo que pude visitarla en los años 50. Con el que mejor me llevaba era con Joaquín, que vivía con su tía y en cuya vivienda entré en varias ocasiones. Hablando hace unos meses con él, siempre hizo mención de que el propietario era, si no recuerdo mal, don Juan Boyero. El apellido es cierto, pero el nombre no lo puedo asegurar.

Dado el lamentable estado en que se fue encontrando el edificio con el paso de los años, entre 1958 y 1959 algunos de los vecinos fueron trasladados a distintos lugares. Unos fueron a la tercera fase del barrio de Salas Pombo, hoy llamado San Bernardo, que estaba recién acabado de construirse, y otros a la parte norte de la ciudad, con el nombre curioso también -qué coincidencia- de Ciudad Jardín.

Recientemente he estado haciendo varias averiguaciones, que voy a intentar explicar. Por un lado, he estado consultando varios documentos del registro de la propiedad depositados en el Archivo Histórico Provincial, sin que haya podido llegar a conclusiones claras, porque los datos son parciales, pero con cierta utilidad. Puedo certificar que aparece un miembro de la familia Boyero entre las personas relacionadas. Por otro lado, he estado intentando entrevistarme con miembros de dicha familia y como fruto de mi insistencia por fin pude hacerlo con María Velasco Boyero. Esta mujer ha sido la última propietaria de lo que hoy es el actual Conservatorio Profesional de Música, antes de la venta de la parte correspondiente del antiguo Colegio de Santa Cruz a la Junta de Castilla y León. Al parecer el edificio y el solar en ruinas, junto a otros colindantes que dan a la calle Ancha, habían sido propiedad de su familia por parte de madre, en concreto de Mª Teresa Boyero Alberto, casada a su vez con Andrés Velasco Bellido. Sin que pudiera decirme cuándo, pasó a los hijos Ricardo y Andrés y ella misma. Según los datos registrales del Archivo Histórico Provincial hacia 1979 hubo dos transmisiones de propiedad, de un solar en la calle Cañizal y una casa en ruinas en la calle Tahonas Viejas, a favor de otra persona.

De esta manera, según me contó María Velasco Boyero el terreno donde está ubicado actualmente el Conservatorio perteneció con anterioridad a varias generaciones de su familia. Casi me atrevo a asegurar, con las debidas reservas, que lo que fue el antiguo Colegio Santa Cruz, entre las calles Cañizal y Tahonas Viejas, así como los solares y viviendas que desde Tahonas Viejas van a la calle Ancha, propiedad de la familia Boyero, pudieron ser del Colegio, teniendo en cuenta que Juan de Cañizares, cuando trazó su proyecto de un colegio universitario, se dedicó a comprar viviendas en la zona, fruto de lo cual fue la realidad del Colegio Santa Cruz. De ahí que aproximadamente sobre el año 1950 sus padres levantaran un edificio de viviendas que ocupa parte de la calle Ancha, actualmente con el número 1, y de la calle Tahonas Viejas, hasta juntarse con el Conservatorio Profesional de Música de Salamanca y cuyo inmueble pertenece actualmente a la última heredera, María Velasco, que es la que casi en su totalidad lo regenta. Digo esto, porque algunas de las viviendas fueron vendidas hace muy pocos años. Entre los dos edificios hay un patio que divide a ambas construcciones.

Para finalizar este corto escrito debo señalar que en el año 1992 se acabó de construir el Conservatorio Profesional de Música, una obra que ha sido diseñada por los arquitectos Ángel León Ruiz, José Carlos Marcos Berrocal y Pablo Núñez Paz. Del resultado final del nuevo edificio destaca su integración con los restos antiguos del Colegio de Santa Cruz de Cañizares, incorporados en el salón de actos, en el caso de la capilla del siglo XVI, y en el envolvente exterior, en el caso de la fachada principal levantada en el siglo XVIII, que se han convertido en el principal símbolo del nuevo centro cultural.


