
Juan-Miguel,
un gevato de Valdelageve.
Fotos: Juan-Miguel Montero Barrado
Entre las múltiples ayudas recibidas desde que tengo uso de razón, os voy a contar la última, ésta muy especial, que espero que os cause buena sensación.
Yo tengo unos amigos suizos, Giancarlo y Edith, a los que conozco desde hace algunas décadas. Bien es cierto que el contacto nunca se ha perdido, pasando las dos familias algunas vacaciones en Torrevieja, Casteldefels y Barcelona. También han venido a nuestra casa en varias ocasiones y en una de ellas aprovechamos para llevarlos a que conociesen mi pueblo, Valdelageve. En el año 1982, aprovechando el viaje en que Choni y yo dimos una vuelta por Centro Europa durante un mes con el Dyan 6 -¡qué tiempos aquellos!-, estuvimos en su casa de Lugano, en Suiza. El contacto sigue a través de cartas, postales, llamadas telefónicas, envíos de paquetes, algo que siempre ha estado y sigue estando a la orden del día, con lo que nos demostramos cariño y sincera amistad.
El año pasado quisieron que fuéramos a visitarlos, pero para nosotros era francamente imposible. Le di largas al asunto, pero cuál sería nuestra sorpresa cuando este año, en el mes de febrero, recibimos dos pasajes para volar a Lugano y permanecer a su lado durante 8 días con todos los gastos pagados.
Nuestra estancia a su lado fue inmejorable. No nos dejaron parar y nos tuvieron en palmitas. Tal es así que estas vacaciones han sido de ensueño. Nada más llegar a su vivienda, que es un precioso chalet situado en la ladera de la montaña desde donde se divisa un hermoso paisaje: a la derecha el monte San Salvatore y a la izquierda el monte Bré.
La primera salida fue fantástica, nos invitaron a cenar en un pueblecito llamado Cureggia, sito en la ladera de un monte del cual no recuerdo el nombre, pero que está al lado del monte Bré. Cenamos en la terraza del restaurante Grotto Pieriño, donde pasamos una grata velada. En ello colaboró también el dueño, ahora nuestro amigo Mauro, al cual le hice y a posteriori envié algunas fotografías como detalle al magnífico comportamiento que tuvo con nosotros. Bien es cierto que con Giancarlo tenía una gran amistad.
Ahora, para no extenderme mucho más voy a mencionaros algunos de los lugares por donde estuvimos. Empezaré por Alptransit, museo del túnel para el tren que están construyendo bajo el monte San Gottardo y que va a tener 57 kilómetros de largo. ¡Ojo!, 57 kilómetros, ni más ni menos. Hasta ahí tengo que ser muy exacto, como los suizos, no en balde me llamaron al orden. Será inaugurado en el año 2013, para el cual hemos vuelto a ser invitados.
En Airolo, a 1141 metros de altitud, hicimos un descanso para comer y tomarnos un café. Y digo tomarnos, porque este gevato en ese momento, dada la alegría que reinaba, hizo una excepción, dado que no puedo tomar café y… ¡qué rico me supo!
En el paso por el Nufenenpass, a 2.478 metros de altitud, el más alto de los Alpes Suizos, paramos para deleitarnos con esas vistas tan maravillosas que desde allí se aprecian. Seguimos recorriendo las montañas y atravesamos el paso de Furka, a 2.429 metros, desde donde divisamos los lugares por donde nace el río Ródano, que es un glaciar del Rhone, como ellos dicen, aunque para nosotros es Ródano. Grandes y hermosas vistas de los Alpes Suizos cubiertos de nieve. Una de las vistas más imponentes fue ver cómo el río bajaba por la montaña en sus primeros kilómetros serpenteando y en una caída vertiginosa. De ahí, cómo no, regresamos por el paso del San Gottardo.
