viernes, 3 de febrero de 2012

La calzada romana llamada Vía de la Plata (2)

Nuestra llegada a Mérida.

En el supuesto de que una legión romana quisiera ir hacia el norte desde Mérida, comenzaría su camino desde la milla 0, a la que he aludido antes. Iría por la hoy llamada calle de Santa Julia, pasaría debajo del Arco de Trajano (que, se supone, pudo ser una puerta de entrada a la ciudad), seguiría por la plaza de la Constitución y las calles Almendralejo y del Calvario, para entrar por el puente del río Albarregas, desde donde se podría contemplar perfectamente, y a la vez deleitar, el acueducto de los Milagros. Seguidamente comenzaría a subir por la hoy llamada avenida Vía de la Plata, cruzando la ronda de Los Eméritos, para continuar en línea recta por la avenida de Las Palmeras y seguir ya por la Calzada campo a través.

Los peregrinos de la Asociación “Amigos del Camino de Santiago-Vía de la Plata de Fuenterroble de Salvatierra” de Salamanca, de la que formo parte, comenzamos nuestro recorrido recreando en parte los lugares por donde pasarían las legiones romanas. Nuestra marcha resultó sumamente interesante. ¿Por qué? Porque teníamos la idea muy clara de hacer primero el trayecto de la calzada romana hasta Astorga, para luego retroceder hasta la Granja de Moreruela, en la provincia Zamora, y continuar caminando por el camino Sayagués hasta llegar a Santiago de Compostela.

Antes de iniciar el recorrido desde Mérida fuimos a visitar a nuestro amigo Ángel Texeira, presidente del Centro Iniciativo de Mérida (Oficina de Gestión Alba Plata), para que nos sellara las credenciales correspondientes. Finalizado el trámite, don Ángel, dada su bondad, nos invitó y acompañó a visitar el Museo Nacional de Arte Romano, procurando que nuestros conocimientos fuesen más claros, fructíferos y amplios. Terminada la visita, y después de darle nuestras más efusivas gracias, comenzamos a cumplir el objetivo que teníamos marcado.

El inicio del camino por tierras extremeñas.

La primera maravilla que vimos, caminados seis kilómetros, fue el pantano romano de Proserpina, al que ya he aludido. Después llegamos a Aljucén, donde hicimos la primera parada y nos dio tiempo a visitar la iglesia de Nuestra Señora de la Consolación, con portada renacentista. Una vez dentro tuve que cantar el “Ave María” de Schubert. Visitando el pueblo nos acercamos a ver un museo de figuras hechas con hierro y madera por un lugareño, que es, por cierto, muy curioso. En la parte de arriba están colocados dos arados antiguos y repartidas por sus calles están colocadas algunas de sus obras representativas. Hay una que recuerdo muy bien y es una chapa pintada de color gris oscuro, imitando un pergamino, que está perforada con la siguiente frase:



Camino de Santiago
Vía de la Plata
Km. 740 Aljucén

En el trecho hasta Alcuéscar el recorrido, si mal no recuerdo, fue casi sin sombras. Podíamos ver a los lados de los caminos algunos árboles, matas y, sobre todo jaras. Está en mi mente que al llegar a la Cruz de San Juan aprovechamos para sacar algunas fotos los que llevábamos máquinas. Unas quedaron fantásticas, aunque a otras les cortaron la cruz y si se descuidan, en alguna nos hubieran cortado hasta la cabeza.

Ya en Alcuéscar me llamó mucho la atención por su gran trabajo la Congregación de María y de los Pobres. Cuidan de una forma muy especial a personas con deficiencias psíquicas y acogen con mucho cariño a los peregrinos, como hicieron con nosotros. El pueblo es muy bonito por sus calles y casas señoriales. La gran parroquia de la Asunción se encuentra en lo más alto del pueblo. Su estilo es gótico-renacentista, construida entre finales del siglo XV y finales del XVII sobre una antigua iglesia románica. En el interior, como es muy normal, dada la belleza de la iglesia y a petición de los peregrinos, canté el “El Milagro de la Virgen” de Mariano Pina Domínguez y Ruperto Chapí. Las dos mayordomas que se encontraban en la sacristía salieron atraídas por la música y me rogaron que repitiera la canción. Quedaron tan entusiasmadas, que aplaudieron llenas de emoción y con buenas palabras se lamentaron no tener un aparato para haberlo grabado.