Bibliografía

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VILLAR y MACÍAS, Manuel: Historia de Salamanca, volumen VIII. Salamanca, Editorial Graficesa, 1975.


(Fotos: Juan-Miguel Montero Barrado; dibujo: Pury Casquero)

Fiesta de San Antonio 2012

Y pasó otra fiesta más de San Antonio, que este año se presentó con un tiempo primoroso. El calor era seco y soportable, el sol brillaba, el cielo se veía reluciente, hermoso, limpio, con ese color azul celeste que lo caracteriza siempre que se vea acompañado por estos factores.

Todo ello contribuyó a que nuestro querido pueblo se viese bonito, esplendoroso y más aun al estar rodeado por esa campiña tan agraciada en la que se distinguía una gran amalgama de colores, especialmente de tonalidades verdes, como consecuencia de las diferentes clases de arbolado que tenemos: el de la viñas, también de monte bajo... De verdad que, todo unido, no es de extrañar que califique a mi pueblo como “Valdelageve, paraíso natural”.

Mi llegada fue temprana, pues tenía que hacer algunas cosas, como siempre es costumbre, pero… tenía algo preparado que más adelante os contaré.

Subí al ayuntamiento. Me gusta revisar la marcha de la biblioteca, su estado y también aprovecho un tiempo para ordenarla. Eso para mí, es un rito. Luego me adueñé de la megafonía. Me gusta tener entre mis manos el micrófono, que sirvió en ese momento concreto para saludar a mis paisanos, invitar a que todos visiten más la biblioteca, estimular los ánimos de los gevatos. Estamos en las fiestas y qué mejor para comenzar que entonar con mucha alegría la canción “El perantón de Valdelageve”, que tanto nos gusta y que sirve para elevar nuestros ánimos.

Seguidamente bajé a la iglesia. Teníamos que colaborar todos en los preparativos de los actos religiosos, como así fue.

La procesión comenzó, como es costumbre, en compañía de San Antonio. Todos los feligreses íbamos entonando su himno, “La canción de los Pajaritos”. Resultó brillante. La ofrenda, a pesar de la situación que nos encontramos, creo que fue digna. La misa, dicha por nuestro querido párroco don Pedro, resultó, como siempre, llena de fuerza, convicción y buenas palabras de amor, amistad, ayuda al prójimo, etc. Por supuesto que el coro parroquial la amenizó cantando la misa castellana.

Lo que os prometí contaros, allá va. Después de un tiempo de mucho pensar y trabajar, por fin logré algo que mi mente iba madurando. Fue ensamblar una fotografía, con datos y frases que aquí os muestro. Después la he ampliado y enmarcado, y en nuestra parroquia de San Fabián y San Sebastián, desde el día 13 de junio de 2012, la podemos ver colocada. Si os habéis dado cuenta, es la del papa Juan XXIII. Los que habéis seguido este cuaderno, os habréis percatado cómo en varias ocasiones os he hecho sabedores del fervor que le tengo, al igual que muchos millones de seguidores esparcidos por el mundo. También de los favores, muy importantes, que de él he recibido. Vosotros también podéis beneficiaros de ellos. Os animo a que lo tengáis presente cuando sea menester y lo llevéis en vuestro corazón.

Terminado el acto litúrgico, subimos al bar, donde nos juntamos para charlar, reír y de vez en cuando cantar. Bien es cierto que este año, por motivos mayores, nos ha faltado la compañía de la música, pero ésta quedó reemplazada por la buena camaradería y armonía que allí reinaba.

Llegada la hora, nos fuimos a comer. Nosotros, en concreto, en compañía de mis compadres Julián e Isidra, con los que lo pasamos de maravilla, como siempre ha sucedido.

También aproveché un tiempo para visitar no a todas las personas mayores, que me resultaba imposible, pero sí a las que principalmente llevaba en mi mente.

Para mí así terminó ese día tan bonito, adornado por la climatología y el frescor del verde, las plantas que rodeaban al pueblo, a sus vecinos, a todos los gevatos y agregaos. Si a eso unimos todas las sonrisas y muestras de cariño que recibimos, ¿qué más se puede pedir?

