En fin, como la mayoría de estos temas los he tratado en algún otro escrito, voy a referirme a otro, pero debéis perdonarme que no sea más explícito de lo que quisiera, pues debo ser un poco respetuoso y no tratar puntos específicos. Creo, queridos lectores, que sabréis comprenderme.
Un buen día salí del pueblo de mi señora, El Cabaco, llegué a Valdelageve temprano y dejé el coche en un lugar poco habitual para que no fuese descubierto. Por supuesto que iba con mi traje de peregrino y, preparado para estos menesteres, me puse la mochila, donde llevaba agua y fruta. Así, con mi cayada y sin más comencé mi aventura. La primera parte resultó bastante cómoda, pero no así la segunda, pues todo era una subida muy empinada, de esas que hay que pensárselas y más por lugares abruptos. Lleno de zarzales y malezas del campo, tenía que ir buscando por donde poder caminar y evitar una mala pisada. Una vez llegado el primer punto, necesité hacer una pausa debido al cansancio, el calor y el sudor. Además necesitaba mirar hacia abajo y pensar: “¡vaya bajada que me espera!”.
La segunda parte resultó ser de las mismas características, volví a mirar hacia abajo y… ¡jolines!, esto se ponía cada vez más empinado y mis ojos hacían chiribitas. Menos mal que llegué a un lugar donde existía un sendero. “Gracias a Dios”, me dije. Caminados unos cientos de metros, frente a mí descubrí unos grandes canchalazos y me quedé observándolos, mientras mi mente no daba crédito a lo que veía. Seguí caminando y me encontré otro canchalazo, éste un poco más solitario, pero cuál fue mi sorpresa cuando divisé unos cuantos buitres. Parecía que estaban descansando y supongo que alguno estaría atendiendo a sus poyuelos, porque en realidad no sé cuántos huevos encuban. Aquí no tuve más remedio que pararme un buen rato para seguir deleitándome y ver cómo otros volaban un pequeño tramo al observar que algún humano estaba cercano y acabar aposentándose en unas rocas cercanas.
Siguiendo el sendero, localicé las ruinas que estaba buscando. Otra alegría más, pues todo me estaba saliendo a pedir de boca. Cuando llegó el momento de regresar, ya había caminado unos cuantos kilómetros sin darme cuenta, pero como mi vista se dirigía hacía todos los lugares, he aquí que de repente apareció una cigüeña negra haciendo un círculo. Por suerte la máquina de fotos la llevaba de la mano y no pude por menos que hacer la última foto en esa zona. Yo me preguntaba: “¿cómo he podido tener tanta suerte?”, pues todo me salió mejor de lo que yo pensaba. Llegué al lugar por donde creía que tenía que bajar, pero no sabía cuál era el camino. Hice varios intentos hasta que por fin logré encontrarlo. El descenso fue peor de lo que yo esperaba. Una gran parte del…, podéis llamarlo como queráis, tuve que hacerlo con los tacones y con la ayuda del bastón, que llevaba una buena punta de acero. Tuve que volver a luchar con los zarzales y demás, pero al final, cuando pude asentar completamente los “pieses”, como yo digo, volví a darle gracias a, en este caso, la Santísima Virgen de Guadalupe, la mejicana, y al Santísimo Juan XIII.
Perdón si alguien no está de acuerdo conmigo, pero llamo a este Papa Santísimo porque para mí lo es, al igual que para muchos católicos, pero, ya lo dicho otras veces, como era hijo de una familia labradora y quiso renovar muchos puntos en la Iglesia, para lo que preparó el Concilio Ecuménico Vaticano II, al fallecer, de un plumazo, se lo cargaron. ¿Quiénes? Seguramente la Curia Romana. ¿Por qué? No interesaban sus ideas innovadoras. Sigo preguntando: ¿y por qué? Porque sencillamente querían volver por el mismo camino que habían seguido anteriormente. Y vuelvo a repetir: ¿por qué? Porque todos son unos retrógrados. Éste es mi concepto, muy particular.
Una vez pisada tierra firme, me tocó subir todo lo que había bajado y misión cumplida, mi deseo había sido consumado.
Pero, ¡ay, amigos!, no os podéis imaginar las reprimendas que me echaron en mi pueblo todos los paisanos por haberme metido por esos terrenos tan abruptos y sin senderos. Me dijeron lo que les pareció, me llamaron de todo, no me canearon de chiripa… A lo que yo les contesté, con todo mi cariño: “no os dais cuenta que Juan-Miguel es una persona aún muy joven”. Todo quedó ahí, pero sirvió para reírnos.