Que paseo más bonito lo hicimos a la mañana siguiente. Comenzamos bordeando el lago de Lugano hasta llegar a Gandria, antiguamente aldea de pescadores, pero hoy preparado para el turismo. Parece que está colgado a los pies del monte Bré, con sus estrechas callejuelas adornadas, al igual que sus escalinatas, pasajes debajo de las casas, pequeños restaurantes con sus también minúsculas, pero coquetonas terrazas, el embellecimiento con un colorido especial que dan sus flores. Todo ello me recordaba a las viejas construcciones típicas de los países mediterráneos.
Otra tarde disfrutamos en Ascona, población sita junto al lago Maggiore y centro turístico preferido para artistas, escritores, personalidades de la cultura, etc. En este caso, amén de ir a visitar la hermosísima localidad, también aprovechamos para presenciar en el paseo a orillas del lago el “New Orleans Jazz Festival” que se organiza cada año.
Un día precioso - vamos, “de calendario”- fue el que, después de visitar diferentes pueblos típicos suizos y pasar el Lucomagnopass, también a más de 2.000 metros de altitud, llegamos a Disentis, otra bonita ciudad, sólo que al estar el cielo gris y caernos algo de lluvia no pudimos saborearla como las anteriores. Allí cominos y a continuación fuimos a ver la gran abadía benedictina, Benediktinerkloster, con una iglesia barroca de grandes proporciones y en la que también llaman la atención diferentes cuadros de gran valor. De regreso pasamos por “el Puente del diablo”, lugar donde se encuentra una garganta espectacular. Más tarde atravesamos por el paso de San Bernardino.
Y cómo no, sería una falta no mencionar la ciudad de Bellinzona, capital del cantón del Ticino, al que pertenece Lugano, que conserva en su parte antigua rincones pintorescos y casas señoriales. En el centro de la ciudad se encuentra el palacio porticado con una hermosa torre en el ayuntamiento, construido a principios del siglo XX y de estilo renacentista, pero en el que se puede observar una tendencia a los edificios de la Toscana (Italia). Son dignos de mencionar los tres castillos, que son Patrimonio Cultural de la UNESCO y dominan la ciudad desde lo alto.
Entre otros lugares, pasamos unas veladas muy bonitas cenando en la ladera del monte San Salvatore y otra en el monte Generoso.
Pero, siguiendo con la gastronomía, es imposible omitir los desayunos, que hacíamos en la terraza del chalé de nuestros queridísimos amigos del alma Edith y Giancarlo, divisando, como en su momento dije, los montes Bré y San Salvatore, o parte de la ciudad de Lugano. Y para mayor deleite, cuando nos presentábamos por la mañana, el desayuno estaba siempre preparado. Y digo yo, ¿qué más te pueden ofrecer?
Los días que allí pasamos nos tuvieron en palmitas. Todo eran derroches de amor, alegría, júbilo, de no dejarnos ni un instante solos…
Y para finalizar, Lugano. Es la ciudad más bonita que he visto en mis vacaciones, pero ya no quería extenderme mucho, aunque sí constatar cosas como las que voy a contar. Es “La perla del Ticino”. Se extiende en una bahía que provoca el lago de Lugano, formando un arco entre los montes San Salvatore y Bré, y uniendo a ambos un paseo de los más maravillosos que he podido ver en mi vida. Su clima es suave, lo que propicia que exista una frondosa vegetación mediterránea.
La ciudad es muy hermosa por sus plazas, calles, rincones, edificios. Tiene algunos museos, donde podemos deleitarnos y entre ellos, el museo Cantonale d´Arte. Tiene iglesias, entre las que se encuentran Santa María degli Angioli, con su campanario románico, en el interior con una sola nave y todo el templo pintado de maravillosos frescos. El Parque Cívico, el cual es un maravilloso jardín sombreado por árboles seculares y caracterizado por una rica vegetación subtropical. En él se encuentran el Museo Cívico di Belle Arti, amén de otros más. El susodicho finaliza en las estribaciones del monte Bré.