¡Muchas gracias, paisanos y también gevatos!


(Fotos: Juan-Miguel Montero Barrado)

miércoles, 27 de junio de 2012

El Huerto del Lobo

¿Quién no ha oído hablar en Valdelageve del Huerto del Lobo? Éste es el tema que quiero tocar ahora, porque creo que es muy interesante y a la vez bonito, tanto para la gente joven del pueblo, estén en él o fuera de él, como para todos mis amigos, como os considero a los que visitáis el cuaderno.

El huerto es conocido en Valdelageve desde hace muchos años. Fijaos, digo esto después de hacer numerosas preguntas, de obtener informaciones de la gente más longeva -la que está cerca del centenar de años y que son los que recuerdan algunas noticias recibidas de sus antepasados- y de las investigaciones hechas en diferentes estamentos oficiales, incluso hasta en los archivos de la iglesia.

Un dato que he estado muy interesado en conocer ha sido el nombre exacto que tuvo esa zona antes de que comenzase a conocerse con el sobrenombre actual. Pero lo siento, me ha sido imposible conseguirlo. De lo que estoy seguro es que el nombre y el huerto tienen una vida de casi 150 años.

Todas las personas mayores coinciden que ese lugar se encontraba cubierto de monte bajo, como jaras, brezos, escobas, madroñeras, etc., que son los arbustos con los que actualmente continúa poblado gran parte del terreno sin cultivar. También me han contado que el sitio estaba en un lugar recóndito y con algo de agua, que es precisamente por ese motivo por el que había un “chabarco”, como por allí llaman al charco hecho por los animales. Así mismo, aseguran que era un lugar frecuentado por los lobos, ya que, al reunir esas condiciones y estar al abrigo del viento y otras inclemencias, lo aprovechaban para encamarse. Me podéis creer que al oír esta frase con la palabra encamarse me hacían siempre reír. Pasado un tiempo y analizándola me dio por pensar. ¡Ay que ver qué término más bonito y acertado!

Es entonces cuando tío Pablo, como así lo llamaban, conociendo ese trozo de terreno y, además, tan adecuado para lo que él tenía en mente, no debió pensárselo dos veces y se dedicó a limpiarlo y a adecentarlo. Como me aclararon, con la ayuda de tío Quiterio, con el que hacía muy buenas migas, entre otras, para ir de caza. Pues bien, tío Pablo aprovechó la mejor parte para hacer un bancal. Su mente estaba clara, pues era el lugar ideal y propicio para preparar una pequeña plantación de tabaco, cuidando de que ésta no fuera visible para que pudiera pasar desapercibida. En la parte de abajo plantó un castaño y una higuera, la que llegaría a ser con el tiempo tan famosa.

Sabemos que esas plantaciones, fuesen grandes o pequeñas, estaban prohibidas por la ley y, por tanto, perseguidas por las autoridades. De ahí que debían tener su licencia correspondiente, ya que, de lo contrario, la que fuese localizada sería intervenida y multado el propietario. Ésa es la razón de que fueran pocas y estuviesen bien protegidas o escondidas. Claro que también había alguna otra cosa más, como, por ejemplo, las aceitunas. Sobre éstas, quien quiera puede consultar el escrito mío "Hacer el aceite a pisón", de marzo de 2010.

En aquellos tiempos la vida de los labradores y el conjunto de la gente que vivía en el medio rural no era nada boyante. Dada la situación en que se encontraban y la escasez de dinero que por entonces había, no tenían más remedio que arriesgarse -¡con el debido respeto!-. A partir de ahí nuestro paisano Pablo, que es el que a nosotros respecta, y alguna persona cercana a él pudieron disfrutar del aroma que despedía el tabaco, de su sabor, del deleite, la delicia, el gozo que sentían al dar esas ricas y ansiadas chupaditas diarias- Yo nunca he fumado, pero siempre les oí decir que las de la mañana eran las mejores. Esta plantación duró algunas décadas, no muchas, pero sí las suficientes para poder saciar, como dije antes, las necesidades y ansiedades de algunos de nuestros paisanos.