A tres o cuatro kilómetros se encuentra la basílica visigoda de Santa Lucía del Trampal, que recomiendo a todos los peregrinos que puedan se acerquen a visitarla. Nosotros, por circunstancias, nos quedamos con ganas, pero... Yo al menos me conformo con las fotografías que tengo, tanto las anteriores a ser renovada, como en el estado actual que se encuentra.

Como anécdota les diré que fue el pueblo donde trabajó como médico mi querido amigo don José Almeida Corrales. Allí conoció a doña María del Rosario, Charo, una joven hermosa y muy simpática, con la que, pasado un tiempo, contrajo matrimonio. Trabajó mucho. En algunos casos, durante las veinticuatro horas del día y en muchos casos, desinteresadamente, de ahí que los vecinos le cogieran tal cariño, que pusieron su nombre a una de las calles.

Continuando por el camino, y justo antes de entrar en Casas de Don Antonio, atravesamos por un puente medieval de verdadera belleza que cruza el río Ayuela. Ya en el pueblo, la antigua mansio de Ad Sorores, existe un rollo, que los vecinos lo datan del siglo XV ó del XVI. En su parte superior se pueden apreciar los cuatro ganchos desde donde dicen que se colgaba a los reos. Por la calle Real pasaba la Calzada.

Pasado el pueblo en dirección a Aldea del Cano, a 1 kilómetro aproximadamente, nos encontramos el miliario XVII. Está formando parte de una pared de piedras de cantería y a la derecha de la Calzada. A no mucha distancia hay otro, con el número XVIII, que es de máximo interés. Lo llaman el “miliario correo” o “miliario del cartero”. Tiene un hueco hecho ex profeso, donde en otros tiempos el cartero dejaba la correspondencia del cercano cortijo de Santiago de Bencaliz. Según algunas versiones está enclavado en su verdadero sitio.

Desde ahí, en uno o dos kilómetros, cruzamos el puente de Santiago, de origen romano, que atraviesa el regato con su mismo nombre. Un poco más adelante cruzamos la carretera N-630 y, antes de llegar a la dehesa de la Atalaya, me detuve para ver el miliario XXX. Más adelante hice lo mismo con el XXXI y metros más allá con un fragmento del... ¿XXXII?

Medio kilómetro antes de entrar en el pueblo de Valdesalor atravesamos el puente romano, llamado de la Mocha, y que, de verdad, en el año 2002 no estaba en muy buenas condiciones. Pero al menos nos sirvió para pasar el río Salor. En 2008 ya está restaurado.

En Cáceres.

Por fin llegamos y entramos en la ciudad de Cáceres, por donde caminamos hasta la Plaza Mayor. Dimos una vuelta por ella, nos sentamos en una terraza y tomamos un refresco. Al ver en las escaleras de enfrente a un grupo de peregrinos, nos acercamos a saludarlos y acabamos comiéndonos el bocadillo juntos. Lo cierto es que eran las escaleras que suben al Arco de la Estrella, donde estuvimos un rato en paz y buena armonía.

Posteriormente nos reagrupamos para visitar la parte antigua de la ciudad, aunque, bien es verdad, acabamos formando grupos. Cosa normal, pues cada uno tenía una forma de pensar y de interpretar el arte. Por mi parte lo que más recuerdo fue la entrada en la plaza de Santa María, viendo un edificio oficial de frente, anteriormente llamado Palacio del Mayorazgo y que hoy pertenece a Caja Extremadura. A la izquierda estaba el palacio de los Golfines, del siglo XVI y estilo gótico-plateresco. Me fijé en una crestería del estilo que tanto tenemos en Salamanca y luego en el lateral de la torre. Como anécdota, se dice que los Golfines fueron unos bandidos medievales, de ahí el sobrenombre familiar.

