"Leído con detenimiento el manuscrito que ha puesto en mis manos Juan-Miguel Montero Barrado, llego, como primera conclusión, al convencimiento que no falta no sobra nada. Si la certeza es poesía, cierto es que el libro que Montero ha escrito sobre su pueblo, el salmantino Valdelageve, es una prédica de amor por la tierra, una imagen rica y profunda del propio pasado, al tiempo que un mensaje de un mundo que, para muchos, parece esfumarse gozosamente, ¿tal vez con dolor?.
Conozco al autor desde hace muchos años, tantos que más se pierden más en recuerdos que en complacencias o sonrisas. Montero posee un don especial, especie de intuición de lo mismo y de lo otro, para captar el sentido de la belleza de las cosas. Apasionado de la música, en concreto de la ópera, más en concreto por la figura del tenor Alfredo Kraus; lector infatigable, con una cierta anarquía, en un intento de invitar a las cosas a que se acerquen a enseñarnos algo; conversador entrañable, precisamente porque intuye los importantes descubrimientos vitales que existen en las palabras y las pausas; curioso, en general, porque hay que buscar la gravedad y la inteligencia del mundo, Montero tenía, por necesidad, que escribir. Sostiene el lector en su mano el resultado de tanta pasión, de tanta vitalidad, de tanta necesidad, de tanta curiosidad. Y mucha sinceridad.
Puestos a elegir tema, Montero ha optado por una línea de dibujo que al prologuista le parece perfecta: recrear la huella de unos hombres, que juntos se llamaron, llaman y llamarán Valdelageve, como gesto y señal de que la historia también se detiene en lugares aparentemente anónimos. La pluma de Montero, por detenerse, se ha detenido en tierras de “mediana calidad”, cuyas “producciones consisten en cereales, legumbres, hortalizas, pastos, vino, aceite, lino”. La pluma de Montero, por detenerse, se ha detenido, también, en “terrenos sin cultivar, “llenos de jara y brezo”, por donde, para dar consistencia al sueño, corren “lobos, zorros, jabalíes, venados, corzos. La pluma de Montero se quedó inmóvil en un punto del mundo de orografía accidentada, bañada por el Río Cuerpo de Hombre, para invitarnos a ir despacio y “poder disfrutar del encanto del paisaje, así como del aroma que desprende la vegetación. Nos incita, después de pasar por Peñacaballera, El Cerro y Lagunilla, a que nos quedemos en Valdelageve.
Dos son las virtudes que encuentro en la obra de Juan-Miguel Montero Barrado. La primera, frescura. En vez de abolida, queda la naturaleza de Valdelageve y su entorno, por mor de las palabras de Montero, plena vida, llena de ensueño y acción, teñida de la suficiente dosis de locura y posesionada de verosimilitud. Sin necesidad de magnificar, parece surgir una leyenda que a los “campesinos de este pueblo salmantino” con “ligeros tintes extremeños” les va a complacer. Huyendo del peligro de la naturalidad, sin encerrarse en ella, se pasean por las páginas del libro los gevatos, gentes, en palabras de Montero, trabajadoras, serias, ponderadas, alegres y vivarachas, que siendo abiertas y cordiales con los forasteros, resultan un poco reservados y criticones para con los suyos. En esa frescura, emociona, por ejemplo, ver surgir la figura de un hombre, este forastero, que se casó con una gevata, que en su pedigrí cuenta con el honor de haber sido el zagal que cuidaba la vacada del poeta José María Gabriel y Galán, inmortalizada en “Mi Vaquerillo”.
La segunda, sinceridad y rigor, dos cualidades en una. El autor vive su pueblo, pero sabe mirarle desde la distancia. Ama a su pueblo, pero éste es un amor documentado. Entiende a su pueblo, al que ha leído con los ojos, el corazón y la inteligencia. Valora a su pueblo, y lo ha hecho con gestos que captan y expresan algo más que formas. Montero ha recorrido el pueblo, que otrora visitaron reyes y mobles, escrutando cada rincón, investigando con minuciosidad datos para otros perdidos, contemplando detalles, para escribir la pequeña historia de Valdelageve, para él un relato en el que ocurren cosas que quieren ser, al menos para los gevatos, grandes.
Puede estar el autor satisfecho de lo que ha escrito. Un regreso al pasado, necesario, por ser la base de los fragmentos del futuro. Puede Montero, ahora, congraciarse consigo mismo, ya que ha conseguido analizar el corazón humano de Valdelageve para desentrañar, en él y en el alma aneja, los verdaderos sentimientos que animan el espíritu de determinados hombres. Sin este opúsculo jamás se habría percibido el encanto de un bello pueblo salmantino. El sentido de lo sagrado también se encuentra en el paisaje de un pueblo charro que, “con tintes extremeños”, quieren seguir viviendo para siempre".
Luis Carlos Tejerizo López,
de la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas
Luis Carlos Tejerizo López,
de la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas
(Fotos: Juan-Miguel Montero Barrado y Jesús Montero)
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