Es ahora cuando creo conveniente comenzar a sacar las principales raíces de mi paisano o, más bien, aquellas que a mí personalmente me atañen. Veréis, su nombre era Pablo Nieto Martín, casado con Vicenta Galán, que, entre otros hijos, tuvieron a nuestra querida, adorada y en varias ocasiones mentada tía Consuelo. Escribo tía, por haberla conocido de mayor. ¿Por qué?, porque, como muy bien saben mis lectores, en su casa estuvo viviendo mi padre varios años, exactamente desde que llegó a Valdelageve en 1934 a ejercer la profesión de maestro de escuela. La tía Consuelo tuvo a Juana y Emilio, y del primogénito de su hija, a quien pusieron de nombre Julián, me une una profunda amistad. Llegado el momento, cuando éste se casó con Isidra, tuvieron como primogénito a Justo, de quien soy su padrino, convirtiéndonos así en compadres. ¿Os dais cuenta cómo en este relato voy uniendo tanto lo material como lo familiar?

Después de haber hecho este pequeño inciso en el escrito, retorno nuevamente el tema del Huerto del Lobo. Cesado el cultivo del tabaco, pasó a ser el huerto que nosotros conocimos, pero… ¡qué huerto! En él crecían cuantos frutos sembrasen. Vais a pensar que soy muy simple, pero en mi mente y mis ojos siempre estuvieron, y siguen estando, los tomates y las cebollas, ingredientes imprescindibles para preparar las buenas, ricas y sabrosísimas ensaladas, amén de la alegría que siempre sentimos. ¡Ojo!, desde el momento en que decían “mañana vais al Huerto del Lobo”.

La famosísima higuera, aun siendo tan grande, creo que no dejaba de crecer. Tal es así que encontrándonos a su lado, en el interior o donde estuviésemos parecíamos unos gnomos. ¡Qué envergadura y qué altura! Según mis averiguaciones proyectaba aproximadamente una circunferencia de unos 30 metros. Lo que sí certifico es que para fotografiarla entera había que alejarse muchos metros.

Los higos eran negros, grandes y de calidad… superior. Durante la época de cosecha se calcula que se recogían más de 500 kilos. Entre los caídos llegábamos a coger de 200 a 300 kilos, que iban destinados como comida a los animales. Y los había también que no se podían coger por estar en la parte alta de la higuera, aun cuando los vareáramos.

Quiero que me perdonéis, pero es que en mi mente está el terminar relatando algo de los lobos y de su paso por el huerto, que duró aproximadamente hasta algo antes de mediados del siglo XX, cuando comenzó la repoblación. Los lobos salían de noche para hacer sus recorridos. Solían dividirse en grupos, cada uno de ellos con no más de 6 ejemplares. Estaban acostumbrados a seguir sus sendas o veredas. Unos iban dirección a Valdehuetre, otros a las Pitanillas, etc. Los que por allí merodeaban, pasaban por las huertas del Rebollar, atravesaban el Riato, subían por los lugares llamados Vegalobera, la Majá, el corral de tío Manolo, etc. Los que llegaban al huerto muy a menudo paraban posiblemente para comer higos, ya que este alimento, entre otros, era de su agrado. Les gustaba a pesar de ser unos grandes depredadores, pues, como sabemos, no sólo se alimentaban de pequeños o medianos mamíferos.

Y ahora os preguntaréis por qué son conocidas estas paradas. Pues porque cuando allí se detenían, dejaban visibles sus huellas, que eran alargadas y marcaban los cuatro dedos y sobre todo las uñas. También se podía observar visiblemente el asentamiento de sus almohadillas. Luego seguían su partida, siempre en busca de lugares donde hubiese animales. Una vez atravesado el camino que iba de Lagunilla al Soto se dirigían hacia la Puente Caía, donde había unos cuantos corrales. Una de las zonas creo que se llamaba la Gelechoza. De cualquiera de las maneras, en ése u otros términos podían abatir presas, que generalmente eran cabras u ovejas.