También me llamó la atención la concatedral de Santa María, de los siglos XV-XVI y que, por cierto, tiene diferentes estilos. El tiempo del que disponíamos era corto y no pude fijarme en muchos detalles. Subiendo las escaleras de la plaza de San Jorge, cuyo santo me dijeron que era el patrón de la ciudad, nos encontramos con la iglesia que lleva el mismo nombre. Más adelante tuvimos la suerte de dar con la Casa de las Veletas, que en su sótano se conservan aún los aljibes de la época árabe-musulmana y que realmente es la parte más impactante.

Desde allí saltamos a la plaza de San Mateo, donde tuvimos la suerte de descubrir un Jesucristo Crucificado pegado a la pared y que en la parte superior tenía un tejadillo para cubrirlo de las lluvias. La pared pertenece al convento de San Pablo, habitado por las Clarisas, monjas de clausura. Lástima que el Cristo no tenga nombre, como me dijeron posteriormente las monjitas al llamarlas por teléfono. Haciendo mis indagaciones, me han informado que puede ser gótico-renacentista, de la segunda mitad del siglo XV.

En la Oficina de Turismo de la Junta nos sellaron las credenciales. Luego paseamos por más calles, fijándonos en sus puntos más interesantes, todos ellos de gran belleza. Tengo grabada en mi mente una calle larga, estrecha y con poca claridad en la que, según iban subiendo los edificios, sus paredes se iban estrechando. En la parte alta pude ver un arco pequeñito, que me hizo recordar a las antiguas calles árabes, donde, para que no se junten unas casas con otras, tienen puestos unos ladrillos.

Finalmente volvimos a la iglesia de Santiago. Si al comienzo del recorrido lo primero que hicimos fue acercarnos a ella para que el párroco nos sellase las credenciales, por las maniobras que vimos sospechamos, con casi seguridad, que no nos quiso atender. La iglesia estaba abierta y pudimos visitarla. Al salir nos despedimos del pequeño peregrinillo esculpido sobre la puerta principal, llamada también de los Peregrinos. Tiempo después un amigo cacereño, el doctor José-Ramón González Muñiz, me envió un correo electrónico en el que me decía: es una iglesia de estilo románico-gótico, construida entre los siglos XII y mediados del XVI.

A tres kilómetros aproximadamente, se encuentra un yacimiento de grandes dimensiones, lo que se cree que fue la antigua ciudad romana, conocida como Castra Caecilia, hoy conocida por Cáceres el Viejo y se corresponde con lo que fue la ubicación primero de un campamento militar romano y luego de la ciudad. Según algunos historiadores se cree que fue fundada en el año 80 a. C. por el jefe militar Cecilio Metelo, de donde derivaría el nombre romano. Al no estar en el camino, no pudimos verla, pero creo que es interesante al menos conocer que existe.

El nombre actual de Cáceres procede del árabe kazris, que puede muy bien ser una derivación del latino castris. El Cáceres monumental que hoy conocemos comenzó a levantarse en la época árabe, a partir del siglo X. En el XII se construyó una muralla para defenderla de los ataques desde el reino de León y en 1229 el rey Alfonso IX acabó conquistándola. Desde entonces se fue configurando todo lo que es hoy la parte histórica.

En el entorno del río Tajo, el Tagus romano.

En una nueva etapa, saliendo desde la plaza de toros de Cáceres, el primer pueblo que nos encontramos fue Casar de Cáceres, en el que, según me dijeron, por la calle principal pasaba la Calzada. Allí sellamos las credenciales, compramos la famosa tarta de queso y fuimos a ver la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, que creo que es del siglo XV. En una plaza adornada de plantas, árboles y palmeras hicimos un alto para comer un bocadillo, pues necesitábamos fuerzas para seguir el camino.