Sí quiero aclarar que como los suizos son maestros en hacer túneles, en Lugano, amén de dos funiculares, hay también unos ascensores que facilitan remontar, sin necesidad de subir a pie, el acceso a algunos lugares de la ciudad.
Con esto finalizo este corto, pero agradable, escrito, diciéndoos que es algo que jamás en la vida podré…, mejor dicho, podremos olvidar.
Por tanto:
“Ayuda, y serás ayudado”.
“Haz bien sin mirar a quién” y siempre recibirás alguna recompensa.
“Da siempre lo mejor…” y lo mejor vendrá.
(Fotos: Juan-Miguel Montero Barrado)
Además no tengo más remedio que agradecer las palabras, los ánimos o los consejos que he recibido y sigo recibiendo de muchas personas a las que les gusta leer o repasar el cuaderno, según sea el artículo. Por todo ello, gracias muchas gracias a todos.
Sin embargo, y con el fin de extenderme un poco más en el escrito, voy a mencionar a Julio García Arroyo, buen amigo mío, natural y vecino de Aldeanueva del Camino, pueblo de la provincia de Cáceres, muy cercano al nuestro y, para ser más explícito, he de deciros que dicho pueblo es el llamado de las tres mentiras: pues ni es aldea, ni es nueva, ni está en el camino.
Julio se desplazó a Valdelageve en el mes de enero de este año, 2011, y no se le ha ocurrido más que escribir y enviarme un pequeño opúsculo al que le da el título “Viaje a Valdelageve”, en el que relata su viaje por los lugares que pasó hasta llegar al pueblo y de los que voy a hacer una pequeñísima mención.
Comienza escribiendo el paso por la primera localidad, La Abadía, con su hermosa dehesa a un lado y al otro el río Ambroz. Una vez en el pueblo describe algunos detalles importantes del palacio de los duques de Alba, entre los que destaca su fachada y un soberbio patio mudéjar, las esculturas de mármol de Carrara y otras traídas de las ruinas romanas de Cáparra, éstas situadas en su cercanía.
Sigue escribiendo sobre lo que va viendo durante el camino empinado, sinuoso y con curvas muy cerradas que le lleva a Lagunilla. Al llegar a la cima de la meseta, no tiene más remedio que parar junto a una fuente sita en terrenos del pueblo anteriormente mencionado y lugar desde donde se puede observar y contemplar el paisaje del valle del Ambroz y los pueblos que se asientan en la zona. Quiero añadir que el nombre de la fuente, de la que, efectivamente, brotan dos grandes chorros de espléndida agua, se llama Fuente de los Mártires. También en las cercanías hay un lugar más alto cuyo nombre es El balcón de Extremadura”, desde donde sus vistas son mucho más asombrosas. Siguiendo el camino también pasó por El Vallejo de la Mata, lugar típico para todos los lagunillenses, donde entre robles se encuentra una pista de baile que es utilizada en las fiestas del pueblo.
Sigue contándonos cómo cruza Lagunilla para incorporarse a la carretera que le lleva al pueblo de su amigo, del que tantas cosas buenas y bonitas le había contando a lo largo de algunos años.
Sobre lo que se ve antes de entrar en Valdelageve, comenta que “merece la pena una parada para deleitarse con el impresionante paisaje, abajo a la derecha, en el fondo del abismo, el río Cuerpo de Hombre que serpentea”. Sigue escribiendo después que “entre estrechos senderos y caminos de cabras, las aguas de la lluvia caen sobre la cuneta de la carretera, en forma de cascadas”. Y continúa: “por la ladera del monte cercano, en estos momentos es sobrevolado por un centenar de buitres, que producen un efecto espectacular”.
Una vez que se interna en el pueblo va observando y haciendo fotos de las calles con sus rincones, casas, las dos plazas y la iglesia con la espadaña y su campana, donde se detuvo para hacer el dibujo que a posteriori plasmó en la portada del opúsculo y que al comienzo de este escrito podemos ver.
