martes, 16 de marzo de 2010

El valor que tuvo la producción de lino

Este tema nos va a resultar atractivo, quizá algo apasionante y de gran valor cultural para todos los lectores que en el se introduzcan. En Valdelageve tuvo mucho valor la producción de lino, de la que se habla abundantemente en el Catastro de Ensenada de 1752.
Posteriormente el insigne escritor e investigador don Eugenio Larruga publicó en 1795 la obra Memorias Políticas y Económicas sobre los Frutos, Comercio, Fábricas y minas de España, y en su tomo XXXIV, destinado a nuestra provincia, aparece el nombre de Val del Ageve como uno de los pueblos cultivadores de lino. Esta planta no sólo era común en nuestra comarca, sino prácticamente en toda la provincia.

Voy a hacer un poco de historia, basándome en la obra mencionada con anterioridad y editada recientemente*, así como en las notas tomadas de algunas personas del pueblo. El lino es una planta herbácea de la familia de las lináceas. Sus hojas son lanceoladas, sus flores azules y el fruto forma unas cápsulas que contienen de 5 a 7 semillas, llamadas linaza. De éstas se extrae el aceite de linaza y de los tallos, la fibra textil, llamada lino.

La siembra se efectúa en primavera. La cantidad de semilla varía según el objetivo del cultivo: si es para el aprovechamiento de la fibra, la semilla es más espesa; si, por el contrario, las semillas van a ser utilizadas para obtener aceite de linaza, la siembra es más rala.


En Valdelageve lo más seguro es que la mayor parte, por no decir toda, fuera destinada a la obtención de fibra, trabajándola en pequeñas parcelas. El proceso de producción era muy laborioso. El lino se cultivaba en los mejores terrenos del pueblo, que se abonaban con estiércol. Después de ararlo varias veces, se sembraba la linaza en la primavera, regándola y escardándola constantemente. Una vez madura, se arrancaba con sumo cuidado, haciendo pequeños haces. Después eran machados para quitar las semillas que habían de servir para el próximo año. Hecho esto, se metían a remojo en el Riato durante una semana. Después se sacaban poniéndose a secar. Una vez secas se golpeaban hasta quitarle toda la cáscara del tallo, quedando solamente la hebra con alguna suciedad que se perdía en parte al espadarse, un trabajo, éste, hecho por las mujeres con un instrumento llamado espadilla o espadador. Terminaba la operación de limpieza rastrillándolo, que consistía en pasarlo por la gramilla, una tabla vertical de un metro de alto por medio de ancho con púas en el centro, que descansa en un pie de madera. Y así quedaba listo para poder ser hilado. Las madejas eran pinchadas en la rueca y con la ayuda del huso se obtenía el hilo fino, que posteriormente se devanaba en ovillos.

Una vez hilado el lino, se llevaba a tejer a los telares de Madroñal. Con los paños obtenidos se hacías sábanas, camisas, colchas, mantelerías y toda clase de ropa necesaria para la casa.

En el libro nos indica don Eugenio Larruga que la mejor producción era la que se cultivaba en la zona de la Sierra de Francia. También hace hincapié en cómo venían los portugueses a comprar el lino a nuestra provincia, para retornar ya con los lienzos elaborados y venderlos en Madrid.

No me resisto a transcribir una cita del mencionado libro por su atractivo y vetusto estilo literario:

“Luego que el lienzo sale crudo sale del telar,
se blanquea por las mugeres, trayendole
quince dias poco mas ó menos al agua,
mojandole continuamente, colándole
diariamente con lexías de agua cociendo,
jabon, y cenizas de encina ó roble, y sacado
de dichas lexias se tiende en prados verdes
de buena calida junto al agua, hasta ponerlo
en estado de blanqueo”.


* Estos importantes datos han sido sacados de una magnífica edición de 1994, excelentemente trabajada y cuidada por las investigadoras doña M. Nieves Rupérez Almagro y doña Rosa M.ª Lorenzo Gómez, con la colaboración del Centro de Cultura Tradicional de la Diputación de Salamanca, dirigido por don Ángel Carril.

(Foto: Juan-Miguel Montero Barrado).

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