"Adam Michel. Gran hombre. Lo conocí de muy niño. Tengo un recuerdo vago de su cara sudorosa mientras dormía. “Le han sacado una muela”, creo que dijo mi madre. También tengo el recuerdo, mucho más vago, de una guitarra, que no sé cómo llegó, si es que lo hizo, a casa (¿fue un sueño mío u ocurrió realmente?). Son imágenes lejanas, anteriores a su “exilio”. Allí estuvo cinco años, laborando, siendo explotado, pero aprendiendo más de la vida. Ya había tenido su iniciación a la adultez con su mili prematura. Fue algo así como su bachillerato. De vez en año, de madrugada, volvía temporalmente a casa. Y con él el magnetofón que reproducía las voces (¡lo que disfrutó, y presumió, mi padre en el pueblo grabando a sus discípulos, y lo que nos reímos con la voz de Emilio, la felicidad infeliz en persona!), el helicóptero de plástico que volaba, el agua bendita que acabó turbia (¿te acuerdas, Jose, antes de no sé que examen?) y lo que fuera. Y siempre, Adam Michel, con su sonrisa permanente. El "exilio" fue su licenciatura. Después del regreso su trabajo encomiable en "la tienda" fue ya el doctorado cum laudae" (Jesús Mª Montero Barrado).
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