Plaza del
Azogue Viejo, actual plaza de Anaya (¿?-1455)
Plaza de San
Martín (1455–1729)
Fue desde mediados del siglo XV cuando, poco a poco, comenzaron a trasladarse
las múltiples actividades de la plaza del Azogue Viejo a la plaza de San Martín.
Se denominaba así por la iglesia que en ella se encontraba asentada y que
también compartía los espacios que hoy ocupan las plazas del Mercado, del Peso,
del Ángel, del Poeta Iglesias y del Corrillo, el Gran Hotel (actualmente, Edificio
Gran Hotel), las calles Quintana y San Juan de la Cruz, y la Plaza Mayor.
En medio de la plaza de San Martín se elevaba la
horca donde se ajusticiaba a los malhechores. También existía un rollo sobre el
que se colocaba, en su momento, la Mariseca. La noticia más antigua que tenemos
por escrito acerca de ella se refiere al año 1455, según lo atestigua también
nuestro insigne historiador Manuel Villar y Macías.
Volviendo al tema que a nosotros nos interesa y
del que somos conocedores a través de diferentes investigadores, en este caso
concreto por el mismo Villar y Macías, sabemos lo siguiente:
“La más antigua que tenemos de las corridas de
toros en Salamanca, corresponde al año 1466, cuando León de Rosmithal y de
Blana, cuñado del rey de Bohemia Jorge Podiebrand, que salió de Praga el 26 de
Noviembre de 1465, con un séquito de cuarenta personas y cincuenta y dos
caballos, llegó a España muy entrado el año 1466, se halló en esta ciudad, y
asistió a la corrida de toros del día de Santiago, en que el tercero mató a dos
hombres, hirió a ocho y a un caballo; verdad es que la manera de lidiar
entonces era muy diferente de la moderna, en que por ser mayor el arte y
destreza son menos frecuentes las desgracias”.
En aquel tiempo las corridas consistían en el
toreo a caballo, ejercicio de habilidad de los jinetes que tenían ganas de
demostrar sus dotes ecuestres y su amor al riesgo alanceando toros y
ofreciéndose en espectáculo a la plebe y en homenaje a sus damas. En Salamanca esto
ocurrió durante siglos y hay noticias de rejoneadores, que participaban en estos festejos, como Agustín González, natural de la ciudad,
que actuó por los años 90 del siglo XVII.
Junto al toreo a caballo, y como complemento o
ayuda, los criados de los caballeros, que después se profesionalizaron en el oficio,
empezaron a hacer a partir del siglo XVII un toreo a pie, que fue germen del actual.
Es así como lo describe Luciano G. Egido en su libro Las ramas del árbol
Salamanca. Y continúa diciendo en su misma obra:
“En el año 1467 el rey Enrique IV le concedió a
Salamanca la celebración de la feria de ganados en el mes de septiembre, lo que
traerían las fiestas populares, con corridas de toros incluidas. Desde entonces
se perpetuarían estas costumbres y ya no dejarían de figurar en los programas
de las fiestas comunales”.
“Las referencias a las corridas de toros
-celebradas en la plaza de San Martín y luego en su continuación, la Plaza
Mayor- son constantes entre los extranjeros que pasan por la ciudad y se pasman
ante la fiesta taurina”.
María Dolores Pérez-Lucas, en su obra Un paseo
por la Historia de Salamanca, puntualiza:
“Las corridas de toros enardecían a los
salmantinos de todas clases sociales, desde plebeyos hasta nobles, pasando por
los catedráticos de la Universidad y sin olvidar a los curas. Entre los últimos
había grandes aficionados, a tal punto que el Papa [Pío V] prohibió [en 1567] su
asistencia al taurino espectáculo”.
También Ignacio Francia, en su Guía Secreta de
Salamanca, insiste en que:
“Cualquier pretexto era bueno para celebrar
corridas, además de los motivos tradicionales. Por ejemplo, la concesión de
grados académicos, con la torada a expensas de los nuevos doctores”.
Nuestro ilustre historiador Manuel Villar y Macías, en
su Historia de Salamanca (Libro
IX, p. 102), nos sigue contando:
“Grande es hoy la afición a las corridas de
toros, pero no era menor en los tiempos pasados, pues además de las tres
fiestas de San Juan, Santiago y Nuestra Señora de Agosto, no había canonización
de santo, consagración de iglesia, fiesta de cofradía, proclamación de monarca,
regio enlace, nacimiento de príncipe, batalla ganada y grado de doctor que no diese lugar a la celebración del anhelado
regocijo, pues regocijo era
cada corrida de toros, y rara vez se denominaban así otras fiestas, y esta
palabra parece que da a entender que era la fiesta por excelencia”.
Para concluir este importante capítulo quiero
retomar otro recorte de Luciano G. Egido, en el que se expresa así:
“Junto a la Universidad han sido los toros otro
de los pilares de la fama de Salamanca en España, basada en las grandes dehesas
de la provincia, que propiciaron la cría
y selección de los toros de lidia, que proveerían de material animal a la fiesta nacional durante siglos hasta
nuestros días”.
(Imágenes: 1ª, plaza de Anaya, de Juan-Miguel Montero Barrado; 2ª, plano del entorno de lo que fue la Plaza Mayor, en Alfonso Rodríguez G. de Ceballos; 3ª y 5ª, de la serie de grabados Tauromaquia, de Francisco de Goya,; 6ª, escenas de toros, en Getty-Images; y 7ª, dehesa salmantina, Salamanca. Fragmentos de voces y miradas.
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