Es tan grande la admiración que siento por nuestro insigne poeta salmantino José María Gabriel y Galán, que me creo en la obligación de dejar impresas unas letras sobre él en mi cuaderno. Lo hago, además, apoyándome en su fiel “vaquerillo”, Félix Monforte Chorro, el cual vivió en Valdelageve más de cuatro décadas. Estoy pensando que si comienzo detallando una serie de fechas desde el día en que vio por primera vez la luz, este corto escrito se hará más agradable, ameno e interesante.
José María Gabriel y Galán nació en Frades de la Sierra, provincia de Salamanca, el día 28 de junio de 1870, habido del matrimonio formado por su madre Bernarda Galán y su padre Narciso Gabriel Panadero, labrador y ganadero de profesión.
Tanto en su niñez, infancia y adolescencia su alegría y sonrisa se dejaban notar en su cara. Mucho de ello tuvo que ver la influencia de su madre, a la que le unía la afición por la lectura y el afán por escribir versos siempre dedicados a su familia. Eso hizo que nuestro personaje, ya con doce o trece años, comenzase también a escribir sus primeros versos. Pero es aquí donde su carácter comienza a cambiar y sentirse, según avanza el tiempo, más sensible y humano.
A los 15 años, terminados los estudios primarios y por sugerencia de su maestro don Francisco de Canto, decidió su familia que fuese a estudiar a Salamanca. Era el año 1885 cuando se matriculó en la Escuela Normal de Magisterio. El 30 de enero de 1888, con 17 años, consiguió el título de maestro de escuela, obteniendo la calificación de sobresaliente en todas las asignaturas. Se presentó a las oposiciones y las aprobó, consiguiendo la plaza de Guijuelo a los 18 años.
El pueblo de destino no estaba muy distante del suyo y en él empezó desde principio del curso a ejercer su nueva profesión, pero enseguida recibió la noticia del rectorado de la Universidad de que había sido seleccionado para trasladarse a Madrid y concluir el grado Superior. La noticia la acogió con alegría, dejando en su lugar a otro maestro.
Ya en la capital de España se matriculó en la Escuela Normal Superior junto a otros 49 maestros más, donde comenzó un nuevo curso que sirvió para consolidar y perfeccionar los conocimientos ya adquiridos. Su estancia en Madrid en lo que se dice a estudios fue magnífica, ya que de los 50 alumnos, solamente 9 fueron los aprobados, siendo José María el que obtuvo la máxima nota, sobresaliente, obteniendo así el Grado Superior de Maestro.
Sin embargo, esa experiencia no fue del todo positiva, pues los ruidos, las prisas, la grandeza o la modernidad, entre otras cosas, hicieron que los nervios se fuesen apoderando de él. De ahí que entrase en una depresión producida, más que nada, por su soledad, melancolía, angustia. Como dijo el poeta,
tuve la desdicha de consumir un año de mi vida.
En el curso 1889-90, con 19 años, se reincorporó a su puesto de maestro en Guijuelo. Pero como ha escrito Carmen Fernández Daza Álvarez, “alejado ya del ruido de las ciudades, recuperada ya la bondad del campo y de la aldea, hallamos a un Gabriel y Galán feliz, desarrollando alegre su labor de maestro de Guijuelo, desde donde escribió”:
Soy feliz como nunca y a Dios debo esa felicidad… Sólo puedo decir que si antes pensaba, hoy sueño; que si antes quise hacerme filósofo, ahora quiero ser poeta.
En 1891, se presentó a unas nuevas oposiciones y tras unas brillantes pruebas accedido a la plaza de Piedrahita, ciudad sita en la provincia de Ávila. Tomó posesión en el curso 1892-93, ejerciendo en la Escuelas Municipales hasta el año 1897, año en que, dada su delicada salud, depuso momentáneamente la enseñanza, dejando de nuevo en su lugar a un sustituto.
