Don Pedro Calama Bares nació en La Alberca, provincia de Salamanca, el 29 de octubre de 1928. Durante su infancia siempre fue un niño sano, fuerte, inteligente y juguetón, pero eso no fue óbice para que poco a poco sus ideas se fuesen inclinando hacia la vida del sacerdocio y el amor por los demás. De ahí que comenzase los estudios en el seminario de Coria, provincia de Cáceres, que es la diócesis a la que pertenecía toda la parte sur de la provincia de Salamanca. No obstante, desde 1958 todos estos pueblos pasaron a pertenecer a la diócesis de Salamanca.
El día 12 de junio de 1954 fue ordenado sacerdote en la catedral de Coria y desde ese momento ya pudo desarrollar el trabajo que tanto deseaba: cura de pueblo, que encierra una labor importante. Si nos ponemos a pensar detenidamente, qué dos palabras tan importantes encierran una labor tan bonita y llena de amor, ternura, amistad: “cura de pueblo”.
Sus primeros destinos fueron en la comarca de las Hurdes: El Ladrillar, El Cabezo y Riomalo de Abajo. En 1958 se fue acercando a nuestra zona, siendo su nuevo destino El Cerro. Hasta el año 1980 no tomó posesión de Valdelageve y a partir de aquí es cuando puedo decir que los pueblos a los que atendía y sigue atendiendo son, además de El Cerro, donde tiene su domicilio, Montemayor del Río, Lagunilla y Valdelageve.
El trabajo que desarrolla en las parroquias y fuera de ellas es encomiable. No llego a entender cómo ha podido, y puede todavía a su edad, desplazarse, asistir a los bautizos, dar a los niños la catequesis, prepararlos para la confirmación, acudir todas las semanas y días extras a decir misas, preparar a los novios antes de la boda, asistir a los funerales, etc.
Tocando el tema de los desplazamientos, han sido muy variados. Comenzó a hacerlos con caballerías, luego con bicicletas, le siguieron coches de pequeña cilindrada y ahora posee un Volkswagen Golf, que, como digo yo, es “el que nunca muere”, pues hay que ver los kilómetros que hace por las carreteras, si es que se las pueden llamar así por el mal estado en que se encuentran, con tantas curvas peligrosas como las que hay en esa zona de la sierra.
Una vez llegada la edad de jubilarse, que como tal palabra no pasó jamás por su mente, el señor Obispo le dio plena libertad para hacer lo que desease. De ahí que diga con muy buen criterio. “No, porque mi Vocación ha sido siempre la de servir a la Comunidad”. También me dijo: “Cuando me ordené Sacerdote, lo hice para servir a la Iglesia y así lo seguiré haciendo mientras el Señor me siga conservando la salud y más ahora con la necesidad y falta de vocaciones que padecemos”.
Ahora voy a tocar otro punto muy interesante y que además me agrada. A don Pedro lo tengo ahora mismo en mi mente viéndolo en los diferentes lugares por los que se mueve: Pero lo voy a presentar preferentemente en el despacho que tiene en su casa, rodeado de libros, entre los que se encuentran principalmente los que utiliza para preparar los santos quehaceres que lleva a cabo en cuatro pueblos de la sierra. Son los libros parroquiales, que utiliza sobre todo para preparar sus trabajos, para atender a sus fieles y quizá, si le queda algo de tiempo, para descansar.
Es estos libros parroquiales es donde figuran todos los asentamientos de sus feligreses, los archivadores, las fotografías, tanto familiares como personas relacionadas con la iglesia, pero, sinceramente, como se lo he dicho en varias ocasiones, a don Pedro le falta, sin lugar a dudas, no solamente para mí, sino para una gran cantidad de personas en el mundo, una fotografía del papa Juan XXIII, el más bondadoso, inteligente y sabio que ha existido después de San Pedro.
Me he encontrado con don Pedro en algunos municipios por los que el se mueve, pero en especial en mi pueblo, Valdelageve. Tiene ya casi 83 años, pero es que hay que verlo con qué facilidad se mueve. Ejemplos son cómo sube al campanario a tocar las campanas, la fuerza y el ímpetu que pone al decir la Santa Misa y aun más al explicar el santo Evangelio. Cuando termina los santos oficios, tiene tiempo para visitar a sus enfermos y con ese carisma tan poderoso que posee, se junta a charlar por las calles del pueblo con todo tipo de personas, mayores, jóvenes y niños, y si es necesario, no le importa acompañarnos al bar para conversar y tomarse un vino con los allí reunidos.
Verdaderamente es un sacerdote único, distinto, diferente, que reúne todas las condiciones de un “cura de pueblo”, como decía al principio y se llamaba a sí mismo el papa Juan XXIII.
Ya dije con anterioridad que está a punto de cumplir 83 años. A pesar de ello, se encuentra en plenitud de forma, tanto física como espiritual, lo que quiere decir que es un gran hombre que nos ha enviado el Señor.
Don Pedro, que Dios le mantenga a nuestro lado muchos años más.
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