Es así, precisamente, como he querido terminar este corto relato, redactado con la humildad que me caracteriza, el cariño por todo lo que a mi pueblo respecta, de sus espléndidas personas, a las que tanto quiero, y de sus paisajes. Tocando la palabra lobo, mis paisanos de avanzada de edad no quieren ni oírla ni mentarla.


(Fotos: Juan-Miguel Montero Barrado; la foto del lobo está sacada de http://www.guardabosques.net)

martes, 22 de mayo de 2012

Algunos aperos de labranza, útiles y enseres rurales

Creo que es una satisfacción reflejar algunos objetos antiguos, que han pasado de generación en generación, varios de estos utensilios  hoy día son piezas únicas de anticuario, pero que tienen la propiedad de hacernos recordar como vivían y trabajaban nuestros antepasados.

Soy consciente de que en la actualidad mucha de la gente joven y menos joven, van olvidando sus nombres, entre los que me encuentro yo, de ahí que aproveche este tema para dejar constancia de algunos enseres que están en gran peligro de ser olvidados.

Siembra

Arado: Sirve para labrar la tierra abriendo surcos.
Reja: Parte delantera del arado de forma piramidal y afilada, necesaria para hacer los surcos.
Vertedera: Sirve para voltear y extender la tierra levantada por el arado.
Cribo: Este utensilio es algo más pequeño que una criba, se utilizaba en casa para seleccionar el trigo de las malezas que este pudiera tener.
Sembradora: Hace años la siembra se hacía a  voleo, ahora con máquinas sembradoras.
Rastra: Especie de rastrillo de madera que se utilizaba para allanar la tierra después de arada.
Mazo: Si los terrones eran duros, se destripaban con el mazo.
Astil: Mango de palo, para azadas, picos, etc.
Azada: Herramienta agrícola con mango y pala cuadrangular; sirve para cavar. 
Azadón: Igual que la anterior; la pala es más larga que ancha.
Azadico: Azada pequeña, se compone de dos partes: pico y azada.
Zachillo garbancero: De esta forma llamaban en Valdelageve al azadico, que se usaba para la siembra de legumbres.   
Legón: Azada más pequeña y estrecha.
Escardillo: Especie de azada pequeña para quitar las hierbas malas.
Bidente: Especie de azada de dos dientes.
Pala: Herramienta con un palo y al final una hoja de hierro.
Pala plana: Sirve para remover la tierra, se clava verticalmente.
Pico: Es parecido a la azada, al final tiene una punta larga de hierro.
Piqueta: Es de la misma familia, por una parte tiene un pico de hierro y por el otro una plancha de hierro afilada.

Siega

Hoz: Utensilio compuesto de una hoja acerada, curvada y un mango de madera. Sirve para segar las mieses y hierbas.
Dedil: Dedal de cuero que utilizaban los segadores para protegerse los dedos pulgar e índice de la mano izquierda.
Manija: Trozo de cuero adaptado a la palma de la mano izquierda, lo utilizaban los segadores como protección.
Guadaña: Herramienta para segar a ras de tierra, tiene una hoja de acero bien afilada que termina en punta enastada en un palo largo, se maneja con las dos manos.
Zurrón: Bolsa grande de cuero, la utilizaban los pastores para llevar las viandas.
Cuenca: Vaso rústico hecho con un cuerno de res vacuna, es de uso general para los trabajadores del campo, pero especialmente lo llevaban  los pastores.

Acarreo

Carro: Carruaje de dos ruedas.
Yunta: Apero de madera con el que se uncen por el cuello a los dos animales.  
Cabezal: Correaje que ciñe la cabeza de una caballería.