Nuestro gran poeta se trasladó a Guijo de Granadilla, en la provincia de Cáceres, donde vivían sus parientes Juan Antonio Rivero y su esposa Natalia, y junto a ellos su sobrina Desideria, en este caso hija, al haber sido adoptada. Es precisamente en este pueblo donde se sintió siempre muy tranquilo y a gusto, todo ello por ser una persona muy apegada al campo.
El día 26 de enero de 1898 contrajo matrimonio con Desideria García Gascón en la iglesia de San Esteban de Plasencia. Del matrimonio nacieron Jesús, Juan, Esteban y María Purificación, siendo está última hija póstuma.
Lo cierto es que encontrarse definitivamente en su ya conocida Extremadura y unido al cambio en sus ocupaciones, que significó para él un impulso a la paz, el amor, la contemplación de la naturaleza y el implicarse en las labores de un hombre de campo, todo ello le ayudó a mejorar su estado de salud. Su cuerpo ya no se veía tan endeble y enfermizo. Estos acontecimientos cambiaron totalmente su vida, pero lo más sorprendente fue el amor que sintió por su adorada esposa, a la que gustaba llamarla cariñosamente “mi vaquerita”.
Todo este cúmulo de acontecimientos fue suficiente para que abandonase la enseñanza en Piedrahita y se dedicara por completo a seguir el nuevo trabajo o misión que había comenzado.
Es a partir de esta nueva etapa de su vida cuando también se dedicó verdaderamente a escribir su gran obra poética, a enviar trabajos a diferentes periódicos y revistas de tirada local y nacional, y a presentar algunas de sus poesías en concursos y Juegos Florales, de los que en varias ocasiones fue ganador. “El Ama”, que fue la primera poesía que presentó en un concurso, comienza así:
Yo aprendí en el hogar en qué se funda
la dicha más perfecta,
y para hacerla mía
quise yo ser como mi padre era
y busqué una mujer como mi madre
entre las hijas de mi hidalga tierra…
Esta poesía fue premiada con la flor natural en los Juegos Florales celebrados en Salamanca el día 15 de Septiembre de 1901.
Fue un poeta querido y admirado, no sólo en los lugares donde vivió, sino por todo el pueblo español y sudamericano, de ahí que en Perú, como dice el Premio Nobel de la Literatura 2010, Mario Vargas Llosa, “en su país también se habla el extremeño” (castúo). En Argentina incluso se siguen imprimiendo sus obras.
También fue frecuentemente loado por los temas en que se inspiró, como por ejemplo, la naturaleza y el campo, las gentes del pueblo, religiosos, sociales, familiares y de su profesión de maestro, etc. Sus poesías en su momento fueron queridas por el pueblo, porque se sentían identificados en ellas. El caso es que en la actualidad todo lo que escribió y manifestó se encuentra actualmente vigente.
El poeta siempre dijo que sus versos los escribía tanto en el campo, sentado o tumbado debajo de una encina, como en la mesa de su escritorio.
Tuvo relaciones con personas relevantes dentro del mundo de la poesía, pero fue con Miguel Unamuno con quién llegó a tener una estrecha amistad. Sus consejos le estimulaban a seguir escribiendo. Juan José Sánchez de Horcajo ha escrito en su libro La poesía social en Gabriel y Galán lo siguiente: “Unamuno apreciaba profundamente a José María Gabriel y Galán, recitaba sus versos de memoria, se los enseñaba a sus amigos de Salamanca y Madrid; y a pesar de ser escueto en alabanzas, a Gabriel y Galán no le regateó sus elogios. E insiste Unamuno en su elogio: ‘No ha pasado Galán por la tierra como una callada sombra; deja cantos de consuelo para los pobres soñadores del sueño de la vida. En estos cantos queda el alma de su alma. Se la dio su pueblo y a su pueblo vuelve’”.
