Satisfecho y muy contento, a pesar de todos los pesares, me dirigí a la estación de autobuses con el fin de tomar el primero que me llevase a Murcia. El tiempo de espera fue mínimo, pero al llegar a la estación ferroviaria de la capital e ir a sacar los billetes, el tren que tenía pensado coger había partido hacía unos minutos, por lo que tuve que cogerlos para el siguiente, que salía sobre las 16 horas, con llegada a Madrid a las 21 horas y enlace a las 21,13 con el que se dirigía a Salamanca.
La llegada sufrió un retraso de 15 minutos, lo que hizo que el tren que debía tomar para Salamanca hubiera partido cuando llegué. Me pregunté entonces “¿que hacer?”. Fui a cambiar el billete y enterarme de la hora de su próxima salida, que era a las 8,45 h. del siguiente día. Después me dije: “¿y qué más?” No lo pensé. Mi cabeza me dio la respuesta y dijo: “¿en qué condiciones has venido?”. A lo que respondí: “¡como un peregrino!” Entonces, “como tal debes obrar”. Permanecí en la estación hasta las 00,30, hora en que la cerraban, salí fuera, dejé las mochilas en la acera junto al bordón y me acomodé a su lado, pues era nuestro guarda. Me quité las botas, me puse las zapatillas y me tumbé todo lo largo que era, apoyando la cabeza sobre las botas.
Allí pasé cuatro horas hasta que volvieron a abrir la estación. Eran las 4,30 cuando volví a entrar en la misma, cogí sitio para sentarme. En un principio todos los asientos eran para mí, pero la gente apareció al instante, corriendo igual que bandadas de pájaros. El tiempo fue transcurriendo y llegado el momento me fui a la cafetería a desayunar, para regresar de nuevo y sentarme hasta que llegase la hora X, que, efectivamente, llegó. Entonces el gevato con toda la tranquilidad y sosiego caminó hasta entrar en el vagón y colocarse en su asiento. El tren partió. Cierto es que no recuerdo si me quedé dormido, pero la llegada fue a las 11 de la mañana.
Entre los compañeros de viaje había dos madrileños que venían a visitar Salamanca y con los cuales estuve hablando. Me preguntaron y total, que bajamos en La Alamedilla y este singular gevato hizo lo de siempre, acompañarlos y explicarles los lugares por donde pasábamos hasta entrar en la Plaza Mayor, que es lo último que les mostré. Les di todo tipo de detalles que estaban a mi alcance, les llevé a la Oficina de Información y Turismo, sita en el ágora, y allí les dije bien claro: “por vosotros ya no puedo hacer más”, por lo que nos despedimos.
Juan-Miguel, cargado como un peregrino, se dirigió a su casa, a la que llegó no sé a qué hora, pero lo cierto es que sí muy entero, contento y feliz. Y así terminó la peregrinación de este gevato, al que le pasó de todo, pero que acogió con una tranquilidad poco común en él.
Aclaración final
No quiero que penséis que todas las marchas son como esta peregrinación que os acabo de narrar, ¡no! Las marchas, por lo general, son muy diferentes. Caminamos los kilómetros según esté estipulada cada etapa, que suele oscilar entre los 25 y 30 kilómetros.
La salida se hace en autocar desde Salamanca y el secretario reparte un escrito dando explicaciones de lo que vamos a ver durante el camino, por qué lugares vamos a pasar… Daos cuenta que en casi todas las marchas siempre atravesamos algún pueblo, más o menos bonito, que tiene una iglesia de un estilo determinado, un monasterio u otras cosas de interés que siempre aprovechamos la ocasión para visitar. No obstante, para eso soy el encargado de las relaciones públicas, entre otras cosas, y persona presta para llevar la voz cantante en el autocar, de ahí que después de saludar a mis compañeros comience a dirigir las canciones que vamos a cantar. Por supuesto, la primera es casi siempre el “Perantón de Valdelageve”, pues, mis queridos lectores, aparte de ser bonita, hay que hacer patria. A continuación, un par de estrofas de la “Canción de Peregrino”, que para eso lo somos y tenemos que estar preparados, porque de vez en cuando, debido a algún acontecimiento, hay que cantarla en alguna iglesia. Luego seguimos cantando, que para ello voy preparado de un libro o unos folios con ellas escritas. Eso sí, en todas los marchas me solicitan que cante alguna canción que a ellos les gusta igual que mi voz (modestia aparte). Como normalmente los viajes son largos, nos da tiempo a que algunas personas cuenten chistes o veamos algunos reportajes muy bonitos de marchas pasadas o de acontecimientos organizados por la Asociación.
Llegamos al lugar donde vamos a comenzar a caminar, bajamos del autocar, comemos unas perronillas y tomamos algún vasito de vino dulce. Este acontecimiento es muy alegre, pero su duración es corta, pues los peregrinos tenemos muchas ganas de comenzar la marcha.
Salimos casi todos a la par, pero según vamos avanzando se van abriendo brechas. Hay que pensar que cada uno tiene un ritmo, pero intentamos que de grupo en grupo nos vayamos viendo, con el fin de no extraviarnos, aun cuando los caminos están marcados con unas flechas amarillas, pintadas sobre algunos peñascos, árboles, etc.
Como antes comenté, si hay alguna cosa digna de ver, nos paramos, la vemos y a la par descansamos. Si es alguna iglesia, a Juan-Miguel, el gevato, le toca cantar un “Ave María”, que para ello tengo preparadas en mi repertorio algunas. Pero como no todo van a ser iglesias, hay otros lugares, como pueblos o ciudades muy arquitectónicas, ruinas de nuestros antepasados, centros de interpretación, monasterios, etc. Estos lugares unas veces son más bonitos y otras menos, algunos días llueve o nieva y otros hace calor, pero siempre estamos preparados para aguantar todo tipo de adversidades.
También durante el transcurso de las marchas hablamos, pasamos ratos agradables con unos u otros grupos, o buscamos la soledad para encontrarnos a nosotros mismos, centrarnos en nuestros pensamientos, etc.
Al final de cada etapa, que suele ser en algún pueblo, paramos y buscamos algún bar para dar buena cuenta de las viandas que llevamos preparadas. La alegría que no falte y si puede ser, que contagie a la gente del pueblo que allí se encuentra.
Así termina la marcha, pero para ello tenemos que subir al autocar que allí nos está esperando para traernos al lugar de donde partimos, Salamanca.
Fotos: Juan-Miguel Montero Barrado
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