Trilla

Trillo: Plataforma de madera curvada en la parte anterior, la parte de abajo esta rellena con pedazos de pedernal  que sirven para cortar la paja y separar el grano de la espiga, efecto que se produce al dar muchas vueltas sobre la parva, este útil va tirado por una mula o un par de bueyes.
Parva: Mies tendida  en la era en forma circular, antes y después de ser trillada
Horca: Instrumento agrícola de madera parecido a un tenedor, servía para revolver la parva levantando la paja, también para recoger la paja o el heno y subirlo al carro.
Trillique: Chaval que iba sentado sobre un tajo o silla baja, lleva las riendas para dirigir a las caballerías que tiran del trillo, también llevaba una pala presta para evitar que las cagadas de animal cayesen sobre la parva; eran la alegría de la era; siempre iban entonando bonitas canciones.
Tornadera: Horca de dos puntas que se utilizaba para dar vuelta a la mies de las parvas.
Pala de madera: Tiene un mango largo, servía para recoger la mies ya trillada, estaba echa de una sola pieza.
Pala de aventar: Se empleaba para echar al aire la mies trillada y separar el polvo y la paja del grano, también estaba echa de una sola pieza.   
Bieldo: Parecida a la horca, estaba formada por un palo en cuyo extremo se inserta otro transversalmente, éste es agujereado para incrustar cuatro o seis palos planos y semipuntiagudos. Servía para aventar el grano y separarlo de la paja, formándose de esta manera el muelo.
Liendro: Es el nombre que le daban en Valdelageve al bieldo.
Muelo: Montón, especialmente de forma cónica, en que se junta el grano después de estar limpio en la era.
Rastrillo: Consistía en un mango de palo largo cruzado en uno de sus extremos por un travesaño armado de dientes de madera; sirve para recoger la paja.
Criba: Se compone de un aro de madera en el que va sujeta una tela metálica,  llamada también tramo, maya, enrejado, u otro elemento perforado, como puede ser cuero, etc.
Harnero: Especie de criba con un fondo de tela metálica más espesa, servía para cerner el grano más fino, como la avena, etc.
Triguero: Es una criba que no dejaba pasar el grano, pero si el polvo.
Cedazo: En Valdelageve, ceazo. Es una criba más pequeña y cuadrada, su fondo es de tela fina, se utilizaba para tamizar la harina del salvado (salvao), se colocaba encima de dos barras moviéndola de adelante hacia atrás.
Costal: Saco grande, normalmente de lino, servía para transportar el grano.

Medidas para áridos y granos

Fanega: 12 celemines, 55,5 kilos
Media Fanega: 6 celemines, 27,75 kilos
Cuartilla: Cuarta parte de la fanega, 13,87 kilos
Celemín: Doceava parte de la fanega, 4,625 kilos
Cuartillo: 1,56 kilos
Rasero: Instrumento que servía para igualar las medidas de los áridos.
Romana: Balanza de brazos desiguales, en la que se desliza un peso a través del brazo más largo, que está graduado, para equilibrar el objeto suspendido en el brazo corto.
Báscula: Aparato utilizado para pesar mayores cantidades, está provisto de una plataforma sobre la que se coloca lo que ha de pesarse.

Aparejos de caballería

Aguadera: Armazón de esparto, madera, mimbre, que se colocaba sobre los lomos de las caballerías para llevar, barriles, cántaros de agua u otra mercancía.
Albarda o albardón: Aparejo compuesto de cuero, en su interior va relleno de paja para que la carga no perjudique  a la caballería.
Brida: Las riendas asidas al freno del caballo.
Cabezada: Guarnición de cuero que se pone a las caballerías en la cabeza.
Cincha: Correa que sirve para sujetar la silla o albarda sobre la caballería.
Collera: Collar de cuero, relleno de paja, que se pone en el cuello de las caballerías.
Bozal: Es un utensilio que se utilizaba para cubrir el hocico de los animales con el fin de que no se parasen a comer mientras trabajaban, generalmente eran de esparto.
Morral: Talego en el que comían las bestias cuando caminaban.
Rienda: Correa para dominar a las caballerías.
Serón: En un capacho más largo que ancho, cargaba a los dos lados de la caballería.
Sillín: Silla de montar en las caballerías.
Tralla: Látigo colocado al final de una vara.
Guijada: Pico colocado al final de una vara.
Soga: Cuerda gruesa que se utiliza para atar las mercancías que llevan las caballerías.