Para terminar, porque este trabajo sería inacabable, sus poesías fueron escritas en un principio en castellano, para pasar luego a expresarse en extremeño, pues no en vano sus años más felices fueron los pasados en esa tierra acompañado de sus gentes.
Pero he aquí que el día 6 de enero de 1905, a los casi 35 años de edad, falleció en Guijo de Granadilla, pueblo en el que tanto le quisieron y respetaron.
El los últimos momentos de su vida se le oyó balbucear algunos versos de Jorge Manrique: “Cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte”.
Durante mucho tiempo se sucedieron numerosos homenajes póstumos por toda España, al igual que por diferentes países hispanoamericanos, pero no hay que olvidar que nadie sufrió tanto la muerte como sus dos mejores amigos: Plácido Jiménez Terroso y Félix Monforte Chorro, aquel niño que trabajó para él hasta llegada su adolescencia y al que le dedicó una de sus mejores poesías, “Mi Vaquerillo”.
Epílogo
Todos los que seguís este cuaderno, conocéis mi gran afición a la ópera, de ahí que no pueda por menos de mencionar cómo la muerte del gran tenor español Miguel Fleta, aragonés de nacimiento y casado con la salmantina Carmen Mirat, fue de una forma parecida a la del poeta.
En los últimos instantes de su vida, 29 de mayo de 1938, saliéndole un hilo de voz, susurró unas frases entrecortadas:
O dol… ci… bacci
o lan…gui… de ca… re… zze…
Son las primeras estrofas de la romanza del tercer acto de Tosca, el “adiós a la vida”.
(Fotos: Juan-Miguel Montero Barrado).
Don Pedro Calama Bares nació en La Alberca, provincia de Salamanca, el 29 de octubre de 1928. Durante su infancia siempre fue un niño sano, fuerte, inteligente y juguetón, pero eso no fue óbice para que poco a poco sus ideas se fuesen inclinando hacia la vida del sacerdocio y el amor por los demás. De ahí que comenzase los estudios en el seminario de Coria, provincia de Cáceres, que es la diócesis a la que pertenecía toda la parte sur de la provincia de Salamanca. No obstante, desde 1958 todos estos pueblos pasaron a pertenecer a la diócesis de Salamanca.
El día 12 de junio de 1954 fue ordenado sacerdote en la catedral de Coria y desde ese momento ya pudo desarrollar el trabajo que tanto deseaba: cura de pueblo, que encierra una labor importante. Si nos ponemos a pensar detenidamente, qué dos palabras tan importantes encierran una labor tan bonita y llena de amor, ternura, amistad: “cura de pueblo”.
Sus primeros destinos fueron en la comarca de las Hurdes: El Ladrillar, El Cabezo y Riomalo de Abajo. En 1958 se fue acercando a nuestra zona, siendo su nuevo destino El Cerro. Hasta el año 1980 no tomó posesión de Valdelageve y a partir de aquí es cuando puedo decir que los pueblos a los que atendía y sigue atendiendo son, además de El Cerro, donde tiene su domicilio, Montemayor del Río, Lagunilla y Valdelageve.
El trabajo que desarrolla en las parroquias y fuera de ellas es encomiable. No llego a entender cómo ha podido, y puede todavía a su edad, desplazarse, asistir a los bautizos, dar a los niños la catequesis, prepararlos para la confirmación, acudir todas las semanas y días extras a decir misas, preparar a los novios antes de la boda, asistir a los funerales, etc.
Tocando el tema de los desplazamientos, han sido muy variados. Comenzó a hacerlos con caballerías, luego con bicicletas, le siguieron coches de pequeña cilindrada y ahora posee un Volkswagen Golf, que, como digo yo, es “el que nunca muere”, pues hay que ver los kilómetros que hace por las carreteras, si es que se las pueden llamar así por el mal estado en que se encuentran, con tantas curvas peligrosas como las que hay en esa zona de la sierra.