Recorridos 8 kilómetros aproximadamente desde el Casar, nos encontramos con dos fragmentos de miliarios. Fijándome bien, me di cuenta que habían sido colocados recientemente, pues se notaba que la tierra que les rodeaba estaba todavía blanda y la hierba no había hecho su aparición. Lo más curioso es que la distancia de uno al otro era solamente de unos cuantos metros y además estaban colocados a la derecha, algo que resulta inverosímil. Comencé a caminar pensativo, cuando, pasados pocos kilómetros, me encontré con varios miliarios divididos en dos montones, cada uno de cinco o seis. Lo llamé cementerio de miliarios. Tras mis averiguaciones posteriores su nombre exacto es Lomo de la Plata y me dijeron que no eran miliarios, pero sí el lugar donde se hacían los verdaderos. Posteriormente, fijándome en las fotografías que tengo, observé que ninguno estaba cincelado ni marcado y, es más, tampoco tenían al final la forma cuadrada, que era la que en gran parte quedaba enterrada.

El final de la etapa fue en el reculaje del río Tajo, un lugar muy apropiado para ello. A este río los romanos le llamaron Tagus. Cuando hay poca agua se puede ver perfectamente la torre de los Floripes, del siglo XV, que estaba antes de cruzar el río, y también los restos de lo que fuera el pueblo de Alconétar. Hoy todo ha quedado cubierto por las aguas y dentro de ellas lo que quedaba de la mansio de Turmulus. Mejor suerte han corrido las ruinas de su puente romano, que pudieron salvarse al ser trasladadas y reconstruidas hacia el cauce del río Sapo, en la otra orilla del embalse. Puede verse en el inicio de la subida hacia el pueblo de Cañaveral.

Fue desde el pantano de Alcántara desde donde iniciamos la siguiente marcha. Primero lo hicimos por la carretera N-630, cruzando por los puentes del río Almonte y Tajo, éste último, en las cercanías del Club Náutico. Después cruzamos la carretera y retomamos la marcha por una vereda. Casi todo este tramo del camino lo hicimos entre jaras y encinas. Antes de llegar a Cañaveral pasamos por un puente medieval, llamado de San Benito, y cruzamos después la carretera para reagruparnos alrededor de la iglesia de Santa Marina, de los siglos XIV y XV. En este pueblo comimos.

Seguidamente nos salimos de la Calzada y atrochando por el monte entre árboles y arbustos llegamos al convento franciscano de El Palancar, fundado por San Pedro de Alcántara en el siglo XVI. Yo creo, según lo que he leído, que es el monasterio más pequeño del mundo, pues sólo tiene 72 m2. Además de sus dependencias, tirene una capilla muy bonita y un claustro de madera muy curioso. Merece la pena visitarlo. Yo lo he hecho varias veces.

La etapa finalizó en Grimaldo, un pueblo que conserva un castillo con su torre y dentro de él un miliario, del cual no puedo dar detalles. En la siguiente marcha gran parte del camino lo hicimos entre encinas y alcornoques, casi siempre pisando una alfombra verde y de fresca hierba. En la parte final del trayecto pasamos junto al pantano del Boquerón y cruzamos su aliviadero, no sin llevarnos unos cuantos sustos viendo en qué piedra podíamos pisar por si se movía o estaba fija, porque, de confundirnos, el chapuzón estaba asegurado. Gracias a Dios todo quedó en risas. La primera vez que lo hicimos, yo fui el primero en quitarme las botas y remangarme los pantalones, pues soy muy amigo del agua.

En la llegada a Galisteo, donde estuvo situada la mansio de Rusticiana, cominos, para luego despistarme, caminar solito, como es mi costumbre, y poder saborear la villa. En ella vi la muralla almohade de los siglos XII-XIII, construida con cantos de río; la iglesia parroquial, con un hermoso ábside mudéjar; la torre del Homenaje o la Picota, como popularmente la llaman; y la Silla de la Reina, con una vista panorámica excelente, y el Rollo, detrás, donde ajusticiaban al reo cortándole la cabeza. Estas dos últimas cosas están trabajadas con granito. Finalmente, al visitar la iglesia parroquial y ante la petición de los peregrinos, volví a cantar, aunque esta vez lo hice con la “Plegaria” de Álvarez.


(Fotos: Juan-Miguel Montero Barrado)



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