Enseres en una casa rural

Almirez: Mortero de bronce, sirve para machar.
Artesa: Especie de cajón que servía para amasar el pan, también los picados y adobados para enfusar en las matanzas.
Tajuela: Útil para apoyar las rodillas cuando se  lavaba la ropa en el río.
Lavadero: Tabla donde se restregaba la ropa para lavarla.
Asador: Varilla de hierro con punta, donde se mete la carne para asarla.
Afiladera: Piedra que se utiliza para afilar los cuchillos.
Caldero: Recipiente grande redondo de fondo cóncavo y con asa, se usaba para calentar agua, o cocer, generalmente, comida para los cerdos.
Candil: Lámpara colgante, utensilio para alumbrar formado por dos recipientes de latón superpuestos, cada uno con su pico; en el superior se ponen el aceite y la mecha y en el inferior una varilla con garfio para colgarlo.
Farol: Caja cuadrada de vidrio, unida en los cuatro ángulos por una barra de estaño, abierta en la parte superior, donde va un pequeño aro para llevarlo de la mano o colgarlo;  en el interior va un pequeño recipiente redondo con aceite y una torcida para que alumbre.  
Manga: Instrumento compuesto de un aro y una tela en forma de cono, sirve principalmente para colar el café.
Hogar: Sitio donde se enciende el fuego en las cocinas.
Chimenea: Conducto para dar salida al humo del hogar.
Poyos: Columnas de granito colocadas a los lados de la chimenea.
Llares: Cadena gruesa  que pende de un travesaño colocado dentro del cañón de la chimenea, en el extremo inferior tiene un gancho en el que se cuelga un caldero para distintos usos.
Morillo: Caballete de hierro que se pone en el hogar para sostener la leña en el fuego.
Fuelle: Instrumento que sirve para producir aire a presión, se utiliza para reavivar el fuego de la lumbre.
Badil: Paleta de hierro para recoger las brasas y cenizas del hogar.
Molinillo: Instrumento pequeño para moler manualmente, en especial el café.
Palmatoria: Candelabro bajo de un solo brazo y asa pequeña, en el centro lleva una vela de cera.
Alacena: Hueco con dos puertas hecho en la pared de la cocina, donde se guardan condimentos y alimentos.
Vasar: Hueco rectangular abierto en la pared de la cocina, tiene varios soportes de madera, donde se coloca el menaje de cocina.
Escaño: Banco grande con respaldo y posabrazos.
Escabel: Banco de madera.
Tajo o tajuela: Asiento rústico, generalmente redondo y provisto de tres patas.
Banqueta: Asiento bajo de madera y de forma rectangular.  
Tinaja: Vasija grande de barro, sirve para almacenar el agua.
Cantarera: Armazón rústico de madera con agujeros en la parte superior, servía para meter los cántaros.
Cántaro: Recipiente de barro, lo trasportaban las mozas lleno de agua, desde la fuente hasta casa,  cargando uno al cuadril y algunas otro sobre la cabeza; primero llenaban la tinaja y luego lo dejaban lleno en la cantarera.
Botijo: Vasija de barro, panzuda y con asa, con boca para llenarla y pitón para beber.
Porrón: Vasija de vidrio con boca y un largo pitorro, se utilizaba para beber vino a chorro.
Jarra: Pequeña vasija de barro vidriado con asa,  se utilizaba entre otras cosas, para servir el vino.
Garrafa: Vasija de cristal redonda con cuello largo, forrada de mimbre.
Damajuana: Garrafa.
Garrafón: Garrafa de mayor capacidad.
Capacho: Cesta de esparto con dos asas en el borde, servía para llevar la compra.
Pucheros y ollas: Recipientes de barro con una o dos asas, se utilizaban para cocer los alimentos.

(Fotos: Juan-Miguel Montero Barrado)