Una vez llegada la edad de jubilarse, que como tal palabra no pasó jamás por su mente, el señor Obispo le dio plena libertad para hacer lo que desease. De ahí que diga con muy buen criterio. “No, porque mi Vocación ha sido siempre la de servir a la Comunidad”. También me dijo: “Cuando me ordené Sacerdote, lo hice para servir a la Iglesia y así lo seguiré haciendo mientras el Señor me siga conservando la salud y más ahora con la necesidad y falta de vocaciones que padecemos”.
Ahora voy a tocar otro punto muy interesante y que además me agrada. A don Pedro lo tengo ahora mismo en mi mente viéndolo en los diferentes lugares por los que se mueve: Pero lo voy a presentar preferentemente en el despacho que tiene en su casa, rodeado de libros, entre los que se encuentran principalmente los que utiliza para preparar los santos quehaceres que lleva a cabo en cuatro pueblos de la sierra. Son los libros parroquiales, que utiliza sobre todo para preparar sus trabajos, para atender a sus fieles y quizá, si le queda algo de tiempo, para descansar.
Es estos libros parroquiales es donde figuran todos los asentamientos de sus feligreses, los archivadores, las fotografías, tanto familiares como personas relacionadas con la iglesia, pero, sinceramente, como se lo he dicho en varias ocasiones, a don Pedro le falta, sin lugar a dudas, no solamente para mí, sino para una gran cantidad de personas en el mundo, una fotografía del papa Juan XXIII, el más bondadoso, inteligente y sabio que ha existido después de San Pedro.
Me he encontrado con don Pedro en algunos municipios por los que el se mueve, pero en especial en mi pueblo, Valdelageve. Tiene ya casi 83 años, pero es que hay que verlo con qué facilidad se mueve. Ejemplos son cómo sube al campanario a tocar las campanas, la fuerza y el ímpetu que pone al decir la Santa Misa y aun más al explicar el santo Evangelio. Cuando termina los santos oficios, tiene tiempo para visitar a sus enfermos y con ese carisma tan poderoso que posee, se junta a charlar por las calles del pueblo con todo tipo de personas, mayores, jóvenes y niños, y si es necesario, no le importa acompañarnos al bar para conversar y tomarse un vino con los allí reunidos.
Verdaderamente es un sacerdote único, distinto, diferente, que reúne todas las condiciones de un “cura de pueblo”, como decía al principio y se llamaba a sí mismo el papa Juan XXIII.
Ya dije con anterioridad que está a punto de cumplir 83 años. A pesar de ello, se encuentra en plenitud de forma, tanto física como espiritual, lo que quiere decir que es un gran hombre que nos ha enviado el Señor.
Don Pedro, que Dios le mantenga a nuestro lado muchos años más.
Como antes comenté, si hay alguna cosa digna de ver, nos paramos, la vemos y a la par descansamos. Si es alguna iglesia, a Juan-Miguel, el gevato, le toca cantar un “Ave María”, que para ello tengo preparadas en mi repertorio algunas. Pero como no todo van a ser iglesias, hay otros lugares, como pueblos o ciudades muy arquitectónicas, ruinas de nuestros antepasados, centros de interpretación, monasterios, etc. Estos lugares unas veces son más bonitos y otras menos, algunos días llueve o nieva y otros hace calor, pero siempre estamos preparados para aguantar todo tipo de adversidades.
También durante el transcurso de las marchas hablamos, pasamos ratos agradables con unos u otros grupos, o buscamos la soledad para encontrarnos a nosotros mismos, centrarnos en nuestros pensamientos, etc.
Al final de cada etapa, que suele ser en algún pueblo, paramos y buscamos algún bar para dar buena cuenta de las viandas que llevamos preparadas. La alegría que no falte y si puede ser, que contagie a la gente del pueblo que allí se encuentra.
Fotos: Juan-Miguel